En torno al ‘hiyab’

En Francia el laicismo no ha causado ninguno de los problemas que se temían y el velo islámico ha desaparecido de las escuelas. Pero para ello hay que eliminar todo vestido, emblema o imagen de significación religiosa. El criterio ha de ser la igualdad. Si un aula está presidida por el Crucifijo, ¿en razón de qué va a prohibirse el uso en la escuela del ‘hiyab’?

La cuestión del velo islámico reaparece entre nosotros de manera recurrente, casi siempre como consecuencia de los problemas que surgen por el rechazo del uso del velo por una niña musulmana en instituciones educativas. La opinión pública se moviliza entonces entre dos polos, uno integrado por quienes son musulmanes o religiosos afectos al Islam, más los progresistas que esgrimen los derechos de la multiculturalidad; otro por los que ven en el uso del velo un ataque a las formas de vestido vigentes en un país occidental como el nuestro.

En apariencia, la pinza formada por los primeros parece llevar clara ventaja. De antemano, porque el derecho a la enseñanza ha de prevalecer sobre un tema formal como es el aditamento del velo al vestido, según recordaba el vicepresidente Chaves. Además porque viendo en el velo un elemento sobre todo cultural, identitario, proponer su rechazo es tanto como sentar plaza de xenófobo y/o islamófobo. Los europeos tendemos a la discriminación del ‘otro’, visto como bárbaro (T. Tdorov), y nada mejor que la prohibición del velo para mostrarlo. Hasta el absurdo: una niña amiga de la protagonista del episodio causante del debate llegaba a decir que en Marruecos se podía ir a la escuela en minifalda, por contraste con la intransigencia aquí mostrada (Invito a cualquier interesada a pasearse así sola por un lugar del interior del país vecino, no ya para entrar en un colegio, con la seguridad de experimentar la misma sensación de quien entra con una insignia bien visible del PP en un bar de Oiartzun).

Conviene, pues, diseccionar el problema. Sólo hace falta recorrer la literatura islamista ofrecida en cualquier librería situada en torno al bulevar de Belleville en París para darse cuenta de que la imposición del ‘hiyab’ se ha convertido en el símbolo de los progresos de la islamización en una sociedad pluralista. De libertad de la mujer, nada. Más aún vale la pena adentrarse en el ‘Informe Stasi’ que sirvió de base a su prohibición en el espacio público para comprobar su papel en la generalización, no de una conciencia musulmana, sino machista e islamista, con el ejercicio sistemático de la violencia en los barrios periféricos sobre las muchachas que no llevaban ‘hiyab’. «O el velo o el palo», advertían los seguidores de Jomeini en Irán, con el aliciente de los latigazos y las condenas de prisión a las infractoras. Por lo demás, las referencias al tema en el Corán apuntan sobre todo al mantenimiento del pudor, salvo en lo que concierne a las esposas del Profeta, hoy ya desaparecidas, y la fórmula imperante consiste en limitar la exhibición del cuerpo a cara y manos y corresponde a una sentencia de la recopilación de Abu Daud, tercera en estima, además insegura al faltarle el primer eslabón de la cadena de transmisión (‘isnad’), iniciada en Aisha, viuda del Profeta. No hablemos de cubrimientos integrales por ‘burkas’ y ‘niqabs’, arraigados eso sí en la historia (vale la pena evocar las mujeres con ‘niqabs’ blancos en el cuadro de Carpaccio sobre el martirio de San Marcos en la Academia veneciana).

En sociedades fieles formalmente a la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, la generalización del ‘hiyab’ no constituye una buena noticia. Implica la aceptación por la mujer de una condición subalterna perfectamente definida en el Corán y sentencias (‘hadiths’) y por añadidura, si entramos a discutir la coartada identitaria, se constituye en un factor decisivo de rechazo de la integración en un sistema de valores universalmente avalado, así como de enquistamiento de la ‘umma’, de la comunidad de los creyentes, en un gueto respecto de nuestras formas de sociabilidad y de formación. No me imagino a una chica haciendo todos los ejercicios gimnásticos previstos en nuestros planes educativos con el ‘hiyab’ en la cabeza. El siguiente paso es rechazar que les sea enseñada la teoría de Darwin. Se insistirá en el valor de la multiculturalidad. Ahora bien, ésta no es aceptable si entraña la imposición de códigos de comportamiento de un grupo que contravienen la normativa y los principios de un Estado de Derecho.

Llegados a este punto, entran en escena las exigencias de la libertad. Pensemos lo que pensemos sobre el ‘hiyab’, es cuestión de las creyentes en el islam llevarlo puesto o no dentro y fuera de casa. Todo acto de oposición a este derecho es signo de xenofobia. Un demócrata se encuentra obligado a considerarlo simplemente como signo de diversidad cultural, como hay otros, ya que el hecho de circular por la calle con ‘hiyab’, con ‘kipá’, disfrazado de Sabino Arana o de punky no afecta a la convivencia social. Otra cosa es el espacio público, la Administración y sobre todo la enseñanza. La experiencia francesa ha sido muy positiva: el laicismo no ha causado ninguno de los problemas que se temían y el velo islámico ha desaparecido de las escuelas. Sólo que para alcanzar ese fin hay que proceder a la eliminación de todo vestido, emblema o imagen de significación religiosa. El criterio ha de ser aquí la igualdad. Si un aula está presidida por el Crucifijo, como si de una capilla se tratara, o son admisibles dentro del edificio escolar otros emblemas religiosos, tipo fotos visibles de Ratzinger o de Josemaría, ¿en razón de qué va a prohibirse el uso en la escuela del ‘hiyab’?

Antonio Elorza, EL CORREO, 29/4/2010