ARCADI ESPADA

· Mi liberada: Desde las cinco pasadas, cuando leí en el móvil Atropello en las Ramblas, uno de esos laconismos que la experiencia ha convertido en icebergs de sangre, hasta que a las ocho tuve que ponerme a escribir, pasé la tarde del jueves viendo webs noticiosas y leyendo whats-apps. No es frecuente. Mis conversaciones digitales trato de moderarlas. Y desde hace ya más de un año apenas leo esas webs. Creo que prefieren otro público y yo soy un hombre sensible a los desaires. Por supuesto, y como desde hace ya varios años, me abstuve de cualquier seguimiento directo de Twitter (aunque algunos ecos, sobre todo vídeos, me llegaban al móvil) y de Facebook, herramientas que fomentan la desinformación y la vanidad, aunque a ese último riesgo, como sabes, soy muy inmune. Durante las tres horas retomé los viejos hábitos y fui de uno a otro de lo que genéricamente, y con mucha inexactitud, se llaman periódicos digitales. Los diez o doce principales de España y algún extranjero entre horas.

Casi todas las webs noticiosas habían dispuesto un seguimiento del atentado de Barcelona bajo el epígrafe En Directo. La primera cuestión es preguntarse qué era lo que estaba contándose en directo. ¿El atentado, El atentado en directo, como precisaba algún titular? No, naturalmente. El atentado había sucedido ya. Lo que se estaba narrando en directo no era un partido de fútbol o una toma de posesión, o sea, un hecho nítido y pautado; sino dos procesos difusos, imprevisibles y refractarios a la publicidad: el cuidado de las víctimas y la persecución de los asesinos. Las webs empezaron a dar detalles de los dos procesos, sobre todo imágenes de los cuerpos caídos y también del vehículo, una furgoneta blanca, que se había utilizado como arma asesina. Eran imágenes retrospectivas, que se habían tomado inmediatamente después de la tragedia, y cuya procedencia era a menudo desconocida. A pesar de esto último y de su carácter fragmentario, las webs incorporaban las imágenes que les parecían veraces y tolerables. Esta exhibición del crimen se prolongó hasta la llegada de las asistencias, el acordonamiento del lugar y la evacuación de heridos y muertos. El problema es que habían pasado pocos minutos y que por delante había muchos minutos en directo.

Empezaron a aparecer cifras: dos muertos, tres. Y detalles sobre los asesinos: si era un hombre solo, o dos, si habían huido. El periodismo es una certeza provisional, pero debe cumplir una condición drástica: la certeza puede ampliarse, pero no debe desmentirse. Si un periódico publica que hay un muerto puede luego corregirlo a dos; pero corregirlo a cero es un fracaso. ¡Era un fracaso!: el cambio que han traído las webs noticiosas y, en particular, su modo En directo es que creen que desmentir solo es un modo de ampliar. Y lo es, en efecto: pero de ampliar el caos de las mentiras y no el orden de la certeza.

Durante las tres horas que duró mi experiencia naufragué en cinco importantes lagunas de desinformación. 1. La participación de un Oukabir en el atentado. 2. La explosión de gas en Alcanar. 3. El coche que se saltó un control policial en la Diagonal y donde apareció un hombre apuñalado. 4. La toma de rehenes en un bar de Barcelona. 5. La inminencia de otros ataques en la ciudad. Decenas de informaciones contradictorias sobre esos cinco vertebrales asuntos fueron apareciendo sin pudor alguno en las webs. Aclaro: en las webs gestionadas por compañías de noticias y no en la conversación multitudinaria organizada por compañías gestoras del entretenimiento, Facebook, Twitter, Instagram, etc. Entre las más celebradas diversiones sociales está el parloteo especulativo en torno de los sucesos importantes. El parloteo ha recorrido un enorme kilometraje desde la prehistórica ceremonia del despioje a la que fue sustituyendo conforme avanzaba la higiene y la limpieza. El mecanismo digital lo ha elevado ahora a lo sublime. Analiza este fragmento, uno entre mil, del parloteo. Alguien distribuye un vídeo percutiente, de estupenda factura ficcional, de un grupo de policías tomando posiciones en torno a un edificio de la Barcelona vieja. Nada concreto se sabe del tiempo, el lugar, la fuente, etcétera. ¡Cómo no va a dar que hablar ese vídeo en esa tarde! Ahora bien: ¿debe dar que hablar ese vídeo en el apartado En directo de la web noticiosa, y vinculándolo directa o indirectamente con una –falsa– toma de rehenes? Sí, hay preguntas que ofenden. Escribo dos días después de la matanza. De esos asuntos –y sobre todo de los tres primeros, los que hoy importan– se ignoran aún detalles fundamentales. Es naturalísimo. Puede que el saber no ocupe lugar. Pero ocupa tiempo. La búsqueda de los criminales no se puede narrar en directo. Como tampoco se pueden instruir en directo sus acusaciones, a la manera escandalosa de aquel juez del pueblo cuyas conclusiones obtuvieron tanto éxito en Palma de Mallorca.

Comprendo la actitud de las compañías de noticias. ¿Si Twitter y Facebook les roban las noticias por qué no irían ellos a arrancarles parte del parloteo? Pero así han convertido al periodismo digital en un oxímoron. El atentado en directo nada tiene que ver con la información, sino con la ansiedad. Desde la necesidad de información, las tres horas descritas fueron una pérdida absoluta de energías: de los que escribían y de los que leían. Capaces, además, de producir un efecto de desinterés en la lectura de los diarios del día siguiente: las crónicas parecían usadas, hechas a retales. Probablemente lo estaban, pero también incluían una aspiración al orden que el ansioso de ayer despreciaba. Si yo dejé de empapuzarme con la junkfood digital fue para llegar limpio, seco y con hambre al periódico de la mañana. Otro cantar es lo que pasa entonces, pero no es ahora este cantar. Mejor no pensar, por último, en lo que el directo supone respecto a la posverdad. Si en aquel ecosistema informativo que diferenciaba claramente los periódicos de la barra del bar (¡a pesar de que en las redacciones se bebía!), la mayoría de los americanos seguía sin querer saber quién mató a Kennedy, ¿qué sucederá ahora que las compañías de noticias comercian por igual con lo real y lo falso, y lo peor, y lo que es la novedad auténtica de la posverdad, sin resignación y sin vergüenza y hasta con orgullo techie?

Te dije hace tiempo que el móvil había sustituido al tabaco y que en la compulsión de su uso se adivinaban los rasgos del antiguo adicto a la nicotina. Ahora, en la frecuentación compulsiva del rumor digital no solo veo el tabaco. Su adicción tiránica. Sus desagradables efectos sobre el olfato y el gusto. Veo también, exactamente, la metástasis del conocimiento.

Sigue ciega tu camino