Arcadi Espada-El Mundo
LA LIBERTAD de crítica y de ofensa son características de las sociedades democráticas. Cualquier ciudadano es libre de practicarlas y puede ser objeto de ellas. Así es como la Mujer, Dios y el Rey pueden sufrir impugnaciones razonadas y también burlas. Esa posibilidad se ampara, genéricamente, en lo que se llama libertad de expresión, aunque ese sintagma es impreciso y desde luego no blinda cualquier conducta. Un ciudadano puede calumniar e injuriar y debe tener la posibilidad de hacerlo, es decir, la posibilidad de que no se anule preventivamente su derecho, aunque su ejercicio pueda costarle ciertas reparaciones posteriores. La sentencia absolutoria del Tribunal de Estrasburgo sobre la quema de fotos del Rey trae de nuevo a la actualidad estas viejas cuestiones. El Tribunal cree que la acción de los dos independentistas catalanes está amparada por la libertad de crítica y no supone delito alguno.
Es una sentencia hipócrita y lastimosa.
El aparato crítico que incluye la quema de una foto del Rey es similar al que incluiría un puñetazo al Rey. Nadie podría decir que no había crítica en el golpe. ¡Crítica y de la buena! Pero a la hora de juzgar al autor los tribunales, lógicamente, segregan la crítica y se quedan, castigándola, con la violencia. Condenar en efigie no es lo mismo que hacerlo en llama viva, pero llevar una foto de alguien a la pira es un modo de violencia simbólica. Sobre todo atendiendo a las novedades que vienen produciéndose en este apartado de la vida y entre las que destaca el proyecto de ley para castigar el piropo (delito de violencia simbólica) que los Macron quieren llevar a la Asamblea Francesa. Estrasburgo puede incluir la violencia simbólica entre las libertades que se ejercen sin riesgo; pero debe llamarla por su nombre y su nombre no es crítica. Como no lo sería tampoco si se tradujera la acción de los dos catalanes a sus exactas palabras y así hubieran dicho, en un documentado aserto, que hay que quemar al Rey.
Estrasburgo no detecta, por último, una voluntad personal en la acción. Quieren decir los magistrados que los dos catalanes no tenían nada personal contra el Rey. Tal vez. Digamos nuevamente que el terrorismo, ni siquiera simbólico, nunca tiene nada personal contra sus víctimas. Y es lástima que el irreprochable Estrasburgo, en su afán despersonalizador, no detecte lo que hay detrás de quemar una efigie o una bandera, que es quemar simbólicamente a los millones de hombres que se sienten representados por el