ABC 04/06/16
JUAN MANUEL DE PRADA
· Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, ni nada secreto que no llegue a saberse. Lo malo es que los tontos útiles se enteran demasiado tarde
SORPRENDEN las páginas conciliadoras que Carlos Fernández Liria, al que muchos consideran «padre intelectual» de Podemos, dedica a la religión en su libro «En defensa del populismo». Para salvar el «sentido común político», Fernández Liria propone –siguiendo a su amigo Santiago Alba Rico– ser «revolucionarios en lo económico, reformistas en lo institucional y conservadores en lo antropológico». Del mismo modo que Fernández Liria considera estratégicamente ruinoso arremeter contra la Ilustración, afirma que «entregar al enemigo» la religión (como hizo el marxismo clásico) es un disparate colosal. Naturalmente, a Fernández Liria la religión le parece un invento para débiles mentales; pero ha leído a Chesterton y sabe que cuando «se intenta construir una sociedad sin religión, lógicamente empiezan a ocurrir cosas raras. Una de ellas, por ejemplo, es que por la culata se dispara una religión asfixiante en torno a un culto a la personalidad. Otra, que la religión revienta en un sinfín de supersticiones enloquecidas, fanáticas e imprevisibles. La gente deja de ser católica y empieza a ser piscis o sagitario. Se deja de ir a la iglesia y se comienza a asistir a una terapia de día».
Además, Fernández Liria ha comprobado, viviendo en México, que la llamada teología de la liberación contribuyó a la divulgación de tesis marxistas en Hispanoamérica. Y, viendo cómo desde Langley y el Pentágono mandaron legiones de pastores evangélicos para sofocar las llamas, Fernández Liria resolvió que la Iglesia católica podría ser un interesante compañero de viaje (o, más propiamente, un maravilloso tonto útil) en el combate contra el capitalismo. Naturalmente, una Iglesia encabezada por Juan Pablo II o Benedicto XVI dificultaba este «diálogo»; pero la actual le parece más mollar y penetrable. Por supuesto, Fernández Liria considera petulantemente que la religión es irracional; pero también que es capaz de mover montañas, pues el pueblo «no se moviliza con razonamientos, sino con mitos». Se trata, como vemos, de una utilización instrumental de la fe de los sencillos, aprovechándose del daño que las iniquidades capitalistas les han infligido. Pues Fernández Liria sabe que el Dinero es –según la expresión de Schmitt– «el dueño verdadero del poder»; y sabe también que no pueden derribarlo leyes ni parlamentos (por lo común a su servicio), sino que se requiere lo que Chesterton denominaba «la dinamita espiritual» de la Iglesia. De ahí que Fernández Liria, para aprovechar pro domo sua los efectos de esta dinamita, se proclame «conservador en lo antropológico» y respetuoso con la religión.
Pero este respeto es pura fachada. ¿Qué ocurriría en un futuro en el que la Iglesia dejase de actuar como un tonto útil contra el capitalismo? Tal vez en ese caso Fernández Liria ya no considerase «positivo que haya mística, pues una sociedad desmitificada es una sociedad pulverizada»; tal vez en ese caso adoptase un tono menos condescendiente y conciliador, como el que adoptó en un artículo reciente, con ocasión del juicio a Rita Maestre: «Cosas así le llevan a uno a preguntarse –escribía entonces– por qué somos tan educados, tan tolerantes y tan magnánimos con esa gente que piensa que la virgen tuvo un hijo copulando con una paloma y luego siguió siendo virgen después de haber parido». ¿Dónde ha quedado el intelectual partidario de dialogar con la Iglesia?
Tal vez Fernández Liria lance «ideas falsas» para no desvelar su más íntima verdad. Pero lo que uno esconde en los libros lo puede revelar en un artículo acalorado. Y es que nada hay oculto que no llegue a descubrirse, ni nada secreto que no llegue a saberse. Lo malo es que los tontos útiles se enteran demasiado tarde.