Rebeca Argudo-ABC

  • Es llamativa la manera desacomplejada de manifestar en público el desprecio a un valor medular de la democracia como es el pluralismo político

Yolanda Díaz subía muy indignada a la tribuna de oradores durante el pleno extraordinario que se celebraba en el Congreso por los casos de corrupción que asuelan al PSOE, sus socios del Gobierno. Tan angustiada estaba (ella y la ciudadanía progresista) que, sin temblarle el pulso, ha abroncado despiadadamente y exigido petición de perdón a… Feijóo. «Hoy subo aquí, señor Feijóo», bramaba (pelín sobreactuada para mi gusto), «en nombre de mi padre porque no querría jamás que gobernaran las derechas en nuestro país». El padre de Yolanda Díaz, sindicalista, había fallecido el día antes. Y su hija consideraba conveniente en ese momento, apenas unas horas después, politizar su deceso, el íntimo duelo, y exhibirlo desprejuiciadamente. Y así, en medio de colérico homenaje ‘postmortem’ (rigurosamente ‘postmortem’, ‘intramortem’ al mínimo descuido), es como asimilaba la vicepresidenta segunda, con total naturalidad, el deseo del finado con el devenir de todo un país.

Más allá de la ausencia de ética y estética de la instrumentalización electoralista del reciente (recientísimo) fallecimiento de un padre, es llamativa la manera desacomplejada de manifestar en público el desprecio a un valor medular de la democracia como es el pluralismo político. Lo preocupante es que esa desvinculación entre el método democrático y el ideal democrático está demasiado generalizado. Son muchos, algunos con mando en plaza, los que creen que una democracia consiste en que los gobernados elijan a los gobernantes mediante concurso electoral periódico, pacífico y libre. Solo eso. Nada más que eso. Que todo es levantarse un domingo cada cuatro años, llegar al colegio electoral correspondiente por propia voluntad y depositar, ceremoniosamente, un papelito con su voto en una urna. La fiesta de la democracia como democracia misma. Y entre ese domingo y el que corresponda, dentro de unos años, no parece importarles demasiado que quien gobierna, siempre que sea de los suyos, olvide trabajar para la realización del ideal democrático, que es tarea fundamental y compromiso adquirido. Esa falta de educación democrática, ese desinterés y desconocimiento, es terrorífico caldo de cultivo para que un gobierno, elegido democráticamente, pueda actuar de la manera menos democrática que se pueda imaginar (una democracia del método pero no de las ideas). Y todo ello en connivencia con unos gobernados, una parte de ellos, más preocupados por evitar la alternancia política que por exigir a los gobernantes un compromiso firme con los valores democráticos y con su realización.

Y en eso estamos, ya lo ha dicho Yolanda Díaz con desacomplejada memez. Le preocupa mucho más que no gobiernen las derechas que exigir a una formación que no cuenta con mayoría suficiente por sí misma que asuma la responsabilidad de todas las fechorías que vamos conociendo. Pero, claro, si hiciera eso, si retirase su apoyo al PSOE y se vieran obligados a convocar elecciones, el pecio que es Sumar difícilmente se iba a ver en otra como esta. Así que, en el nombre del padre, mucho mejor enfurruñarse y seguir apuntalando a un Gobierno hecho de culines de cubata que se sostiene por los pelos de una pírrica ventaja meramente aritmética que nos está saliendo demasiado cara.