El mundo de hoy está azotado por vientos huracanados que nos conducen por una senda erizada de problemas. Rusia moviliza a su población para evitar perder una guerra que es incapaz de ganar. En consecuencia, los mercados se asustan ante la eventual falta de suministro y el precio del gas rebota, lo que empuja a la electricidad y martiriza a la inflación. Mientras tanto, los bancos centrales del mundo occidental se apuntan a una marea de alzas de tipos de interés que nos retorna a pasados lejanos, a la vez que nos anuncian nuevas e inminentes subidas. Las previsiones de todos los gobiernos y de todos los institutos de analistas apuntan a un crecimiento mortecino y a un retraso en la recuperación.
Con este panorama, resulta difícil entusiasmarse con el discurso del lehendakari, que suena como un leve susurro en medio del estruendo general. Pero él cumple con su obligación. Todas las medidas anunciadas son correctas. Ninguna cambiará el curso de los acontecimientos, pero servirán para mitigar sus efectos negativos. Como digo, no sobra nada en el paquete, pero sí echo en falta cosas que podrían ayudar a solucionar las evidentes contradicciones que padecemos. Por ejemplo, ¿tiene sentido que prohibamos explorar, no digamos ya explotar, el gas que tenemos en el subsuelo? Si la razón es la protección del medio ambiente tras reducir las emisiones de CO2, hay que recordar que estas aparecen cuando el gas se quema -algo que hacemos sin desmayo dadas las circunstancias y no cuando se extrae-. Con el agravante de que quemamos gas procedente del mismo sistema de extracción que prohibimos aquí.
También es curioso que proclamemos nuestra ausencia de la batalla fiscal desatada con el peregrino argumento de que ‘no pescamos ricos’ cuando a la vez creamos centros de atracción de nuevos negocios, cuyos promotores, estoy seguro, abrigan la esperanza de hacerse ricos o, al menos, mejorar su situación actual. Y gastamos tiempo y dinero en acciones y misiones oficiales dirigidas a captar inversores e inversiones para que se instalen aquí. ¿En qué quedamos? Otra más. ¿Cómo es posible que pretendamos mejorar el nivel educativo de nuestros jóvenes y hagamos a la vez exámenes de selectividad que aprueban más del 99% de los convocados? ¿Qué selección es esa? Es una pena, pero la excelencia ha dejado de ser excelente para convertirse en discriminatoria. Tenemos otras contradicciones, pero le resumo la última. ¿Queremos empleos? Necesitamos empresas. ¿Queremos empresas? Necesitamos empresarios que ahorren primero e inviertan después. ¿Se puede ahorrar cuando el cruce del IRPF con el Impuesto sobre Patrimonio se puede llevar hasta el 65% del ingreso obtenido? Pues muy malamente….