ARCADI ESPADA-EL MUNDO

HAY quienes tienen la desvergüenza de ver ideología en el asesinato de la cuenca minera de Huelva. Suelen ser los mismos que se niegan a criminalizar a los islámicos, cuando uno de ellos mata al grito de ¡Allah Akbar! No hay discurso en la probable psicopatía de Montoya. Es impensable que acabara con su pobre víctima al grito de ¡En nombre del macho! Para matar y morir violentamente ser hombre es un factor de riesgo: mucho más que ser mujer en cualquiera –en cualquiera– de las dos categorías. Los problemas de ser hombre vienen de su condición y no de la supuesta idea machista en que milite. El hombre es violento con los otros y consigo mismo: la gran mayoría de suicidas son hombres. (3.679 este año en España, sin que los periódicos hayan dado de esas muertes algo más que el total.) El hombre es ocupante mayoritario de las cárceles; pero también víctima predilecta de los accidentes laborales, de las guerras –incluso de las guerras por la libertad– y de cualquier forma de heroísmo que acabe mal.

El relato machista, en el dudosísimo caso de que tal cosa exista en Occidente, tiene con los asesinatos de mujeres una relación infinitamente menos obvia de la que el nacionalismo ha tenido en España con los asesinatos terroristas. Vale la pena meditarlo en relación al prestigio social y político del nacionalismo. Una meditación similar y universal debe hacerse con la religión. Y hay otro asunto, incrustado en la misma nuez del crimen, que debería hacer meditar también a los cazadores de relatos. Acaba de hacerse público un interesante informe sobre el homicidio en España dirigido por el psicólogo José Luis González Álvarez. Tiene limitaciones estadísticas, porque solo abarca 682 casos entre 2010 y 2012, pero muchas de sus conclusiones son fácilmente extrapolables. La que ahora me interesa es que 144 (un 20%) de los asesinos –de mujeres y de hombres– actuaron bajo los efectos de las drogas. Un detalle que las noticias eluden, en especial las del crimen de pareja, por su carácter atenuante: aún no sabemos si el drogadicto Montoya está en ese caso. A este detalle podrían añadirse otros. Cada tanto, hay noticias, por ejemplo, de una canción que pasa al infierno porque hiere la dignidad de la mujer, dicen algunas mujeres. Háganse listas con las canciones que exaltan el consumo: basta leer los títulos para subir en globo. ¡Ahí tienen un discurso! Las drogas matan y, lo peor, matan a los otros. Pero su prestigio es tan imponente que hay partidos que llevan en el programa su legalización. Quizá sea ese un camino para el hombre: pasar directamente a la ilegalidad y de ahí… tratar de remontar.