NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 13/04/13
· Rajoy debería explicar las medidas que toma para implicar a los ciudadanos.
El panorama de nuestro país no es muy alentador. Nuestro volumen de pasivo se disparó el año pasado hasta los 882.300 millones de euros, equivalente al 84% de nuestro Producto Interior Bruto, nuestra deuda ha aumentado en estos últimos cinco años en 500.000 millones de euros y, sin embargo, cada vez que en una subasta de dinero conseguimos 2.000 o 4.000 millones de euros nos sentimos tan satisfechos, tan inconscientemente alegres como Madame Bovary cuando salía de la casa del prestamista Lheureux.
Sin duda la deuda lastrará nuestra recuperación, el crecimiento económico será menor, llegará más lentamente y las consecuencias -paro, desvertebración social, pobreza- tardarán en desaparecer más de lo previsto. Pero como hemos dicho en más de una ocasión, nos equivocaríamos si solo contempláramos soluciones para enfrentarnos a la crisis económica, porque nosotros padecemos una crisis poliédrica, con unos fuertes contenidos políticos; el envite de los nacionalistas catalanes, la necesaria reforma del Estado de las Autonomías, el debilitamiento del crédito de todas las instituciones o el surgimiento de tendencias apáticas o nihilistas.
En esta situación suele suceder que nadie ocupa el lugar que le corresponde ni desarrolla el papel que le es propio, que los problemas no se solucionan, parecen eternizarse y el contraste entre la situación y la rutina de los responsables públicos provoca desazón e inquietud en la sociedad. Así en nuestro país los grandes partidos políticos sufren la deserción de sus votantes y simpatizantes y, enclaustrados en su carcasa de cartón-piedra, permanecen prisioneros en su cotidianidad orgánica: el PP en manos de su extesorero, que se encarga de recordarles todas las semanas su lamentable condición, mientras el PSOE se debate entre sus insalvables contradicciones.
Paralelamente los sindicatos ven cómo su papel reivindicativo lo ocupan movimientos sociales aparecidos al socaire de las consecuencias de la crisis económica y, en vez de reaccionar fortaleciendo su papel debilitado, legitiman a sus competidores; por su parte la organización empresarial, durante un tiempo en manos de pillos especuladores, ni está, ni nadie la espera con impaciencia. Y como las desgracias no suelen venir solas, a todo este panorama tenemos que sumar el más que evidente debilitamiento del crédito que sufre la Jefatura del Estado, base fundamental de los últimos treinta años de éxito de nuestro país.
¿En quién puede confiar la sociedad?
En esta situación la sociedad parece depositar su confianza en dinámicas antisistema y en los jueces, que al sentirse centro de atención tienden a ampliar su rol cumpliendo así la regla general que mencionaba unas líneas más arriba: nadie ocupa su papel. La mejor expresión del caos que ha provocado la crisis, la vemos en personajes de la derecha más significativa y en organizaciones tildadas hasta hace poco como fascistas, que son requeridas por programas con vocación progresista, cumpliendo así otra de las reglas de las crisis: los extremos se juntan con deleite y sin violencia. A estas alturas del artículo recuerdo, como una eficaz cura de humildad y de moderación, la primera reflexión de Baruch Spinoza en su Tratado Político -«resulta, pues, que de todas las ciencias aplicadas, la política es aquella en que la teoría discrepa más de la practica y nadie sería menos idóneo para regir una comunidad pública que los teóricos o los filósofos»- aunque no me impedirá meditar sobre las soluciones adecuadas para lo que sucede.
Es evidente que el Gobierno no puede renunciar a tomar las medidas necesarias para combatir la crisis económica o los retos de naturaleza política que nos acechan, pero es imprescindible el discurso de la crisis, que otros llaman relato. Un discurso que persuada a los ciudadanos, que les implique en el esfuerzo colectivo, nacional y que vaya dirigido a personas responsables e inteligentes, rechazando al judío sefardí mencionado anteriormente cuando decía: «la experiencia les ha enseñado (a los políticos) que no hay hombres sin defectos. Por tanto se esfuerzan en prevenir la maldad de los hombres, recurriendo a toda clase de procedimientos experimentados, de los cuales suele ser más frecuente el miedo que el razonamiento». Un discurso nacional, solidario y cívico. ¿Lo terminará haciendo Rajoy? La historia es una sucesión de paradojas, Zapatero se ahogó en su propio discurso olvidando la acción, ¿le sucederá al actual presidente lo contrario?, ¿fracasará por no explicar lo que hace?
Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la Libertad.
NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 13/04/13