FLORENCIO DOMÍNGUEZ, EL CORREO 09/04/13
· En las últimas semanas la izquierda abertzale ha multiplicado los gestos de sintonía y apoyo a los movimientos de ETA y ha ratificado su cercanía a los etarras en cualquier circunstancia. Representantes de Sortu avalaron con su presencia en París la declaración de ETA leída por ‘Txeroki’ durante un juicio sobre las víctimas «colaterales» causadas por los terroristas. Después han mostrado comprensión legitimadora de la trayectoria violenta con las declaraciones efectuadas por la portavoz de EH Bildu en el Parlamento vasco.
Más recientemente han dado su respaldo, sin la menor crítica, a la actuación de ETA que ha provocado la expulsión de sus dirigentes de Noruega y que ha puesto en cuestión el futuro de la Comisión Internacional de Verificación, al tensar sus relaciones con una comisión que, por cierto, fue constituida por el interés de la propia organización terrorista y del resto de la izquierda abertzale.
En los últimos días se han volcado en la calle para convertir una cuestión médica, como la relativa a las circunstancias de la muerte de un exdirigente de ETA encarcelado, en un problema político.
Todas estas actuaciones se hacen en nombre de la búsqueda de la unanimidad, del temor a que se pueda producir algún tipo de fractura interna en el seno de ETA o entre la banda y su entorno. El peligro de que se rompa la unanimidad fue también la razón invocada por los representantes de ETA para no atender las peticiones de los verificadores el pasado mes de enero. El mantenimiento de la unidad y de la cohesión interna del grupo se ofrece como explicación del inmovilismo.
Secundar a ETA en nombre de la unidad del conjunto de la izquierda abertzale les ha llevado a cometer un gran número de errores políticos en los últimos años. Batasuna secundó a ETA cuando ésta decidió romper la tregua de 1999, aunque con esa decisión echó por tierra la unidad entre nacionalistas que se había alcanzado durante el alto el fuego. Batasuna aceptó con resignación las presiones de ETA en el verano de 2006 y perdió una oportunidad de ser legalizada; luego, aceptó más presiones y acabó con las negociaciones de Loyola. Se volvió a resignar con la ruptura de la tregua de 2006 y perdió varios años.
Sólo cuando tuvo necesidad de volver a la legalidad se atrevió a romper con una trayectoria de resignación y se enfrentó a una ETA debilitada y descabezada por la acción policial. Entonces fue ETA la que se vio obligada a tener en cuenta la conveniencia de mantener la unidad de la izquierda abertzale y anunciar, primero, una tregua y, luego, el abandono de la violencia. A partir de entonces, y una vez conseguida la legalización de Sortu, da la impresión de que se ha aflojado la voluntad de la izquierda abertzale de mantener la presión sobre la banda.
FLORENCIO DOMÍNGUEZ, EL CORREO 09/04/13