- El intelectual, siendo muy generosos con el término, alcanza eficacia como líder progresista con más éxito que ningún otro personaje o envoltorio, muy por encima del cabecilla obrero de antaño
Menospreciar al enemigo es un error imperdonable. Además, en este caso es el menospreciado quien ha establecido la enemistad como única forma de relación con cuantos disienten de sus postulados principales, hoy contenidos en la ideología woke, ese mosaico de causas retrógradas y contradictorias. Una vez te definen como enemigo, lo eres te guste o no. Salvo que te rindas preventivamente, claro está, para que no te ataquen por tu nombre, modalidad de enfrentamiento habitual de la izquierda muy antigua y de la contemporánea. De ahí sus acosos en la calle y en las redes, sus doxeos, su preferencia por la argumentación ad hominem.
El mayor acierto de la izquierda es haberse amoldado a la visión gramsciana de hegemonía. El desplazamiento de la figura del revolucionario, de obrero concienciado a intelectual comprometido, es tan antigua como ese amoldamiento. Durante un siglo, la actividad intelectual (y muy poco después la artística, en especial con la contribución de Willi Münzenberg y los «compañeros de viaje», donde se incluían tantos nombres de Hollywood) ha conferido la habilitación más eficaz para tutelar movilizaciones por cualquier causa. El intelectual, siendo muy generosos con el término, alcanza eficacia como líder progresista con más éxito que ningún otro personaje o envoltorio, muy por encima del cabecilla obrero de antaño. Se puede constatar comparando la nula influencia de los más altos dirigentes sindicales con la fuerza de cualquier opinión divisiva de un director de cine, de un escritor, de un actor o de un cantante.
La izquierda sigue rentabilizando su apuesta por la hegemonía cultural en tanto que la vieja derecha, por despreciar tal lid, ha devenido puramente socialdemócrata en Europa. Cedió la hegemonía cultural sin comprender que Gramsci tenía razón, y que su aggiornamento por parte de Ernesto Laclau sigue acertando hasta el día de hoy. La nueva derecha se percató de que, en condiciones normales, obtendrá el poder político de manera natural aquel que se haya impuesto antes en el mundo académico, en el editorial, en las productoras audiovisuales, en los medios de comunicación, en la escuela, en el sector musical, en el teatro, en el comisariado de las exposiciones pictóricas. Y claro, en el de las plataformas de streaming,
A consecuencia de las redes sociales, y antes gracias a los primeros logros de la revolución en las telecomunicaciones, con internet y los teléfonos móviles, luego inteligentes, la complejidad ha ido aumentado de manera exponencial, abriendo una brecha en la hegemonía cultural y en la formación de la opinión. Conocemos la reacción: cancelación, moderación por verificadores, censura. Un decidido empeño en mantener la hegemonía violentando el núcleo de la democracia liberal: la libertad de expresión. Esto no está entre los aciertos. Por el contrario, es el error por el que la izquierda está perdiendo su hegemonía y por el que la nueva derecha cobra redoblada legitimidad al constituir el único conglomerado de fuerzas que exige libertad en el debate público. Aprendamos de los aciertos de la izquierda y aprovechemos sus errores.
PS: Sirva como ejemplo de censura ideológica la prohibición ayer del acto de preestreno, en el Congreso de los Diputados, de un documental en el que participo: Lo que nos ocultaron. Previamente autorizado, la señora Armengol decidió cancelar el mismo día del evento nuestra revisión de la conducta del PSOE durante la Segunda República.