EL ECONOMISTA 17/03/13
NICOLÁS REDONDO TERREROS
El caso de Ponferrada tiene su origen en Cantabria, con Revilla
En la política española parece imposible hacer debates abstractos sobre ideas o programas. Todo transcurre, en ocasiones paradójicamente, alrededor de nombres propios, de personalidades más o menos transcendentes, y durante un tiempo determinado, después del cual el olvido es tan inevitable como definitivo. En las últimas semanas han sido protagonistas destacados nombres como el de Luis Bárcenas o Iñaki Urdangarin, pero su continua aparición no ha provocado un conflicto de ideas contrapuestas sobre la corrupción, la financiación de los partidos políticos o el futuro de la jefatura del Estado; todo se ha reducido a la publicación de la casuística y la reacción moral correspondiente, que no es poco, pero que es claramente insuficiente. Algo similar ha sucedido alrededor del activismo independentista de Artur Mas, saldado con imprecaciones de los que no son partidarios y lamentos de victimismo exhibicionista de los soberanistas.
Hoy, sin embargo, me entretiene lo sucedido en la localidad leonesa de Ponferrada. La discusión se ha centrado en la inoportunidad del apoyo de un acosador sexual a los socialistas ponferradinos para acceder a la alcaldía; la mayoría ha criticado con dureza el oportunismo de los socialistas locales y ha responsabilizado a toda la jerarquía del PSOE, llegando incluso hasta el mismísimo secretario general. Creo que no es suficiente quedarnos en la crítica superficial al comportamiento de la clerecía socialista y no hacernos a modo socrático algunas preguntas: ¿es un hecho aislado lo sucedido en Ponferrada?, ¿es sólo cuestionable por los antecedentes penales del colaborador imprescindible?
Durante estos días, en los que las reacciones han ido desde la indignación justificada de unos a el aprovechamiento poco decoroso de otros, mi reflexión me ha llevado a interrogarme a modo y forma del personaje de Mario Vargas Llosa en su novela Conversación en La Catedral: ¿en qué momento se jodió el invento? Porque respondiendo a esta pregunta que parece exclusivamente temporal nos acercaremos a la verdadera naturaleza del problema planteado en la localidad leonesa. Creo que el problema lo podemos situar ocho años atrás y en la comunidad autónoma de Cantabria, cuando la segunda fuerza política en las elecciones municipales y autonómicas, el Partido Socialista de Cantabria, apoya a la tercera, la formación regionalista de Revilla, para desde Santander gobernar coaligadas toda la comunidad.
Pocos prestaron en aquel momento atención a la extravagante política de alianzas de los socialistas, unos por carecer ya de sensibilidad y otros por disciplina partidista. Sin embargo, ya entonces anuncié que toda aquella jugarreta era el símbolo, el mejor ejemplo de un partido en el que la obtención del poder se convertía en el único objetivo, y en el que, de forma paralela e inevitable, la doctrina, el programa, las ideas irían desapareciendo. Empezó a estar todo justificado con tal de obtener la presidencia de una comunidad o la alcaldía en un ayuntamiento; con tal de llevar al otro gran partido nacional a la oposición, era lícito pactar con cualquier otra fuerza.
La degradación del Partido Socialista, y en cierto modo de la política, empezó en el Cantábrico ante la indiferencia de la mayoría, cuando el discurso, el componente ideológico o las ideas desaparecieron y todo se redujo a la forma de obtener el poder. Un activismo sin ideas, una militancia sin proyecto, un compromiso sin discurso que se introdujo hace ya ocho años, y que ha ido adquiriendo carta de naturaleza en el socialismo español, transformando al PSOE en una especie de federación de partidos, de reinos de taifas, de cantones, en el que el único denominador común es el tener o no poder.
Una vez iniciado el proceso no se puede parar, y para conseguir el objetivo, que no es otro que lograr gobernar un municipio, diputación o comunidad autónoma, se pasa de tener como socio a Revilla, un hombre pintoresco pero creo que honrado, a formaciones antisistema o a dudosos personajes, como el que maneja los hilos del teatro ponferradino. Este último caso se ha saldado con una polémica nacional, más por la quiebra interna del PSOE que porque se hayan dado cuenta de las circunstancias y la naturaleza del problema.
Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la Libertad.