- La opereta de Puigdemont muestra que, por obra del Gobierno de Sánchez, en una región española la Policía ya no persigue a los delincuentes si conviene al PSOE
Ni siquiera el inspector Clouseau o Mortadelo y Filemón, patosos agentes del orden que habitan en el delirio del astracán, habrían tenido el menor problema para localizar y detener este jueves al fugitivo Puigdemont en Barcelona.
Algún cargo de la Benemérita comentaba ayer confidencialmente a periodistas de El Debate que, de haber recibido ellos el encargo, lo habrían encontrado y trincado ipso facto. Sin embargo, el Gobierno más parlanchín que jamás hemos soportado, que lleva tres días sumido en un silencio atronador, jamás cursó esa orden. Puigdemont es el carcelero que tiene la llave de la Moncloa, así que se le concede lo que precise.
Resulta evidente que aquí, una vez más, ha habido pasteleo entre tinieblas: dejamos que Carles monte su show impunemente un ratillo en Barcelona y a cambio vosotros nos dejáis seguir adelante con la investidura de Salvador. Dicho y hecho. Lo que hemos visto muestra que la alianza de Sánchez y Puigdemont, sendos oportunistas de la política, funciona perfectamente. Pierdan toda esperanza los que fabulan con elecciones generales anticipadas.
La policía autonómica catalana, cuerpo dirigido por el Ejecutivo separatista y al servicio de la causa, no fue capaz de dar con Puchi, convertido por gentileza suya en una suerte de mago David Copperfield del escapismo. Lo tenían delante de sus napias, pues mantenían un cordón policial a su alrededor cuando apareció en el estrado ante su exigua parroquia (solo 3.500 simpatizantes acudieron a la llamada del profeta exiliado, menos de lo que reúne cualquier manifa de rutina por la sanidad y muy lejos de las cifras de las protestas de estos días en solidaridad con Venezuela).
A primera hora de la mañana, Efe, la agencia estatal que dirige el exsecretario de Comunicación de Sánchez, sirvió una foto en la que se veía a Puigdemont por Barcelona acompañado en una calle por solo cuatro personas. Si ese fotógrafo pudo encontrarlo en semejante situación, en la que le podía detener sin problema alguno, ¿cómo no lo lograron los mossos, que se supone que dominan el terreno a la perfección?
No lo lograron porque no quisieron, así de sencillo, porque son el ejército del separatismo, al menos en su cúpula. El mismo cuerpo que en 2017 colaboró con el referéndum ilegal. El mismo que dio soporte a Puigdemont en su fuga cobardona y nocturna de aquel año. El mismo que ayer le ayudó a huir (hay ya orden de detención contra un agente de los Mossos acusado de ello).
Pero Puigdemont y su show no suponen un problema en sí mismos, sino por lo que denota el circo que hemos soportado. Se ha constatado en toda su crudeza que ya no hay Estado en Cataluña, pues así lo han querido el presidente del Gobierno y su partido, el traicionero PSOE. Se ha visto que las órdenes de detención del Supremo son papel mojado en una región de España. Se ha visto que el presidente del Parlamento catalán, que a estas horas estaría todavía en la cárcel por golpista de no haber sido indultado por Sánchez, se paseaba con el fugitivo pavoneándose. Se ha visto que no queda un solo agente del orden en Cataluña (mosso, policía o guardia civil), capaz de plantarse allí y detener a un fugitivo reclamado por el primer Tribunal de España. Y se ha visto ya sin careta a ese flemático felón llamado Illa, que en nuestra España constitucional abrió su discurso reivindicando la legalidad «republicana» y ensalzando la ley de amnistía (rechazada por el propio Sánchez hasta tres días antes de perder las elecciones de 2023 y necesitarla para comprar a Puigdemont).
España está institucionalmente destrozada. Ya no existe la igualdad entre españoles y la Policía y la Justicia ya no operan en una de las regiones más importantes de España. El próximo paso será el cupo catalán. Escucho sensatas voces que llaman a la esperanza: «Eso es inviable, no saldrá adelante». Pero lo mismo escuchamos cuando se hablaba de indultos, y de pactos con el partido de ETA, y de amnistía. ¿Cómo va a frenarse el agravio del cupo catalán en un país incapaz de detener a un prófugo que llevaba siete años chuleándonos y que se ha presentado en Barcelona con claro anuncio previo, incluido lugar y hora?
Cuando Cataluña disponga de su cupo –el control total de los impuestos– será un Estado en todo menos en el nombre. Tendrá policía propia. Tendrá su política exterior y embajadas propias. Tendrá su lengua propia, prohibiendo la que más se habla allí (véase la multa por unos pañales en español en un Carrefour). Tendrá su televisión propia, su Parlamento, su defensor del pueblo… Tendrá su Hacienda. Solo le faltará un Ejército, un jefe de Estado y el control de las fronteras. Pero todo se andará.
Puigdemont sería un chiste grotesco de no ser el iceberg de una tragedia: hemos entregado una de las regiones más importantes, productivas y hermosas de España a una minoría (como se vio en el escaso apoyo callejero al prófugo en pleno corazón de Barcelona). Y este desastre ha sucedido por la imperdonable traición de un partido que en burla suprema todavía se llama Partido Socialista Obrero Español. Cuando debería llamarse Partido Sanchista pro Supremacistas y Vende Patrias.
Pobre España, que cosecha al final lo que hemos ido permitiendo entre todos. Se les fue dando soberanía para evitar que rompiesen, y ellos la usaron para romper, como no podía ser de otra manera.