IGNACIO CAMACHO-ABC
- Los nervios ante el desafío rebelde de Ábalos manifiestan que el Gobierno ha perdido el control de daños
Se les nota muy nerviosos. Demasiado para que no haya nada que temer de Ábalos. En todo el entorno de Sánchez, y por supuesto en él mismo, se percibe una sensación de haber perdido el control de estragos. Y quizá no tenga tanto con que ver con que el exdirigente repudiado conserve el escaño como con el desconcierto acerca del alcance del caso. La maniobra de expulsión ha salido mal y sólo ha servido para ampliar el escándalo al punto de que amenaza con ramificarse en nuevos efectos secundarios. El presidente está acostumbrado a superar circunstancias adversas pero no a que desafíen su liderazgo, y menos a que lo haga alguien que ha formado parte de su círculo pretoriano y atesora información y experiencia suficientes para saber cómo, dónde y cuándo causar daño. Ábalos puede no tener razón, pero tiene razones para no torcer el brazo. La principal, que ha sido señalado por los suyos como corrupto sin estar siquiera investigado. Y esa hostil retirada de la presunción de inocencia le empuja a defenderse en solitario.
Es lo que está haciendo, luchar contra el abandono a base de meter miedo. Una declaración suya, verdadera o falsa, puede poner en aprietos a medio Gobierno. Las sospechas sobre las andanzas de Koldo se extienden sobre varios ministerios y llegan hasta el líder del socialismo en Cataluña y la actual presidenta del Congreso. El réprobo se aferra al acta de diputado para mantener el salario y el aforamiento; conoce sus derechos y sabe que la jurisprudencia del Constitucional le blinda el puesto. También es consciente del valor de su voto para aprobar leyes o convalidar decretos y lo piensa utilizar como arma de negociación si el asunto se pone feo y le toca batirse a cara de perro. Además tiene acceso fácil a los medios, como demostró ayer al comparecer ante Alsina mientras Sánchez lo hacía en el Parlamento. Un mensaje diáfano de intimidación para quien quiera entenderlo, una advertencia de que su silencio tiene precio.
El ‘Koldogate’, ya convertido en ‘Abalosgate’, ha elevado a la enésima potencia todas las contradicciones del sanchismo. Incluidas las del propio Ábalos, víctima del injusto rasero que aplicaba con ferocidad fanática a los adversarios políticos. Pero sobre todo revela la doblez de un gobernante que impone un castigo preventivo por indicios de corrupción mientras ofrece una amnistía integral a los autores convictos de graves delitos contra la integridad del Estado y el ordenamiento jurídico. De igual modo, la teoría de la responsabilidad ‘in vigilando’ pierde todo sentido si el jefe del Ejecutivo no se la aplica a sí mismo respecto a la conducta de sus ministros. El espectáculo ante la opinión pública es corrosivo: un conflicto de lealtades rotas, un desafío de antiguos camaradas devenidos en enemigos íntimos y al fondo un inmenso aparato de poder en peligro, pendiente del hilo que sujeta un proscrito.