Si esta sociedad en la que vivimos tuviera un poco de sentido del ridículo se enfrentaría a las urnas como un portero ante el penalti. Entre el estupor que genera quien tiene todas las posibilidades de meterte un gol y el que contempla risueño cómo se están moviendo delante de él con el ánimo de desconcertarte. Cualquier cosa que no sea admitir que estás a punto de tirar la toalla de puro idiota, porque cuando todos insisten en achicarte la cabeza debe haber una razón de fuerza mayor para humillarte, bien porque lo tienes merecido o porque no hay más remedio que hacerse el memo y esperar que pase el vendaval, como hacen los tontos del pueblo que asisten a un desfile. Aplauden, que es lo que se espera de ellos.
El mitin más elaborado del secretario general del PSOE le tocó a Benalmádena, que ya es casualidad de jubiladas para babosear al matrimonio Sánchez, agarraditos de la mano como hubiera cantado María Dolores Pradera, pero con un fondo de «Begoña, Begoña, Begoña», tan explícito que la interfecta hubiera debido levantarse y agradecer al respetable público respondiendo con un «Fina estampa, caballero», como la Pradera. Se hubiera caído el teatro al aire libre, entrada gratuita y derecho a roce, en feliz expresión de varón hirsuto y bragado, porque estamos entre hombres muy machos ahora que el mundo da un revolcón y hasta México cambia, el país donde Indio Fernández, director de cine infranqueable, se ventilaba a tiros cualquier intromisión en su inveterado derecho de pernada. Pues ya ven, en España designan a una mujer de Presidenta honorífica. Aquí, donde el feminismo institucional es tan precoz en medir el sí del no con precisión de metrónomo, resulta que ha de ser el Presidente quien defienda el honor salpicado de su dama muda, enlodado por jueces y periodistas rijosos.
¿Quién hubiera sido capaz de prever que la campaña por las europeas iba a versar sobre el honor herido de Begoña Gómez?
¿Quién hubiera sido capaz de prever que la campaña por las europeas iba a versar sobre el honor herido de Begoña Gómez? Un ángel, si pudiera decirse sin ofender las convenciones actuales; es palabra que no admite el femenino, malditos teólogos. “La citación a Begoña demuestra que nos estamos jugando el Estado democrático”. Declaración en titular de Teresa Ribera, cabeza de lista del PSOE, para “El País” y en página impar. Lo máximo que se puede hacer en periodismo para engrandecer una exclusiva. No es fake, salió el jueves, de vísperas del final de campaña, testificada con el aval firmado por dos plumillas adictos. ¿Tan lejos hemos llegado, o es que nos llevan del ronzal como animales de abrevadero?
Lo de utilizar a su esposa como recurso es nuevo y desde luego una audacia en los anales de la política española. Llamativo porque la mantiene silente, como si se tratara de otro bien de Estado. Incluso la escribe cartas dirigidas a todos los españoles. Es verdad que el género epistolar del Presidente resulta soso y un punto estridente, tanto, que debería haberse buscado una pluma de pavo real; las tiene a decenas dispuestas a servirle, pero quizá no se decide a dar el paso porque generaría competencias en un gremio deslenguado, incapaz de guardar secretos.
En el fondo todo es muy cutre. Si tienes muchos frentes abiertos y tu figura chorrea basura acumulada, nada mejor que poner a tu mujer como víctima propiciatoria. Apelar a la intimidad de los sentimientos es un recurso que da buen resultado si tienes los medios para esparcirlo y obligar a cada cual a enjuagar la lágrima. Pocas cosas generan más distorsión de las sensibilidades que hacer públicas tus heridas más hondas; cada quien se suma y aporta su piedad, esa gran tradición grecolatina que sirve para salpimentar hasta los crímenes. Pobre, lo que debe de estar sufriendo por la saña de jueces y periodistas aviesos. Y ella soportándolo todo sin decir un ay. Somos un pueblo inclinado a la zarzuela, género chico donde los haya. Si supieran los modernos cuánto de zarzuelero hay en los rituales de la televisión, se sorprenderían.
El dilema entre si la tal Begoña Gómez es un prodigio o una depositaria de la simpleza del asa de un cubo no merece la pena el esfuerzo. Ya ha conseguido algo digno de su marido. Apropiarse de instrumentos, lenguajes y saberes que con toda seguridad no son suyos pero que adornan una personalidad sin estridencias. ¿Alguien había oído hablar alguna vez de «Transformación Social Competitiva«? Hay que tener dotes de charlista de la vieja escuela para encontrarle sentido a algo que parece salido de una farra entre gentes ingeniosas. Está muy bien lo de la «transformación social»; nadie podrá negar el hallazgo, que no se inclina ni a derechas ni izquierdas, y consiente que te subvencionen sin tapujos ni malas conciencias. Pero añádale lo «competitivo» y le pone usted la guinda al daiquiri. El mundo, o es competitivo o no es, y quien lo niegue entra en el catálogo de la marginalidad, para el que no hay recursos susceptibles de enmendarle.
Begoña, hermana, la digna esposa de un hombre tan audaz como Pedro, no es por alabarte sino para reconocer ese valor que atesoras por mucho que los resentidos digan que careces de titulaciones y que no sabes ni freír un huevo, tú, que llevas en el alma el espíritu y el amor de quien manda, del «puto amo»
Pues si ya tenemos una temática de tan feliz denominación como «Transformación Social Competitiva», lo lógico es crear un máster. ¿Quién rechaza hoy un señuelo con tanto arrastre vital? El mundo es para la gente con imaginación, ¿o no? Pues sigamos con la bola que va rodando hacia su éxito. Si hacemos un máster es que nos hemos apañado una cátedra. Quién más idóneo que esa mente prodigiosa para encabezarla. Puestos a ello sólo queda buscarse los espónsors. Quién tiene más amigos y amigas que la mujer de un Presidente. ¡Qué tontería llamarle a eso tráfico de influencias! Es el saber, el futuro, la innovación, las buenas vibraciones, el amor, lo que sella las teselas del mosaico. Begoña, hermana, la digna esposa de un hombre tan audaz como Pedro, no es por alabarte sino para reconocer ese valor que atesoras por mucho que los resentidos digan que careces de titulaciones y que no sabes ni freír un huevo, tú, que llevas en el alma el espíritu y el amor de quien manda, del «puto amo».
El mundo es demasiado pequeño para las ambiciones grandes. Por eso las elecciones europeas deben tener a Begoña Gómez como emblema de esa imaginativa generación de las palabras complejas para realidades muy simples. “A los demás, mierda”, como ratifica Yolanda Díaz. ¡Qué sembrado está Jaume Asens, el de Sumar, cuando asegura que su compromiso es con el Planeta! Se les quedó chica Europa. Lo suyo es el Planeta y a seguir tirando. Lo que dure. Siempre te quedará un máster.