En España no se puede hablar abiertamente de los conflictos que causa la emigración masiva. El minuto de televisión que confirma esta tesis es aquel de 2023 en que Susana Griso muestra imágenes de un señor árabe intentando agredir con un cuchillo a seis personas en el parque infantil de Los Alpes y la presentadora comenta que “son votos para Le Pen, es un regalo». No se mira el problema social, sino las consecuencias electorales. Cuando hay más libertad para debatir en Forocoches que en El País muchos lectores preferirán leer Forocoches (y lo mismo terminan votando a Alvise, Bukele o Vox, desoyendo el pastoreo matinal de Silvia Intxaurrondo).
El pasado sábado el periodista Juan Soto Ivars publicó un artículo titulado «La inmigración es un problema, no tengas miedo de admitirlo». Allí explicaba la incomodidad que causa su sola mención en el ambiente social en que se mueve, ya sea en la tertulia de Julia Otero o en una cena de amigos donde una mujer confiesa que tiene miedo de pasear de noche por un barrio con alta densidad migrante (esos que Rocío de Meer definió como “estercoleros multiculturales”). Soto Ivars, como cualquiera, no quiere sentirse solo, así que recuerda que incluso la Sexta acaba de sacar un programa de investigación sobre lo degradado que está el barrio de El Raval en Barcelona, con zonas de putas, narcopisos y macarras por donde nadie le gustaría ver paseando de a sus seres queridos. El texto fue muy compartido, y en general apreciado, pero también recibió una buena ración de respuestas llamando a Soto Ivars racista, xenófobo y tonto útil de la extrema derecha (esa extrema derecha excluyente y sin perspectiva de género que los votantes europeos han preferido a la izquierda, por razones que desconciertan a nuestros politólogos de guardia).
Puedo aportar dos ejemplos contundente que dan la razón a Soto Ivars. El primero es el artículo que censuraron a Jorge Verstrynge en El Diario.es. Fue en verano de 2018, se titulaba “Hipócritas” y explicaba que “Hipócritas son los que ocultan la verdad (‘ongs’, tertulianos, ‘periodistas’…) que saben, pero no lo cuentan, que subirse a una barcaza le cuesta a cada migrante un mínimo de 3.000 euros. Ese dinero, al sur del Sáhara, es una cantidad más que suficiente para montar una empresa o hacerse con una explotación agraria o ganadera…teniendo en cuenta que aquí no vienen cabreros, sino gente emprendedora, valiente, y con formación profesional como mínimo. Se trata de una gran sangría injusta para el país emisor”, denunciaba, entre otras cosas. La cabecera digital progresista no se lo publicó, seguramente temiendo una pérdida de suscriptores hiperventilados.
Esa inmigración de la que usted me habla
El segundo caso, también relacionado con la hipocresía, tiene que ver con Fernando Grande-Marlaska. Muchos no le recuerdan, o no quieren recordarlo, pero en ese mismo verano de 2018 Alternativa por Alemania felicitó al ministro de Sánchez por sus políticas migratorias en Ceuta. “La expulsión inmediata de 116 invasores fue la respuesta correcta. España está haciendo frente a los inmigrantes ilegales que invaden las fronteras y atacan a la policía y al Estado”, escribió el partido alemán en sus redes. El post incluía una foto de Alice Weidel, líder de la formación, con el mensaje “España nos muestra el camino. 116 delincuentes africanos expulsados de inmediato”. ¿Alguien podría explicarnos por qué causa escándalo que Soto Ivars escriba un artículo explicando sus reflexiones personales sobre el asunto pero no que el ministro de Sánchez sea tan “facha» como la ultraderecha alemana? Así funciona la progresía plurinacional asimétrica.
La izquierda aún no parece preparada para un debate tranquilo sobre inmigración
Mi teoría es que la izquierda impone el silencio en este debate por simple defensa propia. Las élites progresistas no llevan a sus hijos a colegios públicos, sobre todo para que no se mezclen con inmigrantes, así que sacar a relucir este asunto les incomoda sobremanera. El machismo dominante en la religión islámica también choca con la militancia del progresismo español, por eso le resulta mucho más sencillo obviar el asunto. Cuando hablan cara a cara con un migrante, pongamos la entrevista de Jordi Évole al rapero marroquí Morad, salen cosas que no les encajan: por ejemplo que es devoto del Rey de Marruecos, que detesta lo centros de menas (donde le internaron cuando él prefería estar con su madre) o que en su barrio es poco querido por las fiestas y broncas que monta las noches entresemana con altavoces, ciclomotores y desafíos a quien le pide que respete el descanso de los vecinos (pura clase trabajadora). Soto Ivars pide algo razonable: un debate tranquilo sobre migración. Parece que la izquierda no va a ponerlo fácil.