De los estudios oficiales sobre el uso del euskera sólo puede obtenerse un cuadro de lo que los encuestados han querido decir acerca de su nivel de dominio de la lengua, pero no de su efectivo dominio o ignorancia de ella, que es cosa bien distinta. Vamos, que se trata de creerles bajo palabra.
H ay cosas de las que aquí no se habla en público ni en privado, ni en euskera ni en español. La política lingüística vasca no sólo es profundamente injusta por los fundamentos ético-políticos en que descansa y por los perversos efectos que produce. Sin duda es asimismo falsa, porque comienza por ser falso su punto de partida. Quiero decir que las periódicas encuestas sociológicas destinadas a averiguar la realidad del conocimiento y uso del euskera, ésas con las que las autoridades proclaman los éxitos de su política…, cuentan con escaso valor científico y son de muy poco fiar. Este juicio vale también para la IV Encuesta Sociolingüística del Gobierno vasco publicada hace unos meses. Pero quienes comparten ese juicio siguen callados por mor de una prudencia que linda con la cobardía; y así nos va.
De modo que me permitirá el viceconsejero señor Baztarrika que le ofrezca algunos consejos para que el próximo sea un estudio fiable, y no como todos los anteriores sin excepción. El principal sería que su Viceconsejería deje claro a la empresa investigadora cuáles son los datos primordiales que desea conocer. Ello requiere, naturalmente, sentar los criterios básicos que deberían guiar la confección del cuestionario y la posterior interpretación de sus respuestas. Bien es verdad que, dado el color ideológico dominante, la magnitud multimillonaria de los intereses creados y la función crucial de esa política para la autodeterminación…, no parece probable que el Consejo Asesor del Euskera y organismos afines acierten a fijar unos criterios medio decentes.
Demos por supuesta la corrección de la muestra estadística escogida y vengamos al cuestionario. En realidad, ni siquiera se intentan estudios sobre el grado de conocimiento y uso de la lengua vasca entre nosotros. Lo que se busca medir es, a lo sumo, los grados de creencia o de autoconciencia que manifiestan los ciudadanos de Euskadi sobre su propio conocimiento y su uso, que es cosa bien distinta. De ahí sólo puede obtenerse un cuadro de lo que los encuestados han querido decir acerca de su nivel de dominio de la lengua, pero no de su efectivo dominio o ignorancia de ella. Vamos, que se trata de creerles bajo palabra. ¿Deberíamos también los profesores ahorrarnos los exámenes que miden el aprovechamiento académico de nuestros alumnos y dejarles que ellos mismos se autocalifiquen en cada asignatura?
Porque hay que arrancar de la presunción de un giro subjetivo a favor del vascuence, es decir, de que el entrevistado se atribuya un conocimiento bastante mayor y un uso más intenso del que posee y usa. Las razones de esa segura desviación son varias y a cuál más notoria. Primera, la natural inclinación a creernos más de lo que somos. Segunda, la universal tendencia al conformismo, a hacer y decir lo que suponemos socialmente mayoritario (y el miedo si hacemos o decimos lo contrario). Y tercero, por si fuera poco, entre los nacionalistas y allegados abundan las incitaciones para hinchar imaginariamente su saber acerca de esa lengua: la confusión entre la realidad y el deseo, la necesidad de justificar ante uno mismo los duros esfuerzos de aprendizaje, rentabilizar sus sacrificios o lavar su mala conciencia, el propósito premeditado de agrandar los resultados en beneficio de su causa política… Estas y otras variables falsean las respuestas e invalidan muchas conclusiones del estudio.
Pues bien, lo que importa es reducir o neutralizar en lo posible esa falsificación. Ante todo, mediante el recurso a entrevistas directas, en casa del entrevistado, y no a través de una simple llamada telefónica. Esta última servirá para los análisis de consumo y prospección de mercados, pero en modo alguno para lo que aquí se emplea. Centrados en el euskera, habrá que anotar el grado en que a juicio del entrevistado lo lee, lo escribe y lo habla. Pero, a fin de contrastar lo que dice saber y lo que sabe, sería bueno que el entrevistador presente al sujeto dos o tres textos breves en vascuence y de complejidad creciente para que los traduzca sobre la marcha. Otrotanto debería probarse mediante la escritura, solicitando la versión inversa de algunas líneas de gradual dificultad; y al propio entrevistador -euskaldún probado, claro- le tocaría evaluar la calidad de la conversación en vascuence del entrevistado. Alcanzaríamos así una idea aproximada de las capacidades lingüísticas reales de la población.
ero mucho más que en el conocimiento por parte de los habitantes, la realidad sociolingüística del euskera en nuestra Comunidad se expresa en su uso. A poco que el estudio se lo proponga, ese uso resulta bien sencillo de medir. No ya sólo a través de las respuestas de los encuestados, que pueden aún sentirse inclinados a mentir o exagerar en cuanto a la emisora que escuchan, la televisión y periódico de los que son asiduos o los círculos sociales en que se sirven del vascuence. Bastaría con la observación directa en pueblos y ciudades del grado de frecuencia de esa lengua en bares, comercios, plazas, juegos de los niños o servicios públicos de toda clase. Si fuera preciso (que no lo es, porque nadie lo ignora), háganse consultas a cuantos puedan informar de la presencia de la lengua en actividades tan comunes como las siguientes: lectura de prensa, espacios publicitarios, consultas médicas, servicios religiosos, trámites municipales, documentos notariales o pedidos de las carnicerías.
En cuanto a las supuestas actitudes del ciudadano hacia el euskera y los presuntos deseos colectivos en esta materia, los criterios para detectar su verdad son más difíciles de establecer. Aquí las preguntas solicitan del sujeto no datos verificables, sino preferencias y vagos propósitos. Por eso mismo son propicios a un mayor ocultamiento y a la ‘corrección política’: porque las respuestas no cuestan nada y no comprometen a nada. De suerte que no es relevante saber cuántos exaltan la importancia del conocimiento del vascuence en general o en su entorno particular. Habría que saber también, además de sus porqués, si creen conveniente que aumente en su pueblo o en su barrio el número de charlas en euskera y si acudirían a ellas. De poco sirve averiguar la proporción de quienes declaran que el conocimiento del euskera debería contar como requisito o como mérito en el acceso al empleo público. Para conocer el valor efectivo que le conceden a esa lengua, pregúntenles de la manera más apropiada a quién elegirían como médico de cabecera o profesor de su hijo: a la persona de mejor expediente académico y amplia experiencia profesional, pero sin idea de vascuence; o a otra de peor curriculum y más corta experiencia, pero en posesión del título del EGA o similar.
Es decir, hay que incluir en el cuestionario bastantes preguntas indirectas. Significa muy poco que el sujeto manifieste su disposición a aprender euskera, mientras no se evalúe el crédito efectivo que merece su afirmación. Que el entrevistado indique, pues, cuántas horas semanales dedicaría al empeño y de qué otras aficiones restaría ese tiempo. O que ordene jerárquicamente sus preferencias, ya sea de un trabajo más agradable, mejores servicios asistenciales, conocimiento del euskera o ampliación de las instalaciones deportivas. O que valore de 1 a 10 qué elegiría para su hijo: la obtención del título universitario o una beca de estudios, una estancia en el extranjero, el dominio del euskera, un pronto contrato de trabajo, el conocimiento del inglés o del chino mandarín…
Otra investigación será deficiente, cuando no tramposa. No hace falta oficiar de profeta para presumir desde ahora mismo los decepcionantes resultados de un estudio enmarcado en estas coordenadas. Pero sólo si los conocemos se llegará algún día a legislar conforme a nuestra realidad sociolingüística, y no contra ella.
(Aurelio Arteta es sociólogo y catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad del País Vasco)
Aurelio Arteta, EL CORREO, 10/9/2008