LIBERTAD DIGITAL 13/12/16
CRISTINA LOSADA
· Los pactos requieren una básica lealtad. Salvo que pensemos que en política no hay honor.
Hace casi un año de las elecciones que desplazaron las coordenadas políticas españolas del bipartidismo (imperfecto) al cuatripartidismo. Ha pasado casi medio desde las elecciones que confirmaron, con alguna corrección, el desplazamiento. Y pronto se cumplirán dos meses de la investidura de Rajoy y la formación de un Gobierno del PP en minoría. Después del 20-D, como después del 26-J, el mensaje del partido más votado en ambas convocatorias, de la minoría mayoritaria en la Cámara, fue «Que nos dejen gobernar». La cuestión interesante es que hoy, ya en el Gobierno, el mensaje que trasladan a diestra y siniestra es el mismo: hay que dejar que gobiernen.
La última formulación de esa perentoria exigencia ha venido de la vicesecretaria Andrea Levy. Pidió a todos los partidos responsabilidad para que hagan «una oposición constructiva», en lugar de un «bloqueo permanente», y reflexionó: «Si malo es no tener Gobierno, peor es que el Gobierno no tenga capacidad de ejercer sus funciones». Al contrario que Levy, que parte de la premisa de que el Gobierno de su partido es indiscutiblemente bueno, yo no sabría decir cuál es el mayor de los males entre los dos que planteaba. Pero, más que ese juicio, lo significativo es la actitud. Y la actitud en la que se ha congelado el PP es que los demás partidos tienen la obligación de darle luz verde. Decían que era obligación de los otros permitir su Gobierno, como dicen ahora que también es su obligación permitir que ejerza, revelando en todo ello una visión patrimonial del poder.
En esa manera de afrontar un Gobierno en minoría, falta un sujeto: la primera persona. Porque algo tiene que hacer el propio Gobierno para conseguir que sus leyes y presupuestos pasen la aduana parlamentaria. En realidad, la principal responsabilidad recae en él, no en la oposición. Lo cual nos lleva al viejo y no resuelto asunto de los acuerdos y pactos, que es asunto en el que el Gobierno de Rajoy da la impresión de que hace con una mano lo que deshace con la otra. El ejemplo más notable de esta ambivalencia se produjo a raíz del reciente acuerdo con el PSOE para subir el salario mínimo: promovió que se viera como una señal de la irrelevancia de Ciudadanos, que es el partido con el que firmó un acuerdo de investidura.
Se alegará que es natural que el PP esté interesado en arrinconar a C’s y que aproveche cualquier oportunidad para hacerlo. Y que también lo es que el PSOE esté dispuesto a colaborar en tales maniobras, aunque en su caso no parece tan inteligente darle bola a la idea de que hay una gran coalición de facto y un entendimiento subterráneo con el Gobierno. Pero los dos partidos tradicionales están tan interesados en desembarazarse de sus nuevos competidores cuanto antes, que pueden dañarse a sí mismos al tratar de dañar rápidamente a esos rivales. Y el riesgo añadido que corren, especialmente el PP, que tendrá que buscar acuerdos a lo largo de la legislatura, es invalidarse como socio fiable. Los pactos requieren una básica lealtad. Salvo que digamos con Disraeli que «no hay acto de traición y de vileza del que un partido político no sea capaz, porque en política no hay honor».