Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 14/8/12
Mientras Curro Jiménez emprendía su última cabalgada, otro héroe de los de andar por casa, síntesis de todas las contestaciones románticas que ha dado el anarquismo agrario andaluz, salta a la fama, mostrándonos, moda de este tiempo, la inmensa capacidad publicitaria que tiene su discurso y deja en ridículo al resto de la izquierda cuando esta se excede en sus consignas justicieras y reclamaciones demagógicas. Para justicia social, la suya.
Entre la chiquillería del barrio pobrísimo de la Sevilla de la posguerra en que uno nació el último bandolero, El Pernales, era una leyenda. Un primer impulso me llevaría a reclamarle al ministro de Cultura que ingrese a Gordillo en una vitrina de un museo etnográfico, antes de que esta especie de la reivindicación folclórica desaparezca. Pero sería peligroso, porque el tono autoritario, la justificación de sus desmanes en los desmanes de otros, como hacía Goebbels, recordaban imágenes de un pasado que creíamos superado, y en estos tiempos que corren podrían crear escuela. El problema es que todo se nos desmorona ante la crisis, y líderes de este tipo van a hacer, nunca mejor dicho, su agosto.
Cuando nuestros próceres políticos han declarado que se marchan de vacaciones la cosa en general parece funcionar mejor. Que haciendo mutis por el foro la acerada descalificación del adversario, lo único que saben hacer bien, hasta la prima de riesgo se relaja. Hace ya algún tiempo nuestra superestructura política, incluidos en primer lugar nuestros políticos, por su escandalosa inconsciencia, son parte del problema.
Peor gestión de la situación de un preso que padece un cáncer terminal no la podía haber hecho el Ministerio del Interior, dando una emotiva causa a la movilización de San Sebastián, y demostrando, una vez más, la carencia de iniciativa que padece. Para seguir los acontecimientos sirve cualquiera, y el nacionalismo radical, consciente de este no saber hacer, se va aprovechando a tope haciendo, también, su agosto. Los viejos del lugar sabemos de las mutuas simpatías y relación que existe entre el radicalismo vasco y el andaluz —concretamente con Gordillo— hijos ambos de falsas leyendas, la de un Zumalacárregui o Santa Cruz, los unos, convencidos que defendieron lo vasco y no la reacción absolutista, y de unos bandoleros, los otros, que se tiraban al monte sin excusa política, simplemente porque “más cornás da el hambre”. Muy parecido todo, aunque aquí seamos más crédulos.
Sin embargo, una cosa hay que dejar clara. Curro Jiménez nunca hubiera permitido que se le molestara hasta hacerle llorar a una señorita, como nuestros prepotentes sindicalistas del campo hicieron con la empleada de Mercadona. Ante esta escena que me avergonzó acabo de inventar una frase histórica: “El pasado se nos inculca primero como ficción y después reaparece como una horrenda farsa” (Se permite su uso).
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 14/8/12