Lourdes Pérez, EL CORREO, 19/9/11
El previsible triunfo del PP y el nuevo burbujeo de Bildu tras la condena a Otegi auguran un punto de inflexión para la política vasca el 20-N
Las circunstancias -es decir, la sentencia contra Arnaldo Otegi y Rafa Díez Usabiaga- van a convertir el próximo fin de semana en la escenificación del primer pulso entre la izquierda abertzale y el PNV antes del 20-N. La manifestación organizada para el sábado en apoyo a los condenados por el caso Bateragune, con los que su entorno busca una exhibición de fortaleza que desborde los márgenes tradicionales del MLNV a través de una reivindicación común, recorrerá Bilbao la víspera del Alderdi Eguna peneuvista. Si no hay sorpresas en el guión, la contraposición de ambas convocatorias permitirá visualizar en la calle la potencia de dos mundos que, salvo confluencias puntuales, han caminado en paralelo desde la restauración de la democracia y a los que las perspectivas sobre el final de ETA está confrontando cara a cara. Ambos pugnan de tú a tú por la codiciada hegemonía del abertzalismo ante la perspectiva de la desaparición de la violencia y en un turbulento contexto global donde la respuesta a la crisis está difuminando los perfiles nacionales. Esta doble situación ha llevado al EBB a enarbolar de nuevo el soberanismo ‘ibarretxista’, pero suavizando su perfil identitario y presentándolo más como una potencial herramienta frente a los rigores económicos y las exigencias de un mundo globalizado en pleno cambio.
A la luz de sus últimos pronunciamientos y del documento de estrategia hecho público el jueves, el PNV parece haberse decantado por ese ‘soberanismo de gestión’ para tratar de levantar un dique frente a la nueva ola de Bildu que se anticipa el 20-N. Una cita electoral que puede acabar marcando un punto de inflexión para el nacionalismo vasco y la política en Euskadi, después de tres décadas en la que la presencia en las Cortes había sido considerada por la izquierda abertzale como algo ajeno e incluso contrario a sus objetivos. Y por el PNV, como una oportunidad de rentabilizar los escaños en Madrid para su histórico predominio partidario en las instituciones autonómicas.
Pero hoy, cuando restan apenas dos meses para las elecciones generales, ese escenario se ha transmutado. El horizonte de una Euskadi sin ETA; el efervescente regreso de la izquierda abertzale a la vida política bajo la sigla sin pasado de Bildu; y la posibilidad de que el mismo PP que ya controla el mapa autonómico se haga con un poder que arrincone al PSOE han transformado el 20-N en una convocatoria electoral mucho más decisiva de lo que podía presumirse hace tan solo unos meses. Y si los socialistas de Rubalcaba, incluido el PSE, lo tienen muy cuesta arriba, estas generales han llegado en mal momento para un PNV que ha alimentado en los últimos dos años la llama de su oposición al Gobierno de Patxi López con el trato preferente recibido de José Luis Rodríguez Zapatero. La innata capacidad de los penuevistas para cotizar por encima del peso numérico de sus escaños puede quedar en entredicho la noche del 20-N a nada que se den una de estas dos circunstancias o, en el peor de los casos, ambas: que Mariano Rajoy alcance la mayoría absoluta o una tan suficiente que no le haga depender de nadie; y que la izquierda abertzale cobijada en Bildu se imponga en escaños y/o en votos. Aunque el empate también le valdría a la antigua Batasuna para seguir proyectando una imagen letal para todos sus competidores: que el polo soberanista de izquierdas, sumado Aralar, es hoy la alternativa política más floreciente de todas las que concurren en Euskadi.
Este auge resulta desmedido e injusto a ojos de los demás, porque no se compadece -objetan- ni con la resistencia de la izquierda abertzale a ir más allá en su rechazo a ETA ni con la titubeante gestión de Bildu de su poder institucional. Pero si los primeros cien días de gobierno en Donostia que acaban de cumplirse y los que están a punto de hacerlo en la Diputación de Gipuzkoa han evidenciado las carencias de la coalición para afrontar sus nuevas e ineludibles responsabilidades, también han puesto de manifiesto lo difícil que resulta hacer oposición frente a quien parece continuar con el viento de cara. Incluso cuando lo que ocurre a su alrededor va en contra de sus propias pretensiones. Ahí está para demostrarlo la condena de Otegi, que ha avivado una especie de solidaridad transversal hacia la causa de la nueva izquierda abertzale, ha orillado el documento a favor del derecho a decidir del PNV y ha provocado la enésima fisura en el «blindado» pacto de PSE y PP, a semana y media de que el lehendakari López clarifique su plan de paz en el Parlamento Vasco.
La eficacia de la oposición a Bildu tropieza con la disparidad de metas e intenciones de jeltzales, socialistas y populares, además de con la dificultad de encontrar la justa medida en la crítica para que ésta no acabe retroalimentando, por la vía del victimismo, a la coalición soberanista. Pero, junto a ello, la política también son sensaciones. Y las que imperan en estos momentos caminan en una doble dirección: el previsible triunfo del PP y el renovado burbujeo de Bildu construido sobre el altar del Otegi preso. No es extraño que esos dos mundos -los populares de Basagoiti y la izquierda abertzale-, siempre de espaldas, hayan empezado a reconocerse cuando uno se asoma al Gobierno de España y el otro al final del «ciclo de la lucha armada».
Lourdes Pérez, EL CORREO, 19/9/11