JON JUARISTI, ABC – 20/07/14
· El Gobierno prepara la reforma de la enseñanza superior modificando el sistema de acceso a las cátedras.
No parece que la reforma del sistema de acreditaciones para acceder a las cátedras universitarias vaya a suponer una revolución respecto del todavía vigente, puesto que se seguirá dejando al arbitrio de las comisiones de evaluación el establecimiento de los baremos para cada uno de los supuestos exigibles a los aspirantes (docencia, investigación, experiencia profesional de todo tipo). Sin embargo, el hecho de que el borrador del proyecto mantenga una valoración alta de la investigación y no señale siquiera un mínimo para la experiencia docente invita a sospechar que las comisiones podrán abordar este último supuesto desde una discrecionalidad absoluta, asignándole un porcentaje cualquiera de la puntuación final o no asignándole ninguno.
Tanto los sindicatos como los medios de comunicación han inferido de dicho borrador que el equipo de José Ignacio Wert ha optado claramente por primar la investigación y la experiencia profesional extrauniversitaria sobre la docencia a la hora de evaluar los méritos alegados por los aspirantes. No es una interpretación arriesgada, como no lo era la que el profesor José Luis Pardo hacía la pasada semana de la rebaja en las calificaciones mínimas necesarias para optar a becas en los estudios de grado científicos y técnicos como un intento de promover estos en detrimento de los grados de humanidades.
En efecto, parece como si el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte recelase de la enseñanza. En mi opinión, el recelo o la desconfianza vienen de muy atrás, de cuando el ministerio dejó de denominarse de Instrucción, o sea, de enseñanza, para llamarse de Educación, esto es, de urbanidad y buenas maneras. Pero, a lo que iba, me parece lógico que el Ministerio de Educación Etcétera y Deporte recele de la enseñanza, y sobre todo de la universitaria, porque, según la doxa dominante, esta, la enseñanza, es cosa de vagos y de inútiles. De vagos, porque el número de horas de clase que imparte al año un enseñante universitario es ridículamente bajo si se compara con las que deben asumir los profesores de enseñanza secundaria y los de primaria, y de inútiles, porque un chaval de dieciocho años se las arregla bastante bien para aprender cualquier materia con la sola ayuda de su ordenador. De modo que un profesor de Universidad ya no puede invocar lo que enseña o ha enseñado en las aulas para justificar su aspiración al funcionariado, pues todo el mundo sabe que eso es puro cuento, y deberá por tanto apelar a sus méritos como investigador y a su ejercicio profesional fuera de la Universidad.
Es decir, a méritos incuestionables. Nadie cuestionará la investigación, materia de por sí esotérica, si viene avalada por comisiones de expertos (es decir, de colegas del supuesto investigador expertos en jergas esotéricas y oligárquicas), y mucho menos la experiencia profesional extrauniversitaria, pues el hecho de haber trabajado mientras la mitad o más de la mitad de tu generación estaba en paro te confiere un aura inmarcesible, y nadie negará que tu trabajo ha supuesto una transferencia de conocimientos a la sociedad, aunque te hayas dedicado a vender pianolas o a endosar preferentes. En cambio, si has pasado los últimos veinte años enseñando Geografía has perdido miserablemente el tiempo, siento decírtelo.
Resumiendo: tácitamente la reforma de la Universidad progresa y pronto se verá libre de humanidades y de enseñantes, pero habrá investigadores a manta. A ver si así funciona el país de una vez, lejos de aquel modelo aburrido e ineficaz de transmisión de los saberes que don Jorge Guillén definía como «enseñar, aprender, lecciones, aulas…».
JON JUARISTI, ABC – 20/07/14