ARCADI ESPADA, EL MUNDO – 18/12/14
·En Peshawar mataron el martes a 141 personas. 132 eran niños. Un comando islamista entró en una escuela del Ejército y empezó a disparar. Matar niños, de este modo. No recuerdo nada igual. Está, desde luego, el caso de la escuela de Beslán, en Osetia del Norte, aún más mortífero. Pero veo diferencias: la mayor parte de los asesinatos se cometieron durante el asalto que enfrentó a los terroristas chechenos con las tropas rusas. No veo allí la premeditación y la crueldad de Peshawar. Teniendo en cuenta, desde luego, que soy de los que pienso que no es lo mismo matar niños que matar hombres, y que me afecta algo así como la moral de aquel espermatozoide que al menos una vez en la vida llegó primero, publicidad. No veo nada comparable a Peshawar después de 1945, salvo algún probable suceso similar entre hutus y tutsis.
La matanza de la escuela me ha recordado un estremecedor capítulo de El drama de Varsovia, el gran relato del duque de Parcent sobre la Polonia nazi. Cuando se encuentra en un bosque de Varsovia a dos hermanitos judíos, abandonados y hambrientos, les da terrones de azúcar y algo de dinero y al poco de que se alejasen oye dos tiros, va hacia el lugar donde sonaron y ve a los niños retorciéndose de muerte, mientras un oficial nazi se aleja silbando con su perro. La inexorable verdad es esta.
Para matar en grupo y en nuestro tiempo a 132 niños en una escuela, mediante una acción premeditada, la única palabra política posible es hoy Alá como ayer lo fue Hitler. No hay otra causa política en el mundo, basada en razones étnicas, religiosas o sociales que gatee por debajo de los pupitres de una escuela buscando 132 cabezas de niños para destrozarlas. Esto supone un notable progreso humano. No sólo es que la democracia, y el consiguiente rechazo de la violencia, se hayan instaurado como el método más extendido de resolver los conflictos humanos.
Es que en todas las violencias que asuelan el mundo sólo el fanatismo de tipo islámico ha sido capaz de irrumpir así en una escuela: el progreso moral no sólo se ve en la extensión de la paz sino en las fisonomías que adquiere la violencia. En vano, como ya he visto hacer, se intentará esconder la cabeza aludiendo a otras matanzas formalmente parecidas. Estamos a poco de que a alguien se le ocurra hablar del Columbine islámico, en alusión a la escuela de Colorado, donde dos adolescentes asesinaron a 13 niños. Relativización inútil. Después de matar o no matar la perturbadora diferencia es hacerlo o no en nombre de alguien. Ese alguien del que también se reclaman hombres pacíficos que le rezan las mismas oraciones que los asesinos.
ARCADI ESPADA, EL MUNDO – 18/12/14
EN Peshawar mataron el martes a 141 personas. 132 eran niños. Un comando islamista entró en una escuela del Ejército y empezó a disparar. Matar niños, de este modo. No recuerdo nada igual. Está, desde luego, el caso de la escuela de Beslán, en Osetia del Norte, aún más mortífero. Pero veo diferencias: la mayor parte de los asesinatos se cometieron durante el asalto que enfrentó a los terroristas chechenos con las tropas rusas. No veo allí la premeditación y la crueldad de Peshawar. Teniendo en cuenta, desde luego, que soy de los que pienso que no es lo mismo matar niños que matar hombres, y que me afecta algo así como la moral de aquel espermatozoide que al menos una vez en la vida llegó primero, publicidad. No veo nada comparable a Peshawar después de 1945, salvo algún probable suceso similar entre hutus y tutsis.
La matanza de la escuela me ha recordado un estremecedor capítulo de El drama de Varsovia, el gran relato del duque de Parcent sobre la Polonia nazi. Cuando se encuentra en un bosque de Varsovia a dos hermanitos judíos, abandonados y hambrientos, les da terrones de azúcar y algo de dinero y al poco de que se alejasen oye dos tiros, va hacia el lugar donde sonaron y ve a los niños retorciéndose de muerte, mientras un oficial nazi se aleja silbando con su perro. La inexorable verdad es esta. Para matar en grupo y en nuestro tiempo a 132 niños en una escuela, mediante una acción premeditada, la única palabra política posible es hoy Alá como ayer lo fue Hitler. No hay otra causa política en el mundo, basada en razones étnicas, religiosas o sociales que gatee por debajo de los pupitres de una escuela buscando 132 cabezas de niños para destrozarlas. Esto supone un notable progreso humano. No sólo es que la democracia, y el consiguiente rechazo de la violencia, se hayan instaurado como el método más extendido de resolver los conflictos humanos. Es que en todas las violencias que asuelan el mundo sólo el fanatismo de tipo islámico ha sido capaz de irrumpir así en una escuela: el progreso moral no sólo se ve en la extensión de la paz sino en las fisonomías que adquiere la violencia. En vano, como ya he visto hacer, se intentará esconder la cabeza aludiendo a otras matanzas formalmente parecidas. Estamos a poco de que a alguien se le ocurra hablar del Columbine islámico, en alusión a la escuela de Colorado, donde dos adolescentes asesinaron a 13 niños. Relativización inútil. Después de matar o no matar la perturbadora diferencia es hacerlo o no en nombre de alguien. Ese alguien del que también se reclaman hombres pacíficos que le rezan las mismas oraciones que los asesinos.