MANUEL MONTERO-EL CORREO

  • Lástima que la ética asimétrica de Bildu no aproveche la mirada al pasado para condenar los crímenes que cometió ETA

Buena parte de la política vasca es una representación sinsorga cuya pretensión fundamental consiste en crear ficciones a ver si cuela. De tomarse literalmente sus declaraciones, Bildu es una especie de hermandad filantrópica preocupada por la «sanidad, educación, residencias, servicios sociales, juventud», materias en su versión desquiciadas por el Gobierno vasco. O aseguran que la llamada ‘ley mordaza’ es «liberticida y arbitraria». Un recién llegado pensará que son adalides de la lucha por la libertad. Lo confirma Otegi en la reciente campaña catalana: «No hay nada más bonito que luchar por los demás y por la libertad de tu país». El pasado violento fue altruismo, por tanto. El sarcasmo banaliza la historia agresiva: «Además (…) tenemos el cariño de la gente». Hay amores que matan.

En la actual coyuntura la izquierda abertzale adopta un aire de predicador moralista para el que la política es la lucha del bien y del mal, siendo ellos lo primero, siempre movidos por conceptos elevados. No sólo les disgusta que el juez condene a terroristas por un delito relacionado con el almacenamiento de explosivos, sino que consideran que la sentencia (y seguramente el juicio) atenta contra «la convivencia democrática de nuestro pueblo»: les conmueve el valor superior. Los conceptos que usan hoy dan en beatíficos: «convivencia libre y democrática», «sociedad justa», «igualdad de derechos, libertades y oportunidades», «personas libres y dignas», «justicia y equidad», «democracia y dignidad».

Quién te ha visto y quién te ve.

Queda la duda de qué significa, en esta conversión, «convivencia democrática», nuevo estereotipo estrella. Por lo que se entiende, resulta distinto a convivir y a democracia. Querrá decir que (los demás) vivamos con ellos como si fuesen demócratas de toda la vida.

La imaginería político-moral tiene gran continuidad, pero aquí los disfraces no disfrazan. Lo explica Andoni Ortuzar: «En Euskadi nos conocemos todos». Cuesta dar gato por liebre.

Se refiere el dirigente del PNV a los brotes de violencia callejera, «mozkorra borroka» los llama, por la mezcla de kale borroka y botellón violento. Da por sentado que los jóvenes borrokalaris tienen relación con la izquierda abertzale, por lo que pide a sus dirigentes que condenen contundentemente los altercados. Los aludidos se indignan por tal señalamiento: ellos no los apoyan, ni los comprenden. ¿Pero cómo pueden pensar esto de nosotros?, es lo único que les ha faltado. No lo habrán dicho para evitar que salte la carcajada.

Lo mismo de siempre. En los viejos tiempos alegaban también inocencia, la revuelta callejera iba por libre, ellos nada tenían que ver. De creerles, en Euskadi nos conocemos todos, salvo ellos a los jóvenes en pie de guerra. Y ahora, como entonces, son incapaces de una repulsa categórica. Por el contrario, convocan manifestación para protestar contra la actuación policial que buscaba impedir la borroka del botellón.

Todo sigue igual.

Lo más gracioso: Otegi ha dado con el argumento exculpatorio definitivo. Las pintadas dicen «hil PNV», «cipallos»: las faltas sintácticas y ortográficas infunden «dudas razonables» sobre la autoría (de los suyos), asegura. ¿Si está bien escrito («PNV hiltzaile», recientemente) ya no hay dudas? Por lo que se deduce, sus huestes son gente escrupulosa, capaces de llamar «asesino» pero incapaces de hacerlo con una falta gramatical, menos aún en una pintada, que luego las paredes las leen todos. La moralidad ortográfica queda por encima de cualquier otra: todavía no lo habíamos visto todo. ¿Escribir bien en euskera será lo único sagrado?

Convertida la política en un combate moral, la ética de la izquierda abertzale da en asimétrica. Indigna a Bildu la «corrupción sistémica» por la que, asegura, el PP «se ha lucrado durante décadas». Es lástima que no aprovechen la mirada al pasado para condenar los crímenes que durante décadas cometió ETA. Creerán que los asesinatos son asuntos del pasado, sin enjundia frente a las corrupciones. El desajuste es tan lacerante que se queda corta la imagen de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio.

En la escenificación de la Virtud en que ha derivado la política vasca, Bildu va adquiriendo el papel de Robespierre, para quien la revolución era un acto espiritual trascendente… y quisquilloso. No se le escapa una. Por eso se niega a una declaración conjunta del Parlamento vasco contra el cáncer. La razón: también la suscribe Vox. Quiere mantener el ‘cordón sanitario’ sobre la ultraderecha. ¿Piensan que los votantes de Vox no están contra el cáncer?

Van de puritanos. También de desagradecidos. Olvidan que los demócratas no tuvieron los mismos resquemores con la izquierda radical violenta que ellos representan.

Dos varas de medir: aquí nos conocemos todos.