Tomás Cuesta, ABC 18/12/12
Quien pretenda acercarse a la realidad política de Principado se introduce en un laberinto en el que todas las salidas confluyen en la voluntad de un partido, el de Junqueras.
En la covachuela de la política catalana, el último líder republicano se proyecta como un clavo de estabilidad para un «president» en la antesala de la implosión. Oriol Junqueras es ahora el centro de gravedad de una situación que oscila entre lo insostenible y lo inimaginable, entre lo increíble y lo inevitable. Preso de sus últimos compromisos, que es tanto como decir errores, Artur Mas es la palanca de un proceso secesionista que ya lo ha devorado antes siquiera de la sesión de investidura. Su margen de maniobra es tan escaso que el simple hecho de mantener las apariencias ya es todo un logro. En cambio, Junqueras dispone de las coartadas básicas para formular un gobierno desde la sombra, para imponer una ruta hacia la secesión cuyo sustrato está más definido en las arengas y desplantes de Mas que en el programa de ERC. De tal manera que las consecuencias son el jardín de Junqueras y las causas están en la secuencia de errores que Mas activó desde el mismo momento en el que se pasó por el arco del triunfo las leyes que sustentan su menguante legitimidad.
Quien pretenda acercarse a la realidad política de Principado se introduce en un laberinto en el que todas las salidas confluyen en la voluntad de un partido, el de Junqueras, que viene de fagocitar al PSC, tras un tripartito del que los socialistas aún pagan factura, y amenaza con provocar una vía de agua definitiva en el partido de los Pujol. Hay quien prefiere la expresión del abrazo del oso para resumir una realidad marcada por la chapuza de unas elecciones a destiempo basadas en la expectativa de que los electores le darían a CiU la mayoría absoluta y un cheque en blanco para mandar con absoluto desprecio de la realidad, las normas y el interés general, que es exactamente lo que ocurre cuando en lugar de abordar la crisis se diseña un día después para una proclamación de la independencia, de aquí un par de años.
Las urgencias del día a día, los impagos, la deuda, la dramática situación de centenares de miles de personas sin futuro, las colas ante los comedores sociales, el colapso de los mecanismos asistenciales; todo eso queda solapado en unas negociaciones entre Convergència y Esquerra en las que Junqueras lleva la voz cantante porque si bien es cierto que el poder desgasta y devalúa a quienes no lo ejercen y a quienes lo ejercen, casi nunca consume a quienes lo detentan. La Cámara, en este caso, es la expresión exacta del signo de los tiempos. Tras el «sorpasso» electoral el tribuno Junqueras asienta sus reales (la paradoja, aun siendo chusca, resulta pertinente) allí donde hace nada los gerifaltes socialistas campaban por sus fueros.
Al lado del pasillo y del joven Pujol (que se marchita por momentos). A un tiro de gracia (o a un tirón de riendas) del «president» venido a menos. En una excepcional contrabarrera para asistir al «correbou» y fustigar a los cabestros. Para gobernar, en suma, sin exponer un ápice y sin recortarse un pelo. Sometiendo a sus socios (si es que llegan a serlo) al rigor epiléptico de la ducha escocesa: fervor y escalofrío, sofoquina y tembleque. Escocia, que era el éxtasis, ahora es el tormento.
Ante semejante enredo, del que Mas se ha hecho responsable con la resignación de un testaferro, la legislatura es un enigma y no sólo un problema. Los problemas, al cabo, siempre se pueden resolver por intrincados que parezcan. Los enigmas, en cambio, nunca tienen respuesta. A ver, ¿dónde están las llaves?, inquieren quejicosos los náufragos del sueño. En el fondo del mar, canturrea incitante el astuto Junqueras. En el fondo a la Esquerra.
Tomás Cuesta, ABC 18/12/12