En vísperas

ABC 02/07/14
DAVID GISTAU

· Todo lo sucedido desde las europeas parece una preparación para las convulsiones de la próxima temporada

LA otra noche coincidí en una cena con unos cuantos de esos pensadores extraordinarios a los que la televisión ha arrebatado el relato de nuestro tiempo. Considero un privilegio de mi oficio que de vez en cuando surja la oportunidad de sentarme a escuchar a personas como estas, que lo extraen a uno de la estéril barahúnda de las consignas y las frases hechas en la que está sumido casi siempre. Es un spa mental. Por la media de edad, por el sentido del humor, por los duelos a esgrima de la inteligencia y por el aislamiento que esta época de emotividad primaria concibe para la reflexión compleja, me sentí como si me hubiera colado en una mansión solitaria como la de la película «Bola de fuego», en la que vivían unos sabios olvidados por todos como en una comunidad de estudio. La casa terminaba allanada por gángsters, lo cual, por cierto, es una constante del siglo XX europeo que amenaza con repetirse.

De hecho, esta percepción inspiró las dos conclusiones más amargas de la noche. Primera, que el trabajo intelectual está abocado al fracaso en una sociedad con apetito destructivo que se ha abrazado al regreso de los Gracos y los tribunos de la plebe. Uno de los presentes lo definió bien cuando dijo que, en la España contemporánea, el intelectual que antaño agitaba conversaciones y sentía pertenencia a un ambiente seminal ahora está condenado a sufrir la maldición de Casandra. La segunda era todavía más inquietante. Aquellas personas se sentían descartadas por un corrimiento generacional acreditado incluso por el Rey en su discurso ante las Cortes y en vías de ejecución en todos los ámbitos de la vida pública en los que se estima necesario incorporar a una juventud que escenifique la ruptura con un pasado que de pronto estorba por fallido. Ese hábito tan español de anularlo todo cada cierto tiempo para volver a empezar sin más asidero que el narcisismo de los mesiánicos autores de porvenir, con su fórmula magistral. A cierta edad, un hombre provechoso puede sentirse viejo para entrar en una discoteca, para comprarse una Harley Davidson o para debutar en el Betis. Pero jamás debería sentirse viejo para seguir aportando en la construcción y en la defensa moral de su sociedad. Esta es una forma de invisibilidad, de entierro en vida, que caracteriza el momento español en el que solo valen inminencias dinámicas y revolucionarias, como cuando aparecieron los movimientos redentores cuyo apogeo tuvo lugar en los años treinta. Ese mismo desdén por «lo viejo».

Estamos en vísperas, como en Turguenev. Todo cuanto ha sucedido desde las elecciones europeas parece una preparación, una toma de posiciones para las convulsiones de la próxima temporada: ese otoño que traza hacia nosotros la trayectoria de un meteorito sobre el que cabalga el independentismo como el cowboy de Kubrick sobre la bomba. Que la sociedad no parezca consciente de esto, que no se sienta reclamada más que para aliviar la bronca con los Gracos de tertulia, es debido al traslado de la culpa, que permite evitar la responsabilidad propia. Al cabo del veraneo, se acercan meses vitales que estarán regidos por la fotogenia redentora, por los juegos de la demolición, y en los que aún no sabemos qué papel desempeñará la izquierda institucional, tentada por el aventurerismo mientras rompe con el 76. Para ir acumulando defensas y principios, propongo volver a escuchar a las inteligencias que estuvieron en el fermento de un gran ciclo español, descartadas ahora como todo cuanto no cabe en un tuit.