EL MUNDO 16/12/12
VICTORIA PREGO
Los mismos que en las elecciones de 2003 le estuvieron engañando durante días y acabaron dejándole tirado, con su victoria electoral en la mano y la cara de panoli que se le queda a toda víctima del timo de la estampita; los mismos que repitieron la jugada en 2006 y le volvieron a dejar con la victoria electoral en el bolsillo, pero más solo que la una y a la intemperie de la oposición; esos mismos se lo van a comer ahora por los pies y se van a cobrar carísimo el permiso para dejarle gobernar, y ya veremos cómo y por cuánto tiempo.
Por lo que sabemos del desarrollo de estas negociaciones con el líder de ERC, parece que Artur Mas tiene una extraña querencia por sus maltratadores, quizá porque busca en ellos la legitimación política que perdió de cuajo en las urnas del 25 de noviembre. Aquel domingo de infausta memoria para los responsables de Convergència i Unió, la apuesta de Mas por el independentismo se saldó con un clamoroso fracaso.
Y desde entonces el líder de CiU está con las vergüenzas al aire, expuesto delante de todo el mundo, incluido el mundo mundial, ése que, según tituló ardorosamente el diario La Vanguardia en las vísperas electorales, «ya mira a Cataluña». La mira y la remira, en efecto, y no da crédito a lo que está viendo.
No ha querido entender el señor Mas que los catalanes han dicho NO a la aventura independentista porque, si la hubieran secundado de verdad, no tenían más que haber introducido en la urna la papeleta con la lista de CiU, la formación que, con toda seguridad, iba a gobernar en los próximos años.
No ha querido entender el señor Mas que el éxito electoral de ERC evidencia una voluntad mucho más testimonial que práctica. Dicho de otro modo: que ERC ha ganado apoyos porque ya se sabía que no iba a presidir el Gobierno de la Generalitat. Si los independentistas que han apoyado a ERC hubieran querido de verdad que la apuesta de la secesión hubiera tenido auténticas posibilidades de ser, por lo menos, escenificada de una manera verosímil y potente, habrían apostado a caballo ganador. Es decir, a Artur Mas. Porque ése habría sido el único modo de traducir en términos constatables y efectivos esa «voluntat d’un poble» por la que el líder de CiU clamó inútilmente durante toda aquella delirante campaña de brazos abiertos y mares de banderas estrelladas.
Pero resultó que quien iba a gobernar con un programa en el que la apuesta reina era justamente la independencia, fue precisamente quien quedó debilitado. Pero eso no lo han comprendido, ni lo van a comprender ya, ni Artur Mas ni su equipo de colaboradores. Desdeñaron hace bien poco apoyarse en los socialistas porque siguen obcecados con el referéndum de autodeterminación -que ahora lo llaman consulta, como la llamaba también Ibarretxe- y porque carecen de la correa política necesaria para haber «entendido el mensaje», como dijo Felipe González tras ganar las elecciones de 1993, aunque luego se vio que él tampoco había entendido nada.
A pesar de que ya sabe que esa hipotética secesión de Cataluña la expulsaría automáticamente de la Unión Europea y de todos los tratados internacionales que España tiene firmados, Artur Mas sigue empecinado en abrir a cabezazos un boquete en la pared. Por eso se ha empeñado en pactar con ERC, el partido con el que puede seguir blandiendo la consulta soberanista, lo único en lo que parece que descansa ya su honra política perdida.
Pero, claro, ahora se ve cercado por las exigencias de un Oriol Junqueras que le ha hecho a él la misma faena que CiU ha venido haciendo a todos los presidentes nacionales desde el comienzo de la democracia: negarse a entrar en el Gobierno, quedarse fuera, poner precio a su respaldo para la investidura. Y, mientras tanto, ir exigiendo, mandando y templando en los asuntos de la gobernación.
El problema es que lo que Junqueras le ha puesto sobre la mesa a Mas -segregar el sistema público de pensiones de Cataluña, una administración catalana de la Seguridad Social con tesorería propia, un Banco de Cataluña que sustituya al Banco de España, una Justicia propia- es un puro desbordamiento constitucional, una pura insumisión. Es la fundación de un Estado soberano, pero ya sin consultas ni nada, por obra y gracia de un pacto de legislatura. Si el señor Mas tiene la debilidad – y podría tenerla, vista su trayectoria de los últimos meses- de aceptar, en todo o en parte, las exigencias que los republicanos le pusieron hace un par de días sobre la mesa, estará dinamitando la vida política, económica e institucional de Cataluña y podrían acabar tomándolo por loco. Porque lo que tiene delante el señor Mas es la ruptura por la vía de los hechos de todas las reglas que sostienen la democracia española, Cataluña incluida. Y, en ese caso, el asunto de si se le pone o no fecha a la consulta entraría ya dentro de la categoría de los juegos florales.
Mas se está echando en manos de su secuestrador, de quien le va a devorar políticamente, va a destrozar su gestión económica y va a acabar vaciando de toda solidez el cargo de presidente de la Generalitat de Cataluña que él va a ocupar, pero no va a ejercer.Se está metiendo en la boca del lobo.
El conflicto que le está dibujando Oriol Junqueras con esa lista de pretensiones es de una dimensión gigantesca. El líder de ERC no va a tener ningún problema por eso, puesto que no va a asumir tareas de gobierno. Con decir -como ha dicho ya, con ese desparpajo de inmadurez adolescente que padecen estos líderes nacionalistas- que todo lo malo que pase a partir de ahora será por culpa del Gobierno de España, Junqueras ya se sacude cualquier responsabilidad. El que va a tener problemas es Mas.
Porque puede que los ciudadanos catalanes hayan sido ya mayoritariamente convencidos por el nacionalismo de que son unas víctimas seculares del enemigo español. Pero cuando tengan que soportar la traducción de las medidas que exige ERC y tengan que padecer las consecuencias de los conflictos y choques de todo orden que se generarían en caso de que Mas pretenda llevarlas a cabo, el líder de CiU va a comprobar cuál es de verdad la «voluntat del poble»: que se vaya a su casa. Doblemente fracasado.