JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- Los que leemos libros en catalán, hablamos catalán, adoramos la literatura catalana y, además, exigimos que la Constitución se respete
El español no precisa defensa; los españoles sí. Empezando por los catalanes, que resultan ser españoles para sorpresa de la ministra de Justicia: «¿Acaso no hay españoles viviendo en Cataluña?» –se pregunta. ¿De dónde saca Sánchez a esta gente? La mayoría de niños catalanes se ven privados de la educación en su lengua materna. Solo los ricos gozan del español como lengua vehicular. En la escuela pública o concertada, los derechos de los catalanes se conculcan. Eso solo puede negarlo quien no considere catalanes a los representados en la manifestación de ayer. Tal supremacismo no debería ser problema en un Estado de Derecho cuya Justicia ha establecido un porcentaje obligatorio de horas lectivas en la lengua común. Sin embargo, son los supremacistas los que se salen con la suya y consiguen que las sentencias no se cumplan. Ahí están los socialistas subidos a la mentira más los nacionalistas declarados, que ya son todos secesionistas porque hace tiempo que no existe tal cosa como el catalanismo constitucionalista. Algo evidente para quien conozca Cataluña y la mutación del catalanismo en la última década, desde que Artur el Astuto pusiera en marcha el ‘procés’.
¿Es desconocimiento o es ingenuidad la apelación de Feijóo a un ser político fantástico, un grifo que es en parte catalanista y en parte constitucionalista? Ni una cosa ni otra: es el anuncio del espacio que desea para su partido en Cataluña. Hubo en el pasado notorios catalanistas apegados a la Constitución, pero ahora los que queden, si es que queda alguno, permanecen en la esfera privada. Y si no, que responda el líder popular a esta pregunta: ¿podría citarnos algún personaje con arrastre político, presente en la vida pública catalana, capaz de conducir a una buena parte de la opinión pública local hacia el catalanismo constitucionalista? No podrá. Así que, o bien Feijóo piensa en el PSC, maestro de dobleces (que no creo), o bien quiere un PP catalán a la gallega. Ello solo se justificaría si existiera un sustancioso segmento social a la espera de un nuevo liderazgo político que mezcle agua y aceite. Algunos analistas despistados creen que tal segmento existe, que tiene dimensiones suficientes para resultar interesante y que, además, se puede movilizar con los mensajes adecuados. Que tengan suerte. El catalanismo, como todo ismo, quiere prosélitos, rezuma doctrina y propone un proyecto. Los que leemos libros en catalán, hablamos catalán, adoramos la literatura catalana y, además, exigimos que la Constitución se respete, no le pondremos ismos a la catalanidad porque ya hemos visto cómo acaba siempre la experiencia. Las sentencias se acatan. Punto.
Es más: establecer una simetría entre la inmersión con desacato y el hecho de que a alguien le moleste que los catalanes hablen en catalán, como ha hecho Feijóo, es una falacia con recochineo y un claro indicio de que nos defraudará.