¿Por qué habría de abandonar Egibar, ahora que va ganando. El referente más sólido de un PNV en crisis es Ibarretxe. ¿Quién va a atreverse a frenar su plan? Más que a la estrategia de González en 2000, el gesto de Imaz podría parecerse a la marcha de Nicolás Redondo en 2001. Él se fue y los que se quedaron ganaron el Congreso de marzo de 2002.
Hace cuatro años, el 28 de septiembre de 2003, el PNV celebraba su 27º Alderdi Eguna en las campas de Foronda. Como era de rigor, las dos últimas palabras en el acto político eran para la máxima autoridad institucional, el lehendakari, que daba paso a la máxima autoridad del partido, para cerrar el acto, Xabier Arzalluz. El discurso de Ibarretxe se adentró por terrenos insospechados, al comenzar una loa muy sentida al presidente del EBB. Aquello parecía un agradecimiento de servicios prestados, por decirlo con palabras del Teleberri: «el Alderdi Eguna de hoy ha sido una fiesta del partido con sabor a despedida».
Efectivamente. Ibarretxe se acercó a Arzalluz, después de haber hecho un repaso concienzudo a sus méritos políticos y le dijo con mucho énfasis: «¿Javier, te queremos! ¿Eskerrik asko!»
Después le dio un minuto de abrazo, que es el parámetro televisivo de la eternidad, mientras el buen público se rompía las manos a aplaudir, sin comprender del todo la naturaleza del drama que se estaba desarrollando ante sus ojos. Era el asesinato (político, se entiende) de Julio César, ejecutado ante 100.000 espectadores encantados.
Lo de Arzalluz aquel día sí que fue perplejidad y no lo del presidente del Gobierno al enterarse del abandono de Imaz. Si se lo hubiese esperado, podría haber formulado una réplica airosa, algo del estilo: «¿Pero Juanjo! ¿Es que te vas?» Como no era el caso, sólo acertó a farfullar en el comienzo del discurso: «Se supone que ahora yo tendría que llorar, si fuese normal. Pero esos que todos sabéis me han secado los sentimientos».
Su reacción tuvo que esperar al día siguiente. Fue el lunes cuando expresó en Radio Euskadi su desconcierto por la jubilación anticipada que le habían adjudicado la víspera sin él pedirla: «No sé por qué lo hizo, pero de despedida, nada».
Dos semanas más tarde tuvo que salir de nuevo Arzalluz a desmentir una información en la prensa del PNV y en la radio pública, según la cual, el todavía presidente del EBB había remitido una carta con su renuncia a la comisión de garantías del partido. En una breve nota periodística negaba tal extremo a la par que denunciaba «intenciones debajo de la mesa de quienes tienen intereses propios en las citadas elecciones».
Todo hacía pensar que en el Alderdi Eguna de este año se iba a repetir la fórmula con alguna ligera variante. El lehendakari apuñalando metafóricamente al presidente del EBB y a esperar de nuevo cuatro años para repetir el drama. Contaba Mario Onaindía que Euskadiko Ezkerra era un barco pirata en el que podía cambiar el capitán, pero lo que no cambiaba era el loro que llevaba aquel al hombro; siempre era ‘Erreka’. De manera análoga, en los idus de septiembre, el papel de Bruto, dicho sea sin segundas intenciones, le toca siempre al lehendakari. Julio César siempre cambia, como el Cristo en la Pasión de Balmaseda.
Habrá cambios, ya digo, porque este año César se ha olido la tostada y he debido de pensar «no me cogerán vivo». Ibarretxe debería ensayar el discurso de Marco Antonio, más apropiado para la próxima edición.
El Partido Nacionalista tiene un complejo sistema para traducir el voto afiliado en apoderados, aunque permite a los candidatos visualizar de manera fidedigna los resultados probables. Expliquémoslo: el PNV cuenta con unos 32.000 afiliados, casi el 80% de los cuales se hallan encuadrados en la organización de Vizcaya: 24.800. En el complejo mecanismo de representación de los afiliados, sin embargo, la traducción del voto afiliado a número de apoderados dista mucho de la proporcionalidad. Vizcaya, con una militancia que multiplica por 48 la que tiene en Navarra; por 12 la que tiene en Álava y por seis a número de afiliados guipuzcoanos, sólo tiene 24 apoderados, mientras los tres territorios históricos restantes cuentan con 12, 13 y 14, respectivamente. Si hay dos candidaturas, para presidir el EBB no basta con ganar en Vizcaya, por apabullante que sea la victoria. Es preciso ganar al menos en uno de los tres territorios siguientes: Álava, Guipúzcoa o Navarra. La vez anterior ganó Imaz por el voto de un solo afiliado de Pamplona y eso que entonces era consejero de Industria y tenía con él al lehendakari.
Se hacen muchas cábalas sobre el esperado abandono de Egibar, en justa correspondencia al de Imaz, pero no habría por qué, ahora que va ganando. Es verdad que en el PNV se teme más que a nada al fantasma de la escisión, y ese podría ser un argumento para forzar el consenso. Si así fuera, Urkullu nunca haría las cosas como Imaz, ni se las dejaría hacer el EBB resultante del acuerdo. El referente más sólido de este partido en crisis es hoy Ibarretxe. ¿Quién va a atreverse a frenar su plan? Algunos han querido ver en el gesto de Josu Jon la estrategia de González en 2000, cuando al irse, arrastró a Guerra con él. Podría parecerse más a la marcha de Nicolás Redondo en 2001. Él se fue y los que se quedaron ganaron el Congreso de marzo de 2002.
Santiago González, EL CORREO, 17/9/2007