MIKEL BUESA-La Razón
Ley del Cambio Climático, cerró toda posibilidad a la explotación de los yacimientos de hidrocarburos que hay en España, entre ellos las reservas de gas natural de la cuenca vasco-cantábrica
Decía Keynes que son las ideas y no los intereses las que mueven el mundo. Lo malo está en que también las ideas equivocadas juegan ese mismo papel; y lo hacen aprisionando entre las líneas en que están escritas a quienes las sostienen vehementemente haciéndolos ineptos para responder a los acontecimientos inesperados que son producto de las pasiones humanas. De éstas, sin duda es la guerra la más extrema, al punto de que sólo pueden responder con éxito a sus retos quienes son capaces de abrir su espíritu a nuevas inspiraciones.
En una prisión de papel está encerrada la ministra Teresa Ribera y, cada día que pasa, se muestra más incapaz de salir de ella. El caso es que se la ha construido ella sola con el bagaje de su extremismo ecologista, creyendo que bastaba con escribir las líneas del Boletín Oficial del Estado para hacer visible su sueño de la transición ecológica y energética. De este modo, con su Ley del Cambio Climático, cerró toda posibilidad a la explotación de los yacimientos de hidrocarburos que hay en España, entre ellos las reservas de gas natural de la cuenca vasco-cantábrica, estimadas en siete décadas de consumo. Y lo mismo para la extracción de uranio, del que dependemos del suministro de otros países, entre los que curiosamente Rusia es uno de los más relevantes. Además, la legislación medioambiental que la ministra considera irreformable impide la minería del litio, el coltán, el wolframio y las tierras raras de que España dispone con cierta abundancia y que son tan necesarias para dar soporte material a las tecnologías sobre las que se sustenta la transición digital y los vehículos eléctricos. Y dificulta también las interconexiones gasísticas y eléctricas con Francia, tan necesarias en el medio plazo para resolver la dependencia europea de los recursos rusos.