Si se estableciese ya un debate inevitablemente público sobre la «agenda de reinserción» de los presos o sobre las condiciones para legalizar a la izquierda abertzale -como plantea Eguiguren-, no sólo contribuiría al inmovilismo de ésta y de ETA, sino que propiciarían un relato del ‘proceso’ hiriente para las víctimas y falaz respecto al pasado reciente.
El presidente del PSE-EE, Jesús Eguiguren, ha roto con su proverbial discreción para intentar transmitir durante tres semanas consecutivas un mensaje distinto al que esgrimen su partido y el Gobierno frente a ETA y Batasuna; mensaje que al final ha plasmado de su puño y letra en un documento cuya naturaleza la determinarán mejor sus consecuencias que los motivos que han llevado al dirigente socialista a escribir y publicar esa ‘carta abierta’. Resulta ocioso preguntarse por qué lo ha hecho. Tampoco es fácil adivinar para qué. Por otra parte, sería demasiado simplista someterlo al juicio de la pertinencia política. La misiva echó a rodar ayer, y es posible que pierda impulso mañana mismo. Pero conviene detenerse a escrutar el significado de sus palabras para valorar su diagnóstico e imaginar los efectos que su propuesta puede generar.
Eguiguren podría ser el portador de la ‘buena nueva’ en vísperas de que la izquierda abertzale se haga acompañar por Eusko Alkartasuna para dar otro de esos pasos anunciados, aunque al final resultan tan imperceptibles que solo sirven para mantener inmóvil la cosa. Pero no es eso lo que transmite el documento; sin duda porque no se atreve a ello. Aunque lo parezca, tampoco define una estrategia alternativa para la pacificación que las instituciones pudieran emplear como guía en un escenario en el que mantuviesen la iniciativa.
De hecho, el texto expresa demasiadas dudas y revela las contradicciones que le surgen a alguien que, más que tratar de construir un puente para la paz, se ve obligado a moverse entre dos aguas: las de la nieve extremista que se derrite sin remedio y las del Estado que fuerza su liquidación. En medio de ambas, el papel que Eguiguren desempeña con el escrito es el de quien transfiere a las instituciones la responsabilidad de poner fácil el camino a la izquierda abertzale, aun a sabiendas de que ésta probablemente lo utilice a su favor. En este sentido, aunque el líder socialista prevea una «agenda limitada» para un nuevo proceso de paz favorece claramente su ampliación.
La descripción más elocuente y auténtica de la situación por la que atraviesa el binomio ETA-Batasuna se la debemos a Tasio Erkizia, quien esta misma semana declaró en Barakaldo que «hay más razones que nunca para la lucha armada, pero menos condiciones objetivas y subjetivas». No especificó a qué razones se refería, pero detalló lo de la falta de «condiciones» confesando que «no creíamos que el Estado iba a llegar a estas situaciones», que «en Europa iban a decir que las ilegalizaciones eran legales. Y nunca hubiéramos creído que con tanta ilegalización, con más de 700 presos y con las direcciones políticas constantemente agredidas y en la cárcel, la sociedad mirara a otra parte». Como si se tratase de una lectura tardía del libro ‘Crítica de las armas’, que Régis Debray escribió hace cuarenta años, Erkizia explicó: «Hemos considerado, antes de que sea tarde, que era el momento de dar ese paso hacia delante». El problema es que los presuntos caminantes de la izquierda abertzale no se atreven a precisar en qué consiste ese paso al que se refieren mientras no tengan permiso de la autoridad etarra para darlo.
Por su parte, Jesús Eguiguren nos descubre lo obvio: «Batasuna empezará criticando la estrategia violenta, luego repudiándola, alguna vez condenándola según sea el atentado. Tampoco pedirá a ETA que deje las armas, sino que pare un tiempo o cualquier cuestión similar (…). Y cuando paren, unos lo harán por convicción y otros como táctica para volver cuando puedan». Él dice ver «la germinación de un proceso histórico positivo» y, advirtiendo sobre la responsabilidad que contraerían quienes lo obstaculicen, acaba proponiendo que las instituciones se pongan del lado de ese proceso.
El presidente de los socialistas vascos parte de una consideración biensonante, aunque en estos tiempos parezca un sarcasmo, cuando afirma que «la virtud de la política consiste en adelantarse a los acontecimientos». En cierto modo se sirve de esta aseveración para, entre dos aguas, evitar comprometerse ante las dos cuestiones que de verdad importan en este asunto: cómo se acabará antes con el terrorismo y cómo se acabará mejor. Porque ni puede garantizar que el camino hacia el que apunta vaya a ser más corto, ni puede asegurar que se llegue a un final del terrorismo en términos absolutos, imposibilitando además su apología retrospectiva. Todo lo contrario, está demostrado que cada vez que las instituciones se mueven al encuentro del mundo radical, éste se echa hacia atrás para elevar de inmediato sus condiciones, posponiendo cualquier atisbo de cambio.
Por otra parte, si las instituciones procediesen a establecer ya un debate inevitablemente público sobre la «agenda de reinserción» de los presos o sobre una eventual rebaja de las condiciones para la legalización de la izquierda abertzale -como plantea Eguiguren-, no sólo contribuirían al inmovilismo de ETA y de la izquierda abertzale, sino que propiciarían un relato del mencionado «proceso histórico» tan hiriente para las víctimas y tan falaz respecto al pasado reciente que sería cualquier cosa menos «positivo».
Eguiguren propone acelerar los acontecimientos mediante una «política activa», pero el sentido que plantea conferir a ésta, además de eternizar la solución del problema, nos devolvería a uno de esos enredos con los que ETA trata de eludir una derrota cantada convirtiéndola en otra prórroga.
Kepa Auleztia, EL CORREO, 19/6/2010