Iquek Escudero-El Imparcial
Cuando leo textos sobre la ideología en la educación, me aburro y me incomodo en las críticas que se lanzan unos y otros desde las etiquetas; así, las del constructivismo y del tradicionalismo. Me detengo, en cambio, en la exigencia de habituarse a distinguir con firmeza entre hechos y opiniones, y en la de buscar sin cansancio lo que es verdadero y lo que es falso, no importa, por supuesto, que quedemos hechos un mar de dudas en el intento.
En Conocimiento en crisis (Tecnos), la hispanista sueca Inger Enkvist lanza la pregunta de qué deben hacer los profesores cuando los alumnos no se esfuerzan, cuando se niegan a leer o cuando está bajando el nivel de conocimientos. Claro que no da respuesta. Son tres cosas distintas, pero interrelacionadas. Lo que no debe hacer un profesor es perder los nervios, aunque le cueste. Habla la profesora Enkvist del círculo vicioso en que se haya la profesión docente y cree posible cambiar a fondo un sistema educativo en seis años, siempre que los puestos más relevantes estén ocupados por personas con “profundos conocimientos y principios firmes”, que sepan prever también el resultado de algunas ‘innovaciones’, como las de dejar a los alumnos sin asignaturas como matemáticas o filosofía, latín o griego.
Es indudable la necesidad de involucrar a los alumnos en lo que se hace en el aula, decirles cuál es la meta que deben conseguir en clase. Sí, hay que adaptarse a su nivel real y a su capacidad, pero destacando la importancia fundamental de estudiar con perseverancia y adquirir conocimientos generales. Aprender a escuchar y controlar los impulsos. Hacerse con la costumbre de leer y el gusto de ampliar un buen vocabulario, rico en matices, para pensar mejor y ser más libres, para acercarse a lo que Julián Marías llamaba ‘la forma suprema de la inteligencia’ que es la apertura a la realidad, de modo que ella penetre en la mente e imponga su evidencia.
Ciertamente, las ideas nacen en el cerebro y los cerebros son individuales. Cuando la escuela no se reduce a ser una guardería donde se aparca a las criaturas, se puede aspirar a hacer de éstas personas cultas, capaces de resumir lo leído o escuchado e interesados por identificar del mejor modo posible el mensaje central de cualquier comunicación. Siempre hay que hablar con los alumnos de lo que sea, con respeto, deferencia y confianza; despojándose de manías y fobias.
No todos podemos ser ‘genios’, como dicen los demagogos, prontos a embaucar. Pero, sin duda, todos tenemos algunos talentos que promover y desarrollar. Todo suma para incrementar nuestro posible grado de felicidad y enriquecernos, personal y socialmente, en habilidades y competencias bien distintas. Nadie está entonces de más, ser ‘incompetentes’ en algunas áreas no significa que no seamos, o podamos ser, idóneos y aptos en otras. O que no podamos elevar nuestro propio nivel, ejercitándonos en la humilde repetición adecuada.
Leo que un 7 por ciento de los hombres jóvenes es responsable del 79 por ciento de los actos violentos. No sé si es así, pero sí es evidente que no es un comentario a hacer con los chicos. Los mensajes que les enviemos deben ser de esperanza y no de una confusa culpa de género o de tribu. Demasiadas vergüenzas y estigmas se arrojan en nuestras sociedades, binarias y simples con las marcas de buenos y malos. Reivindiquemos estar al lado de los humillados y despreciados.
También en la enseñanza, cabe aplicar sin complejos el bilingüismo, frente a la intolerancia agresiva y dopada con dinero público. El sistema sueco de enseñanza de lengua materna recoge 170 lenguas diferentes, cada una tiene su peculiaridad y su alegría, y su utilidad también. “Nadie es perfectamente bilingüe o plurilingüe –dice Inger Enkvist-, porque nadie tiene exactamente las mismas experiencias en distintas lenguas”.