MANUEL MARTÍN FERRAND, ABC 08/01/13
El pensamiento político original generado en 2012 podría imprimirse en un librillo de los de papel de fumar que fabrican en Alcoy.
Somos una Nación, o más de una en el desviado entender de quienes esperan por sus ideas una conveniente retribución y un abuelo identificable, en la que los tambores y el viento ocupen más decibelios en la banda de los sonidos que toda la cuerda junta. Ello sirve para perfilar un futuro complejo. Nuestros vecinos en el Continente han hecho elegancia de los sonidos mientras nosotros los convertíamos en fatuidad. El laicismo y el confusionismo, juntos o por separado, tienen un fondo sonoro en el que se nutren los sabios, los místicos y, antes de perder su propia inocencia, los educandos de banda que, por donde sale el sol mejor que por donde se pone, le dan más bombo al flautín de una zarzuela de Ruperto Chapí que al órgano que, con pretensiones de grandeza, puede terminar por echar abajo con sus resonancias las fallas prejosefinas —de cemento armado, pero menos— con las que Santiago Calatrava, antes de darse a la fuga, quiso reemplazar la elegancia abigarrada de una barraca a punto de cumplir una paella por unas esculturas que, llamándolas edificios, parecen más artísticas y concordantes con la grandeza que se pretende desde nuestra generalizada pequeñez política y raquitismo ético.
Así, pasados ya los días de mucha fiesta laica sobre escasos cimientos religiosos —algo incuestionablemente nuestro, disparatado y esperpéntico—, nos entregamos a la sorpresa y, ya en el calor de la Pascua Militar, escuchamos medias verdades, mentiras completas, provocaciones generalizadas junto con el «!tú más!» con el que el débil y pobre de espíritu suele pretender el daño de quienes, como Antón Perulero, se dedican a atender su juego. El tiempo, en donde reside sin ser contabilizada toda la rabia del español sentado, va gastando sus latidos. El Gobierno hace como que gobierna y la oposición como que se opone. Es el tinglado de la antigua farsa pero con más gaznápiros en el reparto y, entre becerros, erasmus, sobrinitos y cupos partidarios, insufrible por multitudinario.
En lo único en lo que parecemos estar todos de acuerdo, algo que nos convierte en generalizadamente sospechosos, de individuofobia, es en que esto no puede seguir así, tan plural que ya no cabe el baile por parejas y debamos conformarnos con el suelto y tan liviano que el pensamiento político original generado en 2012 podría imprimirse en un librillo de los de papel de fumar que fabrican en Alcoy. España, lo que nos queda de ella, necesita grandes transformaciones. No vale con revestir con seis alfombras viejas y cuatro magníficos tapices una zahúrda calamitosa para que ésta pase a ser civilizado pal aci o y al bergue de la memoria de glorias colectivas y méritos individuales. El año nuevo nos exige, recién aterrizado, voluntad férrea. ¿Nos queda algo en el almacén?.
MANUEL MARTÍN FERRAND, ABC 08/01/13