Seguramente nos lo tenemos bien merecido. Nos han perdido el respeto y esto no ha hecho más que empezar. Primero se reservaron el derecho de admisión para limitar las convocatorias a los adictos y dejar fuera a los desafectos. Luego, descubrieron las ventajas de las ruedas de prensa sin preguntas, para mejor ocultar la realidad porque tenemos aprendido con Heisenberg aquello de que no conocemos la realidad, sino solamente la realidad sometida a nuestro modo de interrogarla. Si nadie interroga, ningún esclarecimiento puede llegarnos. Esta fórmula de convocar a los periodistas para utilizarlos a efectos puramente decorativos, trae a la memoria uno de los pecios que Rafael Sánchez Ferlosio incluye en su libro Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, donde comentando algunos reportajes fotográficos de ciertas fiestas sociales lanzaba una consigna feminista escribiendo “señorita, no se deje usted invitar de decorativa” y concluía que si él fuese una rubia de 25 años y no la imagen misma de lo indecoroso su respuesta sería que “¡de decorativa va a sacar usted a merendar a su puta madre!”.
Los periodistas no hemos tenido esos arranques coléricos que conviene reconocer que tampoco nos corresponden. Algunos más altivos han propuesto una reacción en forma de plante colectivo pero a mi entender sería una actitud dañina y masoquista porque aún así, enmudecidos, reducidos al silencio, todavía a los periodistas les queda una función de máximo interés: la de testigos oculares que pueden dar fe de cómo han sucedido los hechos, cómo entró el personaje, en qué sala, a qué hora, quienes le aguardaban, si leyó un texto colocado en el atril o en el telepronter y un sinfín de detalles adyacentes que quedan fuera del alcance de los periodistas cuando se retrocede un paso más y se sitúa a los periodistas fuera del teatro de operaciones como ha sucedido en las dos últimas declaraciones institucionales que nos ha brindado el presidente del gobierno y secretario general del PSOE Pedro Sánchez Pérez Castejón.
Algo que se nos había querido vender como un arranque espontáneo de sinceridad quedaba desvelado como un guiso cocinado con antelación
Vale la pena en primer lugar un examen elemental de cómo se dirigió a los españoles en la mañana del lunes 29 de abril al cumplirse los cinco días de reflexión que se había auto concedido anteponiendo a cualquier otra condición la de profundamente enamorado de Begoña para sopesar si valía la pena seguir o tenía más sentido dejarlo. Observemos la escena de la que estuvimos excluidos. Se había creado un vacío, nadie sabía por dónde iban sus pensamientos, pero sus dos primeras palabras –Buenas tardes– le traicionaron porque revelaron que no le escuchábamos en directo, sino que estábamos atendiendo una grabación de la víspera que se nos ofrecía cuando se iniciaban las horas útiles de la mañana. Algo que se nos había querido vender como un arranque espontáneo de sinceridad quedaba desvelado como un guiso cocinado con antelación. Si los periodistas hubieran sido convocados para añadir interés a la decoración hubieran podido testificar a qué hora exacta se emitía el discurso del 29 de abril y lo mismo hubieran podido hacer respecto de la segunda declaración institucional dedicada al reconocimiento del Estado de Palestina. Por ejemplo, ausentes los periodistas, nunca sabremos, salvo si alguno de los técnicos que las grabaron se fuera de la lengua, cuántas veces fue interrumpida la grabación y qué impresión se quiso dar con cada una de ellas. Continuará.