Manuel Marín-Vozpópuli
Puigdemont, un cobardón de libro, no ha aguantado el órdago de Sánchez
No son Telefónica o García Page aplaudiendo a Pedro Sánchez con esa simulación permanente de que le planta cara los días pares y le jalea los impares. Es Puigdemont. Ojalá hubiese roto de verdad, sin teatros, sin más promesas incumplidas, como cuando dijo que se retiraba de la política si no era presidente de la Generalitat catalana. Puigdemont parece empeñado en que Salvador Illa gobierne más de veinte años, como Jordi Pujol. Cuanto más decide, más refuerza al socialista. Cuando Puigdemont y toda su retahíla de aduladores presumen de no ir de farol, es que van más de farol que nunca. Sánchez les ha tomado la medida, pero bien. ¿Un ultimátum? ¿Otro más? Entonces, Rodríguez Zapatero susurra a Sánchez que aguante el pulso, que no consienta una cuestión de confianza, que soporte el órdago… y Puigdemont se nos achanta. Como siempre.
El PNV dio un estoconazo a Rajoy sin que nadie lo viese venir. Junts en cambio es la burra que va y viene del trigo con trote cansino y moscas revoloteando en las orejas. Todo en torno a Puigdemont es una farsa de mucho larala y poco lerele. Y si Sánchez no va a Suiza a hacerse la foto, será irrelevante. Junts inventará otra prórroga, y después, la siguiente. Sánchez tiene su confianza para ser presidente, pero no para ejercer como tal. Eso sí, en el Congreso. En los despachos que pueden fulminar el Estado de derecho, sí que ejerce. Y así vamos, de apuesta en apuesta, y siempre gana Sánchez.
Puigdemont es un tipo que con Sánchez tiene a España paralizada, y sin él no es nadie. Por eso no le aprobará los Presupuestos, porque es su única garantía de seguir pintando algo mientras Illa queda beatificado por el electorado de Junts y ERC
Puigdemont es un delincuente. Presunto. Asesorado por delincuentes consagrados con sentencia firme, y por blanqueadores, muy presuntos también, de narcotraficantes. Se ha codeado con lo más selecto, granado y siniestro del régimen de Putin, y es un acreditado escapista de maletero. Es un tipo que con Sánchez tiene a España paralizada, y sin él no es nadie. Por eso no le aprobará los Presupuestos, porque es su única garantía de seguir pintando algo mientras Illa queda beatificado por el electorado de Junts y ERC como una especie de pacificador mundial del catalanismo combativo y rebelde. Si Puigdemont aprueba los presupuestos a Sánchez, se convierte en alguien irrelevante, prescindible. Le interesa que todo esté roto, pero no romper. Hermano, yo-ya-no-te-creo-una-palabra.
Sánchez no cumple con él ni con los recovecos de la amnistía. Se enfadan mucho, pero mucho, y escenifican, pero nunca rompen. Siempre hay otra prórroga y todo está hablado de antemano. Crean una atmósfera tóxica, una burla sistémica, pero siempre reman a la par. Junts y ERC simulan que se quieren matar, pero ya nadie sabe si se odian o se quieren, y es lo de menos porque escudriñar en la táctica o en la estrategia de ambos es ya cansino, aburrido. La ‘performance’ siempre concluye igual, con Sánchez reforzado. Lo de la cuestión de confianza es interesante porque hace ruido, eleva el tono de las crisis y la simulación parece real. Pero ¿y qué? Todo concluye entre palabrería ociosa entre fanfarrones de boquilla, enemigos de mentirijilla y yonkis de un único modo de vida, el del poder. El de lucrarse del independentismo sin independencia con el postureo, la amenaza y esa soberbia tan falsa como un duro de madera.
Sánchez no cumple con él ni con los recovecos de la amnistía. Se enfadan mucho, pero mucho, y escenifican, pero nunca rompen. Siempre hay otra prórroga y todo está hablado de antemano.
Son muchas veces ya las que nos dicen que están al límite, que no soportan más los engaños de Sánchez, que nada avanza y que Cataluña es poco menos que Viafra tras la guerra. Y medimos cada gesto de Puigdemont, cada palabra, cada silencio, como si fuese un misterio insondable. “Ahora sí, ahora sí rompen”. Y se encienden las luces de alarma. Y luego, llega un sábado de esos de enero, anodinos, con la España protestona de copazo en copazo, y Sánchez ha hecho sus deberes. Despacheo, guillotina, y a sacudir la democracia como a una esterilla. Todo se tensa con Junts, pero nunca pasa nada. Se ponen sesudos, envían whatsapps a periodistas a las dos de la madrugada, siempre hay una reunión in extremis… y el teatrillo decae. Repetimos tópicos como que a Junts no le conviene la fractura, que Sánchez y Puigdemont dependen el uno del otro, que el presidente no puede aguantar y tiene mala cara, que si los procesos judiciales y tal, y que Puigdemont ha asumido que no debe tener prisa con la amnistía porque antes o después llegará con el selfie junto a Sánchez. Bah.
Antecedentes hay de sobra para seguir pensando que todo es un paripé en espiral, una comedia de ofendiditos que se sostienen en pie, uno abrazado al otro, para no desplomarse. Puigdemont tiene esa cosa de los iluminados que te tienen en vilo pero luego te dicen a la cara “pero bobo, ¿ibas a picar otra vez?”. Esta vez Sánchez le ha aguantado la mirada y Puigdemont, con sus prórrogas y sus zarandajas, se nos ha amilanado. Alardea de haber concedido un recurso más al tipo de naranja en el corredor de la muerte. Pero el cobardón sólo se da vida a sí mismo, y le han tomado la matrícula. Siempre el mismo regate, siempre la misma jugada.
Esquerra y Junts están perpetuando a llla sin enterarse de nada porque han caído en la trampa del sanchismo. Romperlo por la cuaderna les igualaría con la internacional ultraderechista, y ahí se andan, en el laberinto, pensando qué hacer con sus vidas. Si su ocurrencia más feliz es contratar en Bélgica una matrícula con 1-O-2017, Sánchez se estará divirtiendo mientras completa su puzle del IBEX a base de bofetadas. ¿Les va bien a Junqueras y a Puigdemont como monaguillos del obispo? Sánchez juguetea con ellos porque en el fondo les une lo mismo: un concepto identitario colectivo para la disolución progresiva de la democracia tal y como se concibió en 1978, un intervencionismo autoritario de las instituciones, y una idea fija de la militancia en el poder, que no en la ideológica. Esto ya ni siquiera es un conflicto entre izquierda y derecha, sino la consagración de un proyecto neoconstituyente en el que el delincuente es víctima del sistema, y el sistema un sumiso del delincuente. Puigdemont, un cobardón de libro, no ha aguantado el órdago de Sánchez. En qué poca cosa se nos está quedando España.