Santiago González, EL MUNDO, 20/10/12
El problema básico de los nacionalismos es su incapacidad intrínseca para definir un sistema de convivencia en el que no salgan beneficiados. Está en su naturaleza: no pueden prescindir de la emulación; la España autonómica no ha sido tanto un proyecto común como una herramienta para transferir poder y dinero sin contraprestación de responsabilidad, el mecanismo de ordeñar la vaca. Tal vez quien mejor ha definido el sistema ha sido un presidente del PP, que acuñó la cláusula que lleva su nombre, Camps, en la disposición adicional segunda del nuevo Estatuto valenciano: Aplicaremos automáticamente cualquier ampliación de competencias que afecte a otras CCAA. No anduvo muy descaminado Xabier Arzalluz al acuñar la etiqueta de las autonomías de la envidia para todas las demás. Ya antes de que Francisco Camps reivindicara lo suyo, todas las comunidades, empezando por la catalana, envidiaban el sistema del Concierto y Cupo, que beneficiaba a los vascos, no tanto por el primero como por el cálculo del segundo. El problema es que en España, los dos principales partidos, incapaces de pactar una política de Estado en las cuestiones básicas, llevan veinte años apoyándose alternativamente en los nacionalismos periféricos para apuntalar sus respectivos gobiernos contra el otro partido nacional. Es lo que hay. Muy probablemente no estaríamos hablando del problema catalán si hubieran sido capaces de relativizar las matemáticas como han hecho con las palabras. Los privilegios forales que permiten a estos territorios una sobrefinanciación considerable, por su pequeña participación en el PIB español, supondrían la quiebra al aplicarse a una comunidad como la catalana, que supone casi el 20% de la economía española. La suma de las partes de un todo es la unidad, se pongan como se pongan. Quizá tampoco habría llegado la crecida hasta este punto de no ser por la crisis. Si el presidente Mas hubiera tenido unas cuentas más aseadas para su gestión en lo que llevamos de legislatura no estaríamos tirando de coartadas. O si no hubiera que desviar la atención de los recortes por el procedimiento del endoso. Claro que los nacionalistas no pueden dejar de serlo. Y una vez que alguien ha apuntado un camino no habrá fuerza humana (de la razón) que les pueda disuadir de recorrerlo hasta el final. Los nacionalistas vascos parecen más experimentados que sus homólogos catalanes, pero obedecen inevitablemente al mismo fatum, tal como ha revelado recientemente Urkullu, después de haber disimulado durante toda la campaña. Después de haberse negado hasta once veces a definirse en términos soberanistas a preguntas de López y Basagoiti, reconocía así sus afinidades en una periódico catalanista: «Mas y yo acordamos recorrer juntos el camino del reconocimiento de los hechos nacionales». Vamos a ver de qué hablamos. Cataluña lleva décadas anhelando un hecho jurídico: la Disposición Adicional 1ª sobre los derechos históricos de los territorios forales. Claro que si éste no es un hecho relevante, su reconocimiento tampoco lo es para resolver el conflicto vasco, ni lo podría ser para solucionar el catalán. Tampoco lo sería la autodeterminación, llamada a repetirse hasta que los síes a la independencia superen a los noes, mientras no se jueguen nada real en el envite, porque, en el peor de los casos, siempre les quedará la posibilidad de repetir y, mientras,se llevarán de la derrota un premio de consolación, un pañuelo para el niño.
Santiago González, EL MUNDO, 20/10/12