Si la patria no es el lugar donde se nace -como dijera algún ilustrado de Cádiz-, sino donde se es libre, a los vasquitos con la camiseta roja que daban saltos por la victoria en Castro Urdiales les costará tener a Euskadi como patria. Aún teniendo un Gobierno constitucional y una Ertzaintza a sus órdenes, no hay sensación de libertad. Es el paso que queda.
En Bilbao, donde no quedaba una sola camiseta de la selección española en los comercios, la prenda se vistió en la intimidad. Las banderas, estarían aún más escondida dentro de los domicilios, no se veían en ningún balcón, demostrándonos, antes incluso de que se dieran algunos altercados protagonizados por jóvenes nacionalistas, que todavía no tenemos libertad. Bastaba entrar unos cientos de metros en la comunidad vecina de Cantabria para ver a muchos vascos que nunca hubieran osado dar muestras de estar con la selección engalanados de rojo y gualda. Y es que los que vivimos en una sociedad con nacionalistas conocemos el resultado final: todo debe parecer nacionalista. No se puede ser hincha de España, hay que callar y llevarlo en la intimidad. En esto reside el nacionalismo.
La selección nacional, que no es un concepto discutible sino material, como lo demostrara el pecho de Xabi Alonso o los tobillos de Iniesta, fue tratada por lo orangistas como si fuera la venganza por los desmanes de los Tercios de Flandes, y del atentado que sufriera el Príncipe de Orange, a manos de dos vascos que de forma espontánea decidieron, por el bien de la Cristiandad y del Emperador, darle un pistoletazo al líder hereje, lo que no le hizo demasiada gracia al propio Felipe II. Los vascos, en el Antiguo Régimen, éramos más españoles que el Emperador. Nuestro despiste sobre lo que somos empieza cuando viene la libertad, ante el liberalismo y después la modernidad. En el Antiguo Régimen los vascos no teníamos selección española, de la que hubiéramos sido los más fanáticos hinchas, pero sí milicias a las que alistarnos en defensa del rey nuestro señor, para acabar celebrando los alardes de Irún y Hondarrabia por las victorias contra los franceses, creándonos a posteriori el problema de no saber resolver democráticamente la participación de las señoras.
El contraste de lo que hacían los vasquitos fuera de aquí con el miedo que pasan dentro de aquí es lo que más me ha hecho reflexionar de toda esta juerga que ha sido el Mundial. Si la patria no es el lugar donde se nace -como dijera algún ilustrado de Cádiz- sino donde se es libre, es evidente que a los vasquitos con la camiseta roja que daban saltos por la victoria en Castro Urdiales les costará tener a Euskadi como patria.
Lo grave del caso es que aún teniendo un Gobierno constitucional y una Ertzaintza a sus órdenes no se haya ganado la sensación de libertad. Es el paso que queda, que el ciudadano pueda sentirse libre, y entonces Euskadi será su patria. Y entonces los nacionalistas tendrán que dejar a la gente llevar la camiseta de España por fuera. Pero entonces los nacionalistas dejarán de ser nacionalistas, porque no hay nacionalismo sin que ejerza su dominación. Un nacionalismo sin oprimir es otra cosa. «La patria no es el lugar donde se nace, sino donde se es libre», Martínez Marina.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 20/7/2010