JOT DOWN 28/12/16
ENTREVISTA IÑAKI ARTETA
Iñaki Arteta (Bilbao, 1959) es fotógrafo, guionista y director. Lleva quince años haciendo documentales sobre las víctimas de ETA. Nada más, y nada menos. No lo ha tenido fácil, no es un tema comercial, ni cómodo. Y menos mal que alguien lo hace. Acaba de estrenar su última película, Contra la impunidad.
¿De dónde surge este gusanillo de elegir el tema de ETA y las víctimas? ¿En qué momento decides coger esa senda?
No tengo ninguna duda de que surge de la rabia y de la impotencia. A mediados de los ochenta, más o menos. Rabia, de empezar a comentar con algún pequeño círculo de amigos el horror que vivimos, que sentíamos con lo que estaba pasando allí. Con un amigo pensamos que podíamos hacer algo en cine que tuviera que ver con esto, con expresar lo que sentíamos como ciudadanos, horrorizados por vivir en un sitio donde se mataba a gente y parecía que no pasaba nada. Y además ni nos atrevíamos a decirlo en público. Es una paradoja, porque pensábamos: joder, si no te atreves ni a discutirlo por ahí con otra gente, y vamos a hacer algo público, una película… Pues sí. Vamos a hacer algo que sea importante para nosotros, y que pueda tener trascendencia, que lo vea otra gente. Y estuvimos durante cuatro o cinco años intentando levantar un largo de ficción. Era una película que entonces era en clave política-ficción: ¿qué pasaría si ETA desapareciera, qué habría pasado si ETA hubiera desaparecido hace diez años? Una especie de thriller, con tintes políticos. Yo creo que pensaba todo el mundo que aquello no se iba a acabar nunca.
La única manera de abordarlo era la ficción.
Sí. Pero no pudimos hacerla. Yo todavía lo compaginaba con la fotografía, trabajaba en la Diputación de Vizcaya, en el gabinete de prensa. Habíamos hecho muchos contactos, pero no despegó. Entonces pensamos en hacer un documental, y el primero, en 2001, lo rodamos en tres meses, un mediometraje de treinta minutos, Sin libertad. Esa fue nuestra salida del armario, nuestro grito de rabia.
¿Qué acogida tuvo?
Ganamos un concurso en Nueva York de cine independiente, al mejor director de documental internacional. Estuve finalista en el Hollywood Festival, en Los Ángeles. En España tuve cuatro o cinco premios. En América otros dos. En Rochester, en Hamburgo, una docena de premios. Y entonces ya nos animamos a hacer un largo.
¿Y en el País Vasco?
Causó mucha sensación. Di entrevistas en la prensa y noté, digamos, no voy a entrar en detalles, que se me empezó a hacer un cierto vacío social.
¿Notaste que eras como un apestado?
Sí. En cuanto salí en el periódico hablando de la película. Yo había hecho cortos y alguna vez había salido en el periódico, y mis compañeros de trabajo se alegraban, te comentaban, pero cuando salió una entrevista en El Correo sobre la película de ETA empezaron a cambiar los gestos, las relaciones se enrarecieron. Recuerdo que una compañera me dijo: «¿Sabes dónde te has metido?». Le pregunté si había hecho algo malo, y no respondía.
Eras fotógrafo y el teléfono dejó de sonar.
Exacto. En ese tiempo estuvimos ya pensando, no desanimados sino animados por el éxito de la película, en hacer un largo. Sin libertad eran intervenciones de víctimas y de gente perseguida, Savater, Azurmendi… queríamos hacer una película de casos de víctimas, pero desconocidas, las más desconocidas que pudiera haber con historias. Y eso es lo que hicimos.
Trece entre mil, en 2005.
Sí, estuvo nominada a los Goya.
Como artista, y como ciudadano, te has sentido solo. ¿Has tenido problemas de distribución, exhibición?
No vincularía una cosa a la otra. Creo que todos los que nos dedicamos a esto tenemos más o menos lo mismo. Hay gente que hace cosas buenas y no les salen nunca, o les salen diez años después. El documental en general es muy difícil. Nunca he pensado mal. No tengo ese carácter de hacerme la víctima, no le echo mucho cuento a las cosas. Para producir esta vez nos ha ayudado mucho, y de forma desinteresada, la Fundación Villacisneros.
Al margen de los problemas para hacer las películas, ¿te has sentido solo?
La soledad, si te refieres a la social, joder, es tremenda. De explorador en el Polo Norte.
¿Cómo es posible que con el gran tema que hay ahí, ETA, en el cine, en literatura, se haya hablado tan poco de ello? Como el elefante en la habitación.
Porque nadie quiere hablar de ello. No está escrito que hable nadie de ello, pero todo el mundo lo sabe. Hay unos códigos que son muy difíciles de explicar cuando sales de allí. Hemos visto muchas películas dramáticas de sociedades muy opresivas, de nazis, de los judíos y tal, acerca de que el ser humano es capaz de aislar a otros por la puñetera ideología, pero es que no acabas de creértelo. Yo creo que la gente puede entender mejor un asesinato de una señora aquí, en la Gran Vía de Madrid, que lo que les puedes contar de allí. Hemos vivido una situación muy extrema, en todos los sentidos.
También hay un instinto de supervivencia. Lo ves con los inmigrantes, que llegan de todas partes de España, y ahora extranjeros, miran alrededor y ya saben lo que tienen que hacer, lo que no, de qué hablar y de qué no hablar. En una semanita te enteras. Pero allí eso lo sabemos todos. Que yo me ponga a hablar de esto… Detectaba quién había leído mi entrevista en el periódico y quién no, por la mirada de la gente, por cómo se dirigía a mí.
Desde fuera del País Vasco se podía tener una visión simplificada: había un partido que apoyaba a ETA, pero el resto no. Ahora bien, aun estando contra ETA, había cosas que no se podían decir, y podías colaborar a ese silencio, a ese aislamiento, a ese mirar para otro lado de muchas maneras.
Claro, claro. Y ha durado tanto tiempo esto que todo se ha ido montando para que parezca un accidente. Si a uno le aíslan, le sacan de una actividad… No me gusta mucho la expresión, pero le matan civilmente. Deja de existir en su espacio profesional.
Por ejemplo, en la ETB, la televisión pública vasca, hubo una polémica porque no emitieron el documental 1980, sobre el año más sangriento de ETA.
Ha puesto alguno, sí, y nos ha comprado los derechos de la última película, no sé para qué, igual hacen un pack con siete películas de presos. Lo que pasó aquella vez es que dijeron que era «un poco sesgada» y por eso no la ponían. Salió un diputado del PNV diciendo que la película tampoco era nada del otro jueves, y los especialistas de la ETB ya saben lo que compran y lo que no. Fue gracioso.
¿Qué piensas cuando te acusan de que un documental está sesgado porque solo habla de una parte?
Es que es verdad. Claro que es sesgado.
Lo dicen como defecto, como algo que invalida la obra.
Sí, sí. Claro, porque allí lo que se lleva mucho es repartir la culpa —en ese asunto, en el resto, no—. Nada es blanco, nada es negro. No hay buenos, no hay vencedores ni vencidos. Solo en este asunto, insisto. En este asunto hay un relativismo alarmante. Merecen la santidad esos tipos de corazones tan grandes, que no ven malos porque a todos hay que tenderles la mano.
En Trece entre mil ves a trece personas que han sufrido y lo cuentan. Humanamente, lo ves y… ¿dónde está el problema de eso?
No lo sé. Claro, lo he pensado mucho. Y además se lo he reprochado a varios nacionalistas: «Ah, ya entiendo cuál es el asunto: ¿tú detectas que yo no soy nacionalista porque me dedico a contar historias de víctimas? Pues el problema lo tienes tú, ¿no?». No me han contestado nunca a eso, se me escapan. Yo no he tenido amenazas físicas, a mí los malos no me han hecho la vida imposible, me la han hecho los otros, los que parecen buenos. Que conocían a mi familia, que mi familia ha sido nacionalista…
¿Eras la vergüenza de la familia?
Sí. Y alguno ha dicho, me he enterado no hace mucho: «Ah, ese traidor». Traidor. Quiero decir que la cuestión clave es esa. Ellos se dan cuenta de que yo no soy nacionalista, a pesar de mi familia y de lo que podrían imaginarse; se dan cuenta cuando me preocupo por el mundo de las víctimas.
Que es un silogismo absurdo.
Pues no debe de serlo tanto. Algo tendrán en la conciencia. Es eso. ¿Qué he hecho de malo? ¿He hecho una soflama antinacionalista en la película…? Como ligo una cosa con otra, puedo decir cosas que no les gustan a los nacionalistas.
¿Por qué crees que las víctimas a veces están… tan mal vistas? ¿Por qué son incómodas?
Puede parecer exagerado, pero creo que si hubieran podido nos habrían eliminado a todos. Los que sobreviven, molestan.
Hablo más de la sociedad en general. ¿Por qué esa falta de empatía hacia gente que ha sufrido tanto? Más allá de la ideología de las propias víctimas, porque ni siquiera se sabe cuál es. Hay de todo.
No es fácil de responder, claro. Algo tiene que ver con lo que te digo: la molestia de ver a los supervivientes. Los supervivientes al final son un espejo donde nos miramos todos. Pero mira los atentados de extrema derecha, por ejemplo. La gente hablaba de ello, le parecía horrible, se manifestaba, y con las víctimas de la extrema derecha no hay ningún problema para ponerles nombres de calles. Se les ha reconocido popularmente. El componente nacionalista en ese asunto implica a todo el mundo. No son electoralmente una mayoría nacionalista, pero todo está impregnado de nacionalismo. Eso, que parece que no, está vinculado al impulso que han tenido los terroristas para hacer lo que han hecho.
Yo, después de toda esta experiencia, no puedo considerar bueno a nadie que no haya sido sensible con esto. No puedo. Y ya puede ser amable, y gente de mi familia a la que quiero mucho, pero no le puedo considerar una buena persona. Porque lo ligo con la coexistencia que hemos tenido todos con este asunto. Si dicen: «Yo no he tenido nada que ver…», es imposible. Desde la decisión de mandar a un niño a un colegio o a otro ya estás pensando si conviene, si no conviene. Las decisiones más íntimas.
Tomarse una caña también era una decisión política.
Tomarte una caña en un sitio o en otro, ir a unas fiestas, no ir. Ir a las fiestas de Bilbao y ver allí los carteles. Cualquier cosa de esas, si las comentas con otro amigo, por ejemplo, es una incomodidad. Me quedé sin amigos también. Sin algunos buenos amigos, con los que tenía muchísima relación. Se desvaneció el asunto. Y estoy seguro de que fue por esta actitud.
En esta última película, Contra la impunidad, tocas un aspecto muy descuidado, y es que las víctimas, aparte de lo que han pasado, se quejan también del tratamiento recibido por el Estado español. Más de trescientos atentados estén sin resolver. ¿Cómo ha ocurrido esto?
Hay dos cosas en lo que has preguntado. Una, que el Estado también haya fallado creo que también es la clave de todo esto. La debilidad de los diferentes Gobiernos hasta ahora, quitando alguna época, como la de Aznar, que fue más contundente a la hora de estrecharles el cerco legal.
El documental cuenta casos en los que el sumario se abría y se cerraba en cuestión de días, o que no había investigación porque no había testigos, o hacían cuatro fotos, autopsia y se acabó, o pasaban cinco años y no había novedades, o se cometían negligencias. Cosas de burocracia.
Estaba todo impregnado de la reivindicación nacionalista. Algo sobrevolaba a la sociedad de manera que transmitía que lo nacionalista tenía algún sentido. Y si mataban pues pensabas que Franco y tal, que han sufrido, y se llegó a creer el muestrario victimista de los nacionalistas. La policía, los jueces, el Estado también se excedieron en algunas ocasiones, como respuesta al terrorismo. También está el miedo que podían tener, pero aparte de eso yo creo que también había esa idea de: «Bueno, ya se arreglará, esto no puede durar toda la vida, algo habrá que darles a los nacionalistas para que esto se pueda solucionar, si hay gente que es muy buena, a ver cuándo dejan de matar, vamos a facilitarles las cosas…». ¿Cuántas facilidades se les ha dado para que acaben?
Y estos casos sin resolver: los papeleos, los plazos, los trámites, las negligencias… ¿cómo han sido posibles?
Dejadez, malas investigaciones, muchas cosas. En la época había demasiados atentados para los equipos que había en la policía, no daban abasto. Eso dicen ellos.
Explican que no les daba tiempo ni a terminar los atestados porque había atentados cada tres días.
El Estado era débil en el sentido de que no se supo atacar el terrorismo de una manera radical, contundente, con la ley. Se daban concesiones a los nacionalistas en virtud de pensar que si se les daban cosas, se iría acabando.
Hay un efecto en tus películas que es muy interesante: cuando metes imágenes de archivo y te traslada inmediatamente a la época. Esas imágenes tienen el efecto de que, de repente, ves cosas que te parecen increíbles vistas hoy, pero que sin embargo en el momento casi ni las veías porque te parecían normales. En ese salto está toda la distorsión. Asambleas municipales, gestos, declaraciones, personajes que dicen cosas inconcebibles…
Sí. Hemos vivido cosas que hasta a mí, que estoy empeñado y rebosante de documentación, no dejan de sorprenderme. Y es eso: ¿cómo hemos podido vivir así? En la película sale un tío, un etarra, que venía de la cárcel, dando un discurso en el Parlamento Vasco, en el 89 me parece, y todos escuchando como si nada. A algunos de los que están ahí en el Parlamento les matan años después. Ha sido un estilo de acometer algo que ha estado cuajado de errores, todo han sido errores.
Luego hay muchas historias escondidas. Primero se produce una acumulación de atentados, pero luego ya pasa un tiempo y se homogeneiza todo. Se va despersonalizando. En tus películas uno recupera las historias y los matices de lo que fue ETA. Una de esas historias de tu última película es la de los dos niños de cinco y siete años que se quedaron huérfanos porque mataron a sus padres, a los dos, acusados de ser toxicómanos. Manuel Paredes y Elena Montero, treinta y tres y treinta años. En 1990. Salían de un bar en la parte vieja de San Sebastián. Cada historia podría ser una película.
Sí, sí. Una película con muchos ingredientes, novelescos casi. Y no es que mataran a sus padres, es que tienes que ver cómo la justicia no te asiste, cómo acusan falsamente a tus padres, cómo los vecinos igual son los que han dicho: «Maten a esos, que vienen a las nueve y media a casa, o van al bar no sé qué». Convivir con todo eso.
Cuando te enfrentas con la cámara a alguien que te cuenta su historia es cuando descubres su horror.
Sí. Descubres unas ramificaciones de esas pequeñas historias que hemos conocido. Han matado a dos señores y han dejado a dos hijos. Qué pena. Pero cuando vas metiéndote en la historia… Alucino.
¿Cuáles son las historias que más te han impactado? Por ejemplo, en Contra la impunidad está la del taxista Manuel Albizu, cincuenta y tres años. Lo llaman un día que llueve desde una carretera comarcal, y cuando llega lo matan por la espalda. Lo acusaban de ser un chivato, ¿no?
Sí. En Zumaia, 1976. A mí, no sé, he oído tantas… Yo creo que en España nadie ha oído tantas historias de víctimas como yo. Porque, para cada película, para conseguir veinte igual he hablado con cuarenta o cincuenta más.
Cuando llamas a las puertas, ¿con qué personas te encuentras?
De todo. Pero muy receptivas, sobre todo. Con ganas de hablar. Yo recuerdo las primeras que hicimos para Sin libertad. Me acuerdo de la mañana exacta en la que hicimos la primera. Llamamos a la puerta, y la sensación de ser consciente de que íbamos a hacer algo que sería importante, la sensación de estar en una cocinita pequeña, con una madre y un hijo, la familia del enterrador de Bergara, que no me conocían de nada.
Tuviste la sensación de abrir una puerta que no había abierto nadie.
Exactamente. Y no les habían preguntado nunca nada. Y me abrieron el corazón, si puedo decir. Me abrieron la peor experiencia de su vida. Se la cuentan a un desconocido, que eso también tiene algo de… A mí cantidad de gente me ha dicho: «Esto no se lo he contado nunca a nadie, ni a mis hijos».
¿Cuál es la historia de Luis Domínguez, que simplemente era el enterrador del cementerio de Bergara? He leído que lo mataron porque enterraba a guardias civiles. Fue en 1980. Tenía treinta y nueve años, cinco hijos.
Enterraba a guardias civiles y luego él era cazador, iba al cuartel para las licencias, charlaba con ellos, se tomaban un vino, era como colega de guardias civiles. Chavales eran. Todos los guardias civiles que iban al País Vasco eran chavales. Y por eso lo mataron. Supongo que en los entierros los enterraría bien y de ahí la ofensa. Lo amenazaron y le hicieron alguna otra cosa antes de matarlo. Lo mataron en la puerta del cementerio, y uno de los asesinos, años después, cuando hicimos la entrevista, vivía en el piso de arriba de la viuda.
Y la historia de Ángel Astuy, en Oñate, cuarenta y ocho años, cinco hijos.
Sí. En 1980, prácticamente igual. Un policía municipal que hablaba con los guardias civiles. Les dirigía la palabra, en el pueblo. Y en la película dice su hijo que les decía el padre: «Cómo no voy a hablar con esos chavales, que vienen de no sé dónde a trabajar aquí, si yo soy un policía municipal, cómo no voy a hablar con esos chicos». Porque eran del gremio. Y ya le decían: «Ten cuidado con quién hablas».
Estáis haciendo un archivo de testimonios, ¿cuántos lleváis?
Unos doscientos y pico serán. Entre las películas y otros.
Esos documentos quedan para el futuro, para que no se olvide.
Claro, claro. Es fundamental. Yo creo que ahora mismo además, que los testigos están vivos aún, es importante saber. Por lo menos, que hayan contado lo que les pasó. Luego ya le echaremos literatura, ficción, lo que quieras. Eso lo vimos al principio, y me he dado cuenta a medida que hemos ido haciendo más películas. Lo primero, para nosotros, era por lo menos saber las historias casi en bruto de estas personas. Todas las que pudiéramos.
Hay historias olvidadas que hoy sorprenden. Como los atentados simultáneos en 1979 con bombas en Atocha, Chamartín y Barajas, en los equipajes. Nueve muertos. Nadie se acuerda.
Sí, sí. Han cambiado mucho las cosas. A la gente ahora le puede costar más olvidar algo porque la información es más profusa con todo lo que tiene que ver con el terrorismo. Pero fíjate, un atentado en un aeropuerto y en dos estaciones de tren, y yo casi ni me acordaba tampoco. Me sonaba que fue una de las últimas cosas que hizo ETA PM. Luego dejaron las armas.
Igual es lógico que olvidemos cosas, que la sociedad se… resetee, que perdamos informaciones por el camino de nuestra vida. Yo creo que más importante es saber qué hay que recordar o qué hay que olvidar, qué significa la memoria y hasta dónde llega. Ahora se dice: «Los jóvenes no saben quién era Miguel Ángel Blanco». Creo que más importante que recordar fechas y nombres es dejar claro a la siguiente generación lo que estuvo mal y por qué. Sacar la esencia de todo esto tan trágico que hemos vivido. Lo que te tiene que importar es que aquello estuvo mal, que no se puede defender nunca que alguien mate por una ideología, o que años después digan: «Bueno, no estuvo tan mal». No. Estuvo mal. Mataban a la gente por la calle, a inocentes. Acorazados por una ideología. ¿Cuál? Esta. ¿Y los que lo hicieron, dónde están? Uno en el Parlamento Vasco, veinte en Ayuntamientos, seis en Madrid, y dices, ¿cómo es posible? Todo eso hay que entenderlo, más que memorizarlo. Entenderlo. Para que sirva.
Me digo: ¿de esto qué vamos a sacar? Se va a pensar la gente que quiero meter el dedo en el ojo a todos. Pues igual, pero yo creo que lo positivo es la lectura de mis películas, que es ver el horror. Hablan de ideologías: esto es lo que hace una ideología. Detrás de estas historias hay una ideología, bien sembrada, bien regada por gente incluso buena, que ha hecho que otra gente con ganas de apretar el acelerador acabe eliminando a gente. A ciudadanos. Lo importante es que la gente entienda que estuvo mal el terrorismo, que no se puede repetir.
Hay una pelea en marcha ahora sobre cómo acordarse, de qué manera elaborarlo, el famoso relato. Y también hay cierta prisa por olvidar lo malo, porque estamos en paz. Pero no puedes mirar hacia delante sin saber qué ha pasado.
Claro. Dicen: «Bueno, es que hace poco que ha ocurrido todo, hay que dejarlo pasar, que haya tiempo de por medio, con más distancia, con más calma». Es que igual no llega nunca ese momento. En el sentido de que a veces, si no hay una exigencia por ordenar las cosas, por ser franco, por ser autocrítico, si alguien no te aprieta a lo mejor no lo eres nunca. Y la tendencia ahora es la pereza. Es lógico, es humano. Esto lo tiene todo para que no se acometa, pero si no se fomenta desde el Estado… Hablan de memoria, pero ¿qué es eso? Pon herramientas, coge los libros de texto…
¿Alguien ha venido a decirte, después de tanto tiempo, y con la paz, que siente el vacío que se te hizo, que quizá no se portó bien contigo?
No. Y has dado en el clavo. Es algo que yo lo llevo pensando mucho tiempo.
Recordar no es solo una cosa de las instituciones. Tu vecino te deja de dirigir la palabra, pero si un día lo reconoce, que fue cobarde, o injusto, y te pide disculpas, es un paso importante.
Las instituciones y el nacionalismo vasco en general, que han tenido esa posición cuando menos ambigua con todo esto, el empeño que tienen es: vamos a homenajear a las víctimas. Pero a todas, a las de ETA también. Y les damos una medalla y les hacemos un homenaje, y alguna vez han dicho que hay que hacer alguna autocrítica. Dicen que no se han portado bien, pero con la boca pequeña. Y pienso: «Hombre, qué curioso, empiezan por lo más gordo». Quieren que una señora que ha perdido a su marido, a su hijo o a los dos a la vez, les crea y les perdone. Y con otros, entre vecinos, yo creo que debería resultar más fácil, lo que dices tú: que vinieran adonde estoy, por ejemplo, y reconocieran lo que hicieron mal. Yo estoy convencido de que eso ni se les pasa por la cabeza a los nacionalistas.
¿A qué crees que se debe la incapacidad del cine español de abordar el conflicto de ETA desde la ficción? Hay algunas películas, pero es un tema que siempre se ha evitado o no ha dado grandísimos títulos.
No lo sé. Hay trescientas películas este año estrenadas en España y solo la mía habla de esto. No sé si no interesa temáticamente, o hay más. Igual hay quien piensa que es muy complicado, o que no quiere meterse en líos. Yo creo que con ETA lo que han estado haciendo los guionistas y los productores es hacer tiempo, esperando a ver qué iba pasando. Porque en su momento era muy delicado. Yo puedo tener la sensación de que este problema no se entiende en términos morales, por ejemplo, y no entiendo cómo la gente tiene dudas en términos morales de si esto ha estado bien o no. No solo en Euskadi, también en el resto de España. Si no lo tienes claro, qué vas a hacer. O miedo, quizá. Pero ¿qué le va a pasar a un tío que haga esto? Pero el miedo que tienen los artistas es a no caer bien a todo el mundo. No quieren tener problemas luego para actuar en el Teatro Arriaga y en el Real. Me decía un actor, vasco y concienciado: «Yo pienso como tú, pero tengo que ir con cuidado, porque luego tengo que ir al Real, y si no me contratan…». Uno quiere caer bien en todos lados. Ya me hubiera gustado a mí también no haber tenido problemas de esos. Es falta quizá de valentía, de alguna manera. O de honestidad.
En el País Vasco, por ejemplo, ¿tenéis alguna sala para tu última película?
Queremos hacerlo en enero y tenemos una pequeña distribuidora que nos ha movido un poquito lo que ha podido. Siempre hemos estrenado en alguna sala. En los Multis, en Bilbao. En Donosti en alguna sala, y en Vitoria también. Algún centro comercial o así. Siempre hemos estrenado.
Socialmente lo que haces allí casi no existe.
Antes, cuando me has preguntado qué impresión causó allí Sin libertad, te he dicho algunas cosas, pero causó muchísima impresión. En el mundo no nacionalista. Fue tremendo. He estrechado lazos con personas desconocidas, Savater, otros, porque dijeron: «Ostras, lo que yo pensaba». Como pasa a veces con el arte, que tienes ganas de que alguien dijera algo y alguien lo dice. Allí hay gente ávida de ver esto.
¿Tienes la sensación de que por hacer películas de víctimas te consideran de derechas?
Me meten en el saco en el que han metido a todos los que han expresado públicamente que están contra el horror de ETA, que fíjate tú, si yo estoy contra ETA, ¿por qué te molestas? ¿Qué tienes que ver con ellos? A todos los que han manifestado públicamente rechazar a ETA, ya les han visto como antinacionalistas, que igual también. Ellos hacen una ecuación: antinacionalista, españolazo, de españolazo a extrema derecha, antidemócrata también, y luego ya, en mi caso, que tengo apellidos vascos… traidor. Nada bueno.
¿Has pensado en asomarte al otro lado, al de ETA?
Claro. Sí, me interesa muchísimo. Poder plasmar en una película lo que piensan. Hay dos libros muy interesantes. Una temporada de machetes (Anagrama, 2004) de Jean Hatzfeld, un periodista francés, sobre la matanza de los hutus y los tutsis. Diez años después, un periodista está cubriendo aquello, vuelve allí y entrevista a los que habían matado. Uno era maestro, el otro agricultor, les pregunta por qué lo hicieron… apasionante. Y hay otro libro que escribió Fernando Reinares de entrevistas a presos de ETA. Se titula Patriotas de la muerte (Taurus, 2001). Muy académico. Hace unos perfiles y luego les hace unas preguntas comunes a todos, y está muy bien, porque no hay un relato común. Y ves que no hay nada detrás. Nada de que en el año 1500 nos conquistaron, y a partir de ese momento… no. Que si a mi padre le pegaron una paliza, es que mi abuela hablaba euskera y le pegaban en el colegio de pequeña, es que Franco… No, no hay nada. Por eso es interesante. Conocer lo que piensan al otro lado es interesantísimo. Puede serlo. ¿Para qué? Precisamente para desmontarlos. No hay nada que les haya llevado a esto. El pasado, como dice un amigo mío, el pasado en Euskadi es imprevisible. Cada uno te cuenta una película del pasado, y se queda tan ancho. Hay muchas cosas por contar, y una es esa.
¿Qué más cosas quedan por contar?
Muchas, muchas. Yo creo que vamos a hacer películas cada vez más complicadas. Con un punto de vista más difícil. Hemos ido a las víctimas y les hemos preguntado su experiencia. Hemos ido al material bruto, digamos. Pero ya vamos escarbando un poquito. Hay muchos puntos de vista.
Lo que te llevó a esto fue la rabia. ¿Hubo algún momento puntual, algún atentado, alguna imagen?
Una acumulación. Yo tenía miedo de no poder hacer nada personalmente por esto. Bueno, me dije, pues una película, y tampoco es fácil. No es lo mismo que hacer un cuadro grande como esta pared. No era fácil, pero cuando acabamos aquella película, la primera, pensé: «Me puedo morir. Ya he hecho algo».