Fernando Savater, EL PAÍS, 15/2/12
Aquí se ha luchado por algo y contra algo, sin falsas simetrías entre los bandos
Este mes de febrero hemos vuelto a conmemorar varios asesinatos de ETA ocurridos en años recientes durante inviernos más trágicos que éste. El pasado sábado, por ejemplo, el de Joseba Pagazurtundua en Andoain, la muerte anunciada de un valiente que luchó contra la delincuencia y por tanto contra el terrorismo. Le recordamos en el lugar del crimen familiares, amigos y compañeros de ese combate. No meras víctimas, doloridas y —según algunos— resentidas por esa pérdida, sino camaradas de su mismo esfuerzo cívico. Porque no olvidamos que ni Joseba ni los que le sobrevivimos peleamos contra ETA porque mataba a los nuestros, sino que ETA mataba a los nuestros porque peleábamos contra ella y su proyecto de imposición política. Lo cual, como es lógico, seguiremos haciendo ni más ni menos igual hasta que ETA reconozca paladinamente su derrota, se disuelva y rinda las armas.
Pero en este invierno de nuestro descontento creemos que hay ciertas cosas importantes que están siendo tergiversadas. Todos nos congratulamos de que la violencia acabe, pero queremos estar seguros de que realmente ha acabado. La prueba del final definitivo del terrorismo será la disolución de ETA, desde luego, o sea que ya no haya etarras armados, comprando explosivos y trazando planes que nos aseguran inocuos pero desde luego no lo parecen. Sería buena señal también que se aclarasen las responsabilidades de quienes han pagado a ETA estos años, para que no parezca que preocupa socialmente más que se haya regalado trajes a un político que armas a los terroristas. Sobre todo, se echa en falta otro síntoma del final de la amenaza: el que dejásemos de atender prioritariamente las exigencias de quienes siguen mostrando apoyo a los objetivos etarras y solidaridad con los que cumplen condena por haberlo sido, pero dan de lado a los que se enfrentaron en defensa de la democracia contra ellos. A nosotros lo que nos preocupa en primer término no son los terroristas encarcelados y empecinados en sus dogmas criminales, sino los que aún están sueltos. Por lo demás, queremos que los presos estén bien, pero que estén bien presos.
Lo que exigimos es que se aclaren los atentados aún pendientes de solución y que sus responsables sean detenidos y castigados como lo han sido los ya localizados hace tiempo. Algunos, como el responsable del asesinato de Joseba, han sido juzgados y condenados hace pocas semanas: sería una grotesca paradoja comenzar a preocuparse por su situación como reclusos cuando aún apenas ha estrenado reclusión. Si otros que ya ha cumplido gran parte de su condena se acogen individualmente a los requisitos legales establecidos y por tanto pueden acceder a grados más favorables de cumplimiento de pena, que lo sean. No es nuestro problema ni nuestra primera preocupación. Pero lo que en ningún caso se debe consentir son medidas penitenciarias de alcance general que puedan ser interpretado como un premio a la fidelidad a ETA. La sumisión a las directrices de la banda no tiene que recibir ningún tipo de reconocimiento positivo. Si realmente ETA ya no va a ejercer su coacción violenta, no hay motivos para premiar a quienes aceptan todavía su disciplina; y si ETA aún mantiene pendiente su amenaza, hay motivos indudables para no hacerlo.
Porque los terroristas encarcelados no son “consecuencias” del conflicto armado, como las víctimas: son los culpables, que es muy diferente. Cuando se menciona esta obviedad, siempre se nos recuerda que en el País Vasco las cosas no se ven como en el resto de España y que hay gente —el “pueblo”, ya saben— dispuesta a salir a la calle en su apoyo, considerándoles agentes políticos poco menos que indispensables para alcanzar el cierre del negocio etarra. No es un fenómeno inédito: en Corea del Norte hubo miles y miles de plañideros para lamentar el fallecimiento de Kim-Yong Il pero ese despliegue de cariño no mejoró la opinión que teníamos en el resto del mundo respecto al tirano. El ejercicio sistemático del terror, la desinformación inculcada desde la escuela, las redes clientelares manejadas por los matones del lugar y la huída (y difamación) de quienes podían hacer oír su discrepancia logran precisamente ese objetivo de adhesión inquebrantable. Sobre temas de terrorismo dicen las encuestas que se piensa a veces distinto en Euskadi que en el resto de España, olvidando a los vascos que precisamente por pensar distinto viven ahora en el resto de España y no en Euskadi. Hasta que no recuperen el derecho a hacer oír su voz política seguirán falseados los términos de la ecuación.
Y llegamos a los consejos que los propagandistas de la cosa dan al Gobierno y al PP. Se han quedado solos, deben atender de modo más o menos explícito las reivindicaciones sobre los presos —esos “héroes” según Alfonso Sastre— y sobre todo tienen que sacudirse la maligna influencia de la ultraderecha, únicos oponentes de la flexibilización masiva de la política penitenciaria. Confieso que siempre me ha asombrado ese frecuente homenaje de proclamados izquierdistas a la ultraderecha, convirtiéndoles en depositarios monopolistas del sentido común. Los resultados a la vista están. En los últimos años algunas medidas sensatas o justas fueron calificadas profusamente como de derechas porque no encajaban con los oportunismos sectarios gobernantes; los votantes se dieron por enterados y ahora aquí nos tienen, gobernados por la derecha. Todo un éxito, que por lo visto algunos se empeñan en repetir. Será para demostrar que el hombre no sólo es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, sino que sigue dándole patadas y más patadas porque la confunde con un balón…
En el País Vasco y desde luego en el resto de España, el paisaje después de la batalla contra el terrorismo no puede convertirse en el jardín del Edén con sólo retirar a los muertos del campo y decir que todos hemos sufrido mucho. Aquí se ha luchado por algo y contra algo, sin falsas simetrías entre los bandos. No puede ocultarse que es lo que ha sido defendido y que es lo que ha sido atacado. Hay síntomas preocupantes. En el discurso de fin de año dellehendakari López se dijeron cosas bienintencionadas y aceptables, dentro de las convenciones del género: pero se habló de Euskadi y finalmente de Europa, sin una palabra de mención a España, el Estado democrático cuestionado por la violencia y en el que reside nuestra ciudadanía de vascos. Me acordé entonces, como tantas veces, del velatorio de Fernando Buesa, sobre cuyo ataúd vimos la ikurriña, la bandera de Navarra, enseñas socialistas…es decir, no sobraba ninguna bandera pero faltaba una, la que precisamente simbolizaba el orden constitucional y estatutario por cuya defensa había sido vilmente asesinado el vicelehendakari. Sin tener un discurso político explícito y sin complejos, se perderá ahora entre sonrisas acomodaticias lo que se defendió con sangre y lágrimas en los años de plomo. Ya sabemos que hay quien abomina de hablar de vencedores y vencidos, como ayer quien sin mover un dedo protestaba igual contra etarras y guardias civiles. Aquí no ha pasado nada y que nos dejen en paz. Siempre que no nos estropeen la digestión, cualquier plato de los que salen del Basque Culinary Center es igual de sabroso…
Fernando Savater, EL PAÍS, 15/2/12