Alberto Ayala-El Correo

En pocas horas veremos si España se encamina hacia la alternancia. Si ha habido vuelco de última hora y Pedro Sánchez logra apoyos para repetir. O si nos dirigimos hacia la peor de las alternativas: una repetición electoral. España ha estado gobernada la última legislatura por una coalición de izquierdas por primera vez desde la Segunda República. Un Ejecutivo sin mayoría parlamentaria, al que la oposición de derechas liderada por el PP no ha dado tregua ni en los peores momentos, que han sido muchos y muy difíciles.

Ante ello, Pedro Sánchez optó por pactar con cualquiera y casi a cualquier precio. Así, blanqueó a EH Bildu y aceptó a la izquierda abertzale, que jamás ha abjurado de los crímenes de ETA, como un partido más, pese al riesgo cierto de que ello pudiera costarle miles de votos fuera de Euskadi y Cataluña. Indultó a los líderes del fallido ‘procés’ y suprimió el delito de sedición para tratar de contentar a los siempre volátiles independentistas de ERC. Sin olvidar el cambio con el Sáhara o la masacre de la valla de Melilla.

Añadan a todo ello el fenomenal estropicio que ha ocasionado un error en la denominada ley del ‘sólo sí es sí’ y la tardanza del PSOE en reformarla -con el PP y contra Unidas Podemos- para evitar que el Gabinete PSOE-UP saltara por los aires por la cabezonería y el infantilismo de la ministra Irene Montero y algunas de las suyas. Demasiada munición como para que el PP la ‘malperdiera’ y no orquestara, con ayuda de buena parte de los grandes medios de comunicación de ámbito estatal, una imparable campaña para acabar con el sanchismo, versión 3.0 de todos nuestros males.

Por extraño, inconsciente o prepotente que pueda parecer, Sánchez y el PSOE no valoraron la tormenta que se cernía sobre las izquierdas. Dieron por hecho que los ciudadanos perdonarían sus mentiras -rebautizadas hace unos días por el presidente como «cambios de opinión»-, despropósitos y errores por el importante escudo social desplegado por el Ejecutivo, por sus numerosas medidas en favor de los menos favorecidos y por los buenos datos macroeconómicos de España. No ha sido así y los electores propinaron un fenomenal bofetón a las izquierdas en las elecciones locales y autonómicas, lo que llevó a Sánchez a adelantar las generales a este 23 de julio para evitar que el PSOE saltara por los aires.

Pero con el terreno abonado de antisanchismo, la campaña no parece haber servido para propiciar el vuelco. Parece. Pese a las reiteradas mentiras de Feijóo -«inexactitudes», según su particular eufemismo-. Pese a negarse a concretar su programa. Pese a eludir otro cara a cara con Sánchez tras embarrar el primero y batir a un desconcertado líder del PSOE, y a no asistir a la cita a cuatro del pasado miércoles, para no arriesgar y evitar retratarse con su probable aliado tras el 23-J, el líder ultra Santiago Abascal. Pese a que las izquierdas han desempolvado a última hora las viejas amistades del joven Feijóo con el narco gallego Marcial Dorado, nunca bien explicadas pero políticamente amortizadas. Todo un ejemplo de que muchas veces el cómo puede importar tanto o más que el qué. La noche del domingo veremos si es o no el caso.