ALBERTO LÓPEZ BASAGUREN-EL CORREO

  • Los resultados negativos del sistema educativo piden afrontar la incidencia del modelo íntegramente en euskera. Es momento de corregir el rumbo, no de insistir

En el debate han aparecido cuestiones preocupantes. Una de ellas, la relativa a la lengua de enseñanza. Se propone un «modelo plurilingüe, con el euskera como eje», entendido, por quienes lo impulsan, como un sistema a la catalana, con el euskera como única lengua de enseñanza. Lo creen necesario ante los malos resultados en el aprendizaje del euskera por un amplio número de estudiantes.

Este planteamiento tiene importantes problemas. El modelo de enseñanza íntegramente en euskera es muy mayoritario. El uso -parcial- del castellano como lengua de enseñanza ha quedado limitado a un reducido número de centros y la enseñanza íntegramente en castellano es una excepción. Los malos resultados en el aprendizaje del euskera exigen analizar las razones de un fracaso que afecta al centro neurálgico de la enseñanza: no garantiza, en muchos casos, un adecuado aprendizaje de la lengua a través de la que se aprende todo lo demás.

Los resultados negativos en que se está hundiendo el sistema educativo obligan a afrontar la incidencia que en ellos tiene la generalización del modelo de enseñanza íntegramente en euskera y las medidas que exigiría su reversión. Es el momento de corregir el rumbo, no el de insistir, reforzándolas, en opciones que han fracasado. El efectivo aprendizaje de una lengua no requiere, necesariamente, utilizarla como lengua exclusiva de enseñanza. Y menos en el periodo de adquisición de los instrumentos básicos del aprendizaje -lectura y escritura- porque resulta letal para muchos. Hay que abrir vías que garanticen un aprendizaje suficiente del euskera, sin subordinar a él los demás objetivos del sistema educativo; para muchos, pone en riesgo la función misma del sistema de enseñanza.

En el debate aflora una cuestión de hondo calado cualitativo: desbarata las bases de la convivencia multilingüe -la paz lingüística- establecidas en el Estatuto de Autonomía (1979) y en la Ley del Uso del Euskera (1982). En relación a la enseñanza, esas bases tenían tres elementos esenciales: la libertad de elección de lengua (modelos lingüísticos), la adecuación a la realidad sociolingüística de las distintas zonas del país y el necesario aprendizaje de las dos lenguas oficiales en la enseñanza obligatoria, garantizando un conocimiento suficiente de ambas al concluir esos estudios.

De esas bases no queda casi nada. La realidad sociolingüística de cada zona hace mucho que desapareció, salvo de forma marginal, entre las consideraciones al elaborar el mapa escolar; y el aprendizaje obligatorio de la otra lengua oficial excepcional en los sistemas multilingües- se ha desbordado, transformándose en enseñanza monolingüe en euskera.

Sin minusvalorar la incidencia de otros elementos, la aceptación mayoritariamente voluntaria de esta evolución práctica del sistema educativo no puede entenderse sin tener en cuenta la existencia de una creencia: que es perfectamente posible optar, de forma generalizada, por una enseñanza íntegramente en euskera; que ese modelo de enseñanza es capaz de garantizar el pleno aprendizaje de las dos lenguas oficiales, en el registro culto que requiere la educación; que el proceso general de aprendizaje no sufrirá menoscabo; y todo ello, cualesquiera que sean la lengua del entorno familiar o social del estudiante y sus condiciones sociales, económicas y culturales. Una creencia que, pura y simplemente, es falsa en un número muy elevado de casos, aunque todavía muchas familias no sean conscientes de ello. El obligatorio aprendizaje del euskera por parte de quienes no lo hablan, que tendría que ser un instrumento de integración, se convierte así, cuando concurren condiciones adversas, en un instrumento de marginación.

La experiencia de los países multilingües enseña que abandonar o debilitar los fundamentos en los que se asienta la paz lingüística es un juego demasiado peligroso, que conviene evitar. Aquí, incluso se rechaza la idea misma de la paz lingüística y de que pueda estar en riesgo, como si así se conjurase nuestro pasado y se garantizase un luminoso futuro. No puedo adivinar si el abandono definitivo e irreversible de aquellas bases pondrá la paz enpeligro. Pero no dudo de que, insistiendo en ese alejamiento, se refuerzan las posibilidades de que así ocurra. Si sucede, que nadie se sorprenda.