EL MUNDO 17/09/13
CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO
Enrique Pamies (ex jefe superior de Policía en el País Vasco) y el inspector jefe José María Ballesteros, implicados en el chivatazo y acusados por la Fiscalía de colaboración con banda armada y revelación de secretos, no aportaron ayer, en su declaración ante la Audiencia, ningún argumento sólido que respalde su inocencia.
Pamies (agente al que se atribuyen cientos de detenciones de etarras) declaró con gran confianza en sí mismo, usando expresiones coloquiales («aluciné en colores») y a veces un punto retadoras (negó haber recibido instrucciones políticas: «no lo hubiera permitido»).
Pero su coartada –ratificada por su subordinado Ballesteros y por el testigo protegido conocido como El Romano– tiene más agujeros que un queso gruyer.
El ex jefe antiterrorista en el País Vasco reconoció ante el tribunal que se enteró de la operación Urogallo (que tenía como objetivo desmantelar el aparato de extorsión de ETA) el día anterior al chivatazo; es decir, el 3 de mayo de 2006. Y que, de hecho, le recriminó a Víctor García Hidalgo–director general de la Policía–, en una larga conversación que mantuvo con él esa misma noche, que Telesforo Rubio, el comisario general de Información, no le hubiese informado antes de esa importante redada.
Según Pamies, el día del chivatazo él tenía una cita con el confidente de ETA apodado El Romano en Bayona (casualmente, la misma ciudad en la que Elosua se citó con el recaudador de ETA José Luis Cau). Pues bien, su argumento para explicar por qué envió a Ballesteros al Faisán es que le encomendó que mirase a ver si había mucha Policía en la frontera, con objeto de mantener o no su cita con El Romano.
Era obvio que si sabía que estaba en marcha la operación Urogallo habría mucha Policía. Pero, además, lo lógico es que Ballesteros hubiera ido a Bayona, lugar de la cita, y no al bar donde (¡oh casualidad!) se iba a producir el chivatazo.
El inspector de Policía, que se había trasladado desde Vitoria para hacer esa supuesta labor de rastreo, reconoció haber estado ese día en el Faisán (no podía negarlo, ya que fue grabado por la propia Policía), justo a la misma hora –las 11.23– en la que alguien le pasó su teléfono móvil al dueño del bar, Joseba Elosúa, para informarle de que iba a haber detenciones. También a esa misma hora, el teléfono móvil de Ballesteros estaba en contacto con el teléfono de su jefe, Pamies.
Argumentó Pamies que usar su teléfono corporativo para parar una operación policial «no se le ocurre ni al que asó la manteca». Es cierto que, como experto antiterrorista, sabía que podía haber utilizado un teléfono prepago, por ejemplo, si quería no verse involucrado en una ulterior aunque improbable investigación. Pero ese mismo razonamiento se vuelve contra él: si usó su móvil corporativo fue porque era el mismo con el que habló con su jefe, el director de la Policía Víctor García Hidalgo. Era una forma de cubrirse, de blindarse.