En menos de una semana, el rechazo casi unánime al comunicado de ETA ha empezado a sufrir la perturbación de los matices.
Es posible que, por muchas consultas que Batasuna haya realizado con ETA sobre los trucos para poder pasar el filtro legal y colarse en las próximas elecciones municipales, la izquierda abertzale no llegue a tiempo para su ‘reubicación’ institucional. En los siete meses que quedan para la cita con las urnas, al entorno político de la banda le aguarda un intenso proceso de desintoxicación democrática para demostrar si es capaz, o no, de liberarse definitivamente y sin premios de consolación de la complicidad con el terrorismo. Parece descartado que, si no se desvinculan del veneno que les tiene atrapados, podrán burlar al Estado de Derecho, por mucho que otras formaciones nacionalistas democráticas les pongan un piso donde acomodarse o, simplemente, porque, desde sus interlocutores más próximos, se quiera ver un avance en donde todavía no se ha producido el primer gran paso: el corte del cordón umbilical con los violentos.
Han cambiado mucho las cosas en Euskadi desde que hace doce años los nacionalistas firmaran el Pacto de Lizarra supervisado por ETA. La democracia ha avanzado a pasos agigantados. El salto hacia el arrinconamiento de los terroristas se produjo en 2001, cuando gobernaba Aznar y la Justicia decidió apartar de la legalidad a las formaciones cómplices de la banda. Pero cuando los socios de ETA recibieron el portazo democrático, con la validación del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo de su ilegalización a la que consideró «necesaria», empezaron a agitar el calendario. Pusieron en marcha el acelerador de la presión sobre la dirección de la banda con la intención de poder contar con una tarjeta de presentación que les sirviera de salvoconducto en las urnas para volver a colarse en los ayuntamientos y diputaciones.
Pero si quieren tener la ocasión de presentarse tan limpios como Aralar, tendrán que demostrar que han roto con el monstruo o que éste ha sido desactivado. No esperaban ese comunicado de los terroristas tan deliberadamente ambiguo, entre otras cosas porque su influencia sobre los terroristas ha quedado en entredicho.
El ministro Rubalcaba ya no habla del peligro de que la izquierda abertzale se ponga la «piel de cordero» para volver a colarse en las instituciones, pero no ve los adelantos que ha divisado su compañero de militancia y presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren. En menos de una semana, la unión de los demócratas detectada en torno al último movimiento de ETA ha empezado a sufrir la perturbación de los matices. El debate político en Euskadi se ha vuelto a enredar en los entresijos del submundo de ETA. Y desde hace una semana, precisamente, el verbo enredar se está conjugando en los círculos políticos en todos sus tiempos.
Lo dejó sobre la mesa el consejero Rodolfo Ares, en su primera valoración sobre el comunicado de ETA para quien se quisiera dar por aludido, mientras insistía en la idea-fuerza de que este Gobierno ya salió escarmentado de la negociación frustrada de 2006 y que, por lo tanto, la decisión la debe tomar única y exclusivamente el amplio espectro de la banda. El comunicado que sigue enredando a los políticos nos pone sobre la pista de una decisión unilateral de la banda y, por lo tanto, el Gobierno, en ese sentido, se puede lavar las manos.
Pero mientras llega el anuncio del cese definitivo del terrorismo, por desestimiento, los partidos políticos comienzan a preguntarse por qué ahora la Policía ha dejado de detener a los presuntos militantes de la banda. Desde el PNV, su presidente, Iñigo Urkullu, también ha utilizado el verbo «enredar» porque ve a los dirigentes de la izquierda abertzale con muy poca autonomía después de tantos años de movimientos en falso.
Los amigos de Otegi han sufrido una decepción que los que ahora salen ante las cámaras no están dispuestos a reconocer . Pero les está resultando mucho más difícil de lo que ellos contaban desactivar al monstruo que ha sido alimentado durante más de cuarenta años. Quizás necesiten más tiempo de prórroga y no sean capaces de pasar la prueba del algodón hasta las próximas elecciones autonómicas vascas, ya en el 2012. Mientras tanto, empiezan a aparecer algunas incertidumbres. Si ETA comienza a soltar lastre, ¿los partidos políticos serán capaces de mantener sus principios sin flaquear ?
Con el paso de los días desde la declaración de ETA, se va imponiendo la tesis de que Batasuna quiere, pero no puede. Quiere romper con ETA y la violencia, pero no puede. Sin embargo, la ausencia de una contundente declaración de condena tan sencilla de redactar es contradictoria con la premisa del quiero y no puedo. Quizá comience ahora el goteo homeopático de pequeñas dosis de distanciamiento o aproximación a partidos y organizaciones no violentas con el propósito de ahorrarse la condena explícita y aumentar la confusión, los matices y el enredo en la sociedad vasca.
Si Batasuna logra polarizar la política vasca una vez más entre quienes creen que las intenciones son suficientes para abrir la puerta de las instituciones y quienes ponen pies en pared si no hay explícita condena y ruptura con la banda, nos habrán vuelto a enredar.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 13/9/2010