CÉSAR ANTONIO MOLINA-EL MUNDO

El autor medita sobre los hechos inmediatos y los que aún están por venir en este nuevo curso y apunta: «Para salvar a una democracia de sí misma se necesita una ciudadanía activa».

ME GUSTARÍA INICIAR este nuevo curso político redactando uno de esos artículos que escribía mi añorado maestro Álvaro Cunqueiro. Hablarles, por ejemplo, de los Kuchi, una tribu afgana que inventó la flauta; o de Sir Gilbert Price que viajó al Afganistán, en los años 30 del pasado siglo, para estudiar a los perros del país (en Madrid ya hay más canes que niños); esos elegantes, finos, olfateadores, rápidos y duros animales. Sir Gilbert ya había investigado sobre los perros pastores lapones, los spaniels, y al famoso Flush, el perro de Isabel Barrett Browning, fallecido en Florencia. Frente al Palacio Pitti hay una placa en el inmueble donde vivió y murió la escritora británica, muy cerca por cierto de la casa donde estuvo escondido Carlo Levi, el autor de la novela Cristo se paró en Eboli . Virginia Woolf le dedicaría todo un libro y su dueña un poema titulado Flush or Faunus. Un perro romántico porque suspiraba como un enamorado.

Pero no va a poder ser así porque, tras la aparente tregua veraniega, hay que volver –como escribió Larra– «al espectáculo de la tragedia española y de la propia impotencia ante él». Tragedia, drama, tragicomedia, esperpento, aplíquenle ustedes el género literario que quieran. El espectáculo de los asesinos etarras siendo recibidos como héroes; el no menos alarmante espectáculo del socialismo navarro gobernando con Bildu, los asesinos de tantos militantes suyos, ¿nos hemos olvidado de Ernest Lluch, Tomás y Valiente o Fernando Múgica, entre tantos otros? ¿No hay memoria histórica para ellos? O, si se prefiere, el espectáculo de las ya peligrosas universidades españolas rechazando a nuestros exitosos científicos galardonados internacionalmente que, sin embargo, aquí, son afrentados ante mediocres endogámicos. No menos grave, el espectáculo hiriente de todos nuestros políticos (sí, Todos, con mayúscula) de vacaciones, habiendo suspendido todas las asignaturas y sin prepararse para este septiembre endiablado. Ya lo decía Fígaro: «El político no ve más que propios intereses y derechos». Y si eso no era poco, el espectáculo de Torra, indigno como siempre, insultando a nuestros compatriotas que liberaron París. «Estos catalanes –diría Azaña, ya en el exilio, en una carta a Carlos Esplá– se tienen muy merecido lo que les pasa. Lo malo es que su locura ha dañado a todos, porque también nosotros hemos tenido nuestros mentecatos, nuestros esquizofrénicos, nuestros visionarios… y nuestros memos. A los mitos idiotas de Burgos se le pueden oponer otros mitos de Barcelona o Valencia no menos risibles. Unos y otros son a los frutos de la inteligencia, lo que las fallas de su país de usted son a la estatuaria. Lo mejor sería hacer una hoguera con unos y otros».

Y en medio de todo esto, la Amazonía en llamas y Brasil, «el país del futuro», como escribió Zweig, paradójicamente instalado en un futuro que nunca llega. No menos traumático, a niveles globales, ha sido el inusitado golpe de Estado contra el Parlamento Británico, el más antiguo del mundo, que pone en grave riesgo a las democracias occidentales, y a la propia Reina, que jamás lo debió firmar.

Un día, Walter Benjamin, recorriendo el París de hace un siglo, leyó una gran pintada a la entrada de uno de los pasajes. Decía así: «¡Disparad contra los relojes para detener el día!». ¿Qué es si no un gobierno en funciones? ¿Cómo tenemos que asimilar la imagen del Audaz recorriendo el Mediterráneo para recoger a 15 personas? Con ese gasto ¿a cuántos necesitados se les podría dar de comer? ¡Que los problemas acaben arreglándose a sí mismos, porque para crearlos ya nos bastamos nosotros! Y me refiero a todos los partidos. Los inmigrantes continuamente a las puertas, sin que Europa siga sin saber cómo arreglar este problema. Problema que ha provocado, en gran parte, la vuelta de la extrema derecha más radical; el Brexit con su mal ejemplo antidemocrático y dictatorial del actual primer ministro británico; la desaceleración económica; la Diada y demás aquelarres nacionalistas, y la sentencia por el golpe de estado de Puigdemont y demás conspiradores, a punto de hacerse pública. «¡Yo soy nacionalsocialista! Tú eres incapaz de comprenderlo porque tienes talento. Yo no lo tengo, así que necesito el nacionalsocialismo». Esto es lo que le declaró a Sándor Márai un íntimo amigo antes de lo que iba a suceder en Alemania.

¡Volver a votar! Los ciudadanos que vamos a votar en unas elecciones lo hacemos porque tenemos fe. Es decir, un consuelo anticipado. Fe en la ideología que representa ese partido y esos dirigentes supuestamente capacitados. A estas alturas muchos han perdido la fe. ¿Volver a otras nuevas elecciones? Por capricho y egolatría, por falsas tácticas partidistas, por equivocadas estrategias. ¿Quedará alguien con fe? «Sin fe, sin ideologías,/me encontré solo llorando sobre mis ruinas», dicen unos versos de Jules Laforgue. Nuestro Mariano José de Larra, nuestro zarandeado patrón laico, llegó a confesar en su desesperación que no sabía ya para quién escribía, que ya no sabía quiénes eran los suyos. Yo todavía creo que sí, pues son los mismos de siempre, solo que inútilmente reprendidos. Todos los políticos (Victor Hugo, que también lo fue, los definió como «médiocrité supérieure»), y también los nuestros, están a punto de morir por tener razón. A Bunin, uno de los grandes escritores soviéticos represaliados, lo acusaron de «nihilismo ideológico podrido». Él había gritado que las mentiras lo ahogaban. Las mentiras no solo propias sino también las ajenas de Trump, Putin, Johnson, o Salvini, no es que se estén ya convirtiendo en verdades sino en algo peor: en ideologías.

Para salvar a una democracia de sí misma se necesita una ciudadanía activa. En el caso de tener que ir a votar: ¿a cuánto sale el voto per cápita? Yo propongo que se vaya activamente y se convierta también en un referéndum. En la próxima reunión entre Iglesias y Sánchez me imagino este diálogo semejante a aquel otro que mantuvieron Lenin y Trotski:

–L. (P.I.) «¿Qué será de nosotros si fracasamos?».

–T. (P.S.) «¿Qué será de nosotros si triunfamos?».

También me imagino la próxima charla entre el Rey y la Presidenta del Congreso: «Majestad. Individualmente los cantantes del coro son muy buenos, pero el coro es un desastre». Esto se lo dijo el alcalde de la ciudad de Lvov al Emperador Francisco José. Durante décadas habían intentado que visitara la capital de Galitzia, y ya de viejo lo hizo. La Aida (de por sí poco grata) que le prepararon como agasajo fue horrorosa. A la vista de la cara que ponía el Emperador austrohúngaro, al alcalde sólo se le ocurrió esa disculpa. Volviendo a Lenin, en Democracia verdadera, un texto perteneciente a Estado y revolución, escribió que el verdadero socialismo haría intercambiables la vida personal y la política, por lo que una no tendría que cuidar de la otra. Iglesias de esto sabe mucho, y los demás, este verano, han tomado buena nota.

EN UNA CHARLA entre el escritor judío Stéphane Hessel, autor de Indignaos, y el palestino Elías Sanbar ambos llegaron a la conclusión de que estamos en el nadir de la democracia occidental. Nadir, en astronomía, es el punto de la esfera celeste que representa la dirección vertical descendente, en un punto concreto, opuesto al cenit. El punto más bajo. Siendo yo un joven periodista, allá por los inicios de la democracia, en una entrevista a Bergamín (nunca las permitía) publicada en Cuadernos para el Diálogo, el republicano y gran escritor madrileño exiliado, me dijo: «Lo más peligroso en el toreo es hacer trampas, porque el toro nunca las hace y el torero nunca hace la trampa para el toro ni para él, sino para el público, que es lo que sucede en la política y lo que está sucediendo ahora en España. Porque lo más peligroso y difícil de las trampas, en política como en el toreo, es salir de ellas. La trampa está clara para todos, todo es una gran trampa. Los tramposos también está claro que lo son. Lo único que está oscuro, oscurísimo, tenebroso, es cómo vamos a salir de esa trampa».

P.D. ¡Ah!, esta sí una gran noticia. Quince millones de euros para la Real Academia Española. El Gobierno anterior, supuestamente «nacionalista» español, ni agua.

César Antonio Molina es escritor, ex director del Instituto Cervantes y ex ministro de cultura. Autor de La caza de losintelectuales (Destino) y Las democracias suicidas (Fórcola).