IÑAKI EZKERRA-EL CORREO
- Una moda de la pandemia: separar en los restaurantes a los grupos de amigos
Es una de las modas que ha traído la pandemia: separar en los restaurantes a un grupo de amigos en dos mesas si pasan de cierto número. La medida da pie a que alguien tome siempre la brillante iniciativa: ‘Vamos a distribuirnos a la vasca’. O sea, como en el colegio: los niños con los niños y las niñas con las niñas. El resultado de esa burda operación logística es un coñazo. Lo tengo comprobado. Invita fatalmente al estereotipo más revenido y tradicional. Ellos adoptan sin encomendarse a nadie el aburrido rol de tíos y se ponen a hablar de Florentino, de la UEFA, de la fusión de CaixaBank con Bankia ¡y hasta de los recuerdos de la mili! Ellas, aunque de manera menos acusada (debo reconocerlo), adoptan el papel paralelo de chicas y se lanzan a apasionantes disertaciones sobre bautizos, bodas o peluquerías.
Es absurdo, pero pasa y yo diría que de modo infalible en toda la geografía nacional. Lo he vivido en distintas ciudades y contextos. De pronto una mera distribución de mesas y sillas es capaz de dinamitar toda la evolución cultural y social que uno pensaba que se había producido en este país durante los últimos sesenta años; de devolvernos a los más rancios y manoseados clichés masculinos y femeninos de la España eterna; de volatilizar la superstición de lo modernos y progres que nos habíamos vuelto; de imponernos una tristeza cuartelaria y de retrotraernos al cliché machista que los machos habíamos dejado atrás o al gineceo castizo que había enterrado el empoderamiento feminista.
De pronto unas mujeres que leen y trabajan y están al tanto de la actualidad se transforman en sus madres o sus abuelas para hablar de trapitos. De pronto a unos tipos que uno consideraba normales los sientan juntos en una mesa y les sale una taciturna y tediosa cara de mus aunque no haya tapete ni cartas ni copitas de brandy Soberano o de anís del Mono. Es como un insólito viaje al pasado, una cutre inmersión en el túnel del tiempo, un truco de magia sin magia. Es un rollo, vaya.
Sí. Uno es disciplinado y soporta sumiso que un camarero le ponga el termómetro cuando es el cliente quien debería ponérselo al camarero ya que es este el que va de mesa en mesa toqueteando copas y platos. Uno se pone la mascarilla las veces que haga falta y se vacuna de lo que sea cuando le toque: de la AstraZeneca o de las paperas. Pero lo que no piensa hacer es volver al cole. Me siento degradado teniéndole que hacer señas a mi mujer desde una mesa a otra. Uno, más en este tiempo mustio que nos ha tocado, sale para conversar, divertirse, reírse de algo que no sea que a un amigo se le notan las señas del órdago o de que tiene malas cartas. Y, la verdad, me importa un huevo Florentino.