El problema principal no es el plan Ibarretxe, sino la dinámica abierta por el nacionalismo vasco desde el Pacto de Estella, que ha acabado legitimando veintiséis años de terrorismo contra la Constitución y la democracia. Por eso, no vendría mal, contra lo que se aconseja, un cierto dramatismo en su rechazo, una condena mayoritaria y al unísono.
Un buen amigo, poco tiempo antes de fallecer, descubrió la razón por la que yo lo pasaba bien leyendo El Quijote. Recuerdo que se escandalizaba cuando veía que con su lectura acababa riéndome. Lo contó en una conferencia, lo que me produjo un cierto sonrojo y desasosiego, porque podría entrar en un análisis psicológico: yo podía pasarlo bien con El Quijote porque era bastante menos nacionalista que él. Por el contrario, él no podía leerlo a gusto porque se identificaba demasiado, cual el vizcaíno de la primera parte del libro, con nuestro enajenado héroe, incapaz de apreciar el paradójico sentido del humor, la fina ironía, y el serio contrapeso que ejercitaba la pedestre sensatez de Sancho. Él acabó achacando al excesivo doctrinarismo de su juventud el que no pudiera disfrutar del Quijote como yo.
No tiene mérito descubrir hoy en Zapatero a don Quijote. Pero el otro día, cuando le vi acompañado por Bono en el patio de la Armería del Palacio Real pasar revista tras el Rey a esos soldaditos de plomo tamaño natural que son los de la Guardia Real, tuve una revelación: ¡ahí estaba nuestro Sancho!, ¡es Bono! No solamente porque organizó una toma de posesión del ministerio digna de los festejos de su paisano cuando le hicieron gobernador de la ínsula de Barataria, sino que, cual Sancho, en los momentos trascendentales se eleva y adopta un papel egregio y hasta aúlico, molestado únicamente por su pronunciado guegueo. Imitando al cardenal Cisneros cuando, ante los nobles levantiscos, les enseñó por la ventana sus cañones y les hizo entender dónde residían sus poderes, Bono, en la Academia de Toledo, dijo que en la Constitución cabe lo que cabe, para ver después el desfile de los BMR; y lo mismo en el discurso de la Pascua Militar, después de la revista a los soldaditos de plomo.
Es verdad que lo dijo con una cierta tosquedad manchega. Y más en estos tiempos de poca conciencia y poca reflexión, en los que recordar que todo orden político al final se asienta en unos instrumentos de coerción necesarios resulta una ordinariez, cuando en otras democracias forman parte de lo sobrentendido. Hace bien Sancho en recordar los fundamentos finales, no vaya a pasar como con la Constitución de Cádiz, una serie de ideas estupendas pero faltas de los instrumentos para hacerlas prevalecer. Que al final el buen rollito idealista del Quijote no tenga que ser solucionado cuando no funciona por Sancho. Que no le tenga que avisar éste, como en el episodio de la cuerda de presos, que el plan Ibarretxe no es una propuesta más, que se rechaza en el Congreso y no pasa nada. Que, por el contrario, los auténticos desgraciados no son los presos que llevaba custodiados la Santa Hermandad, sino las víctimas del terrorismo, los miles de acosados y extorsionados en el País Vasco, que encima tuvieron que padecer el sábado en Bilbao una formidable manifestación de Batasuna enalteciendo a De Juana Chaos.
Aunque esa forma de expresarse tan sincera resulte tosca, puede ser útil. Porque el problema no es principalmente el plan Ibarretxe, que al fin y al cabo va ser rechazado, sino la dinámica abierta por el nacionalismo vasco desde el Pacto de Estella, que ha acabado legitimando con los votos del brazo político de ETA estos veintiséis años de terrorismo contra la Constitución y la democracia, educa en la exclusión del disidente y convierte a jóvenes en fanáticos doctrinarios incapaces de leer no sólo El Quijote sino cualquier obra con un poso de humanismo. Lo grave no es el plan Ibarretxe, sino esa dinámica hacia el totalitarismo nacionalista.
Por eso, no vendría mal, contra lo que se aconseja, un cierto dramatismo en su rechazo, un otorgamiento de la importancia que tiene, una cierta escenografía de condena mayoritaria y al unísono. No vendría mal, sobre todo, para los que en Euskadi aguantan el tipo y descubren desesperados que el plan Ibarretxe amenaza con dinamitar los inseguros puentes de consenso y convivencia entre las principales fuerzas que todavía aguantaban. Porque el plan Ibarretxe no es una propuesta más en este año cervantino.
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 13/1/2005