Félix Madero-Vozpópuli

  • No dicen otra cosa que lo que señala la Constitución en su artículo 16. Y a mí también me vale

No se trata de llevar en la mochila el libro de Marco Aurelio, pero el verano, a mitad de agosto, es una buena oportunidad para confirmar que la gloria y la deshonra son caras de la misma moneda; y el éxito del fracaso. Agosto es un mes en el que casi toda España está en fiestas. En tres días nunca será más verdad eso de que la geografía de España viene a coincidir con la forma que tiene la piel de un toro en extensión. Y ahí está, o estaba Morante de la Puebla reventando tendidos y llenando de orejas y rabos al capazo en su temporada más completa. Gloriosa, aseguran los pocos revisteros que van quedando. Así, hasta que el domingo pasado en la Plaza de San Roque de Pontevedra, un soberbio toro de Garcigrande lo corneó gravemente y lo mando al hule para terminar de esta indecorosa manera su histórica temporada. No sé si el hombre propone y Dios, o la Naturaleza, dispone, pero eso es lo que parece. Cuando mejor estamos, algo sucede. Y eso que, como escribe en El Mundo Zabala de la Serna, “Morante pesa en el aire con la gravedad de su toreo”.

Éxitos que fueron fracasos

En la política española hay demasiados ejemplos que recuerdan la peripecia del gran torero. Basta un momento de despiste, una mala decisión o un deseo en exceso purista, pero nada practico, por interpretar la lidia para que un burel te envíe a la enfermería en una plaza de segunda. Cuando eso morlaco a quien derrota es a un político, la enfermería no es otra cosa que olvido, cuando no el desprecio. Por lo general, para siempre, “porque andar detrás de lo imposible es locura; pero a los malvados no les cabe otro modo de actuar”, nos dice Marco Aurelio.

¿Qué fue de Rosa Díez, qué de Pablo Casado, qué de Albert Ribera, qué de Susana Díaz, qué de Pablo Iglesias? Todos ellos se iban a comer el mundo, y todos en algún momento creyeron que tenían posibilidades para llegar a ser presidentes del Gobierno. ¡Pero si hasta la evanescente Yolanda Díaz nos dijo, entre balbuceos y gritos, que estaba trabajando para ser la primera presidenta del Gobierno de España! Claro, que tampoco debe de extrañarnos tanto si damos por bueno lo que pensaba Zapatero, que cualquiera con una idea básica y muchas ganas puede ser presidente del Gobierno de este país.

El problema es que los que van llegando parecen tener mucho de lo segundo, pero nada de lo primero. Y así nos va a todos.

Ignoro si Santiago Abascal -al que sus amigos, conocidos y avisados llaman Santi- es aficionado a los toros. Me sorprendería que no lo fuera dada su desaforada defensa de todo lo español. O de todo lo que él considera español, que ya se sabe que, al igual que todos los israelíes no son partidarios del cruel Netanyahu, no todos los españoles se sienten cómodos cerca de un coso taurino.

Que el creciente líder de Vox engañe a la gente -no todos bien intencionados- asegurando que nuestras fronteras no están bien defendidas, es algo a lo que desgraciadamente me voy acostumbrado

El líder de Vox cae con demasiada frecuencia en ese verso premonitorio y maldito de Machado que habla de una España que embiste cuando trata de usar la cabeza. Se enfadan conmigo algunos conocidos de Vox, y muchos de los que no tengo el gusto ni el disgusto porque no gasto red social alguna, cuando les digo que no conozco una sola idea de Abascal que no esté basada en la negación y el desprecio por elementales normas de cortesía, cuando no de la democracia. Soluciones fáciles para problemas difíciles, ese es el programa. Su aparatosa bravura verbal es del gusto de muchos ciudadanos que han creído que un programa político se hace con una sola idea. O dos. Una de ellas es esa de pedir tras los sucesos de Torre Pacheco o Jumilla deportaciones masivas, pero nada de condenar a los fanáticos de extrema derecha que mueven el árbol y recogen las nueces de la emigración. Que el creciente líder de Vox engañe a la gente -no todos bien intencionados- asegurando que nuestras fronteras no están bien defendidas, es algo a lo que desgraciadamente me voy acostumbrado.

Y ahí están las encuestas, que dan magras expectativas de voto para un partido que sin moverse demasiado no hace otra cosa que subir y provocar al Partido Popular, que no sabe muy bien qué decir, qué pensar, qué hacer antes las soflamas de Santiago Abascal. Empiezo a creer que Feijóo en estos asuntos y otros está en el club de aquellos que tienen enormes ganas de llegar a presidente, pero sin una idea básica de lo que es España.

Sólo alguien muy seguro de su éxito -el que vive y el que parece que le llegará- puede afirmar con esta rotundidad ideas que nacen muertas

Después de asegurar que no van a tolerar que el islamismo se apodere otra vez de nuestro territorio, la ha tomado ahora con los obispos, o como él dice, “con una parte de los obispos” por su apoyo a los musulmanes, por los casos de pederastia y su silencio ante las políticas de género del Gobierno, el derecho a la vida de los no nacidos o de los más ancianos. Hagamos de todo esto un totum revolutom que habrá quien lo entienda mejor.

Sólo alguien muy seguro de su éxito -el que vive y el que parece que le llegará- puede afirmar con esta rotundidad ideas que nacen muertas por la velocidad con que la mentira, cuando no la voluntaria inexactitud, actúa. ¿Hay quien se lo cree? Mucha gente, y no todos son simpatizantes de Vox. Encuestas hay en las que el porcentaje de los que piensan que vivimos en un país roto y decadente por culpa de la inmigración no hace más que aumentar.

Los conocidos y amigos que votan a Vox comparten estas ideas, pero también son, en algunos casos, fervorosos creyentes. Y qué curioso, cuando hay que elegir suele ir por delante el evangelio de las ideas antes que el de la fe.

Si el que insulta a los obispos tiene un rato, que busque el Sermón de la montaña de Jesús de Nazaret. O seguimos esa senda o la de Abascal.

Abascal lo mezcla todo porque ignora casi todo. Que saque los problemas de pederastia o lo ingresos que recibe la Iglesia del Estado para atacar a los obispos da una idea de la debilidad de su pensamiento. ¿Qué cree el líder de extrema derecha que ha de hacer un cristiano ante la realidad de un inmigrante, que en muchos casos es un menor de edad? ¿Qué ante la imagen de un hombre o una mujer pobre, embarazada, maltratada?

Y sí, yo también sé lo que las autoridades han de hacer cuando el inmigrante delinque. Eso no lo vamos a discutir: lo mismo que a al español que roba, mata o viola.

Pero si el que insulta a los obispos tiene un rato, que busque el Sermón de la montaña de Jesús de Nazaret. O seguimos esa senda o la de Abascal. Cada día lo tengo más claro, y desde luego yo no tengo dudas de cuál es la correcta.

El devenir del gran torero que es Morante de la Puebla enseña mucho y con precisión a quien quiera y pueda entender. El torero, ya está dicho, es amigo de Abascal al que, supongo, llamará Santi. La política es también un territorio en cuyo albero cae la sangre de las cornadas que llegan cuando uno menos lo piensa. De éxito también se muere. Los obispos dicen lo que tienen que decir para que los podamos ver como lo que son. Y, por cierto, no dicen otra cosa que lo que señala la Constitución en su artículo 16. Y a mí también me vale. Definitivamente es lo único que me importa.