Agustín Valladolid-Vozpópuli
- En un sector del voto socialista pesa cada vez menos el miedo a Vox que la suma de casos de corrupción y el sonrojante amateurismo del gobierno de progreso
Ya es mala suerte que el mismo día que a don Álvaro Pombo se le ocurriera alertarnos contra influencers y mercachifles, la vicepresidenta segunda del Gobierno tuviera uno de esos días de preclara inspiración en los que le da por desmentir todo tipo de evidencia. Lo suele hacer además con un convencimiento aplastante, como si de sus visitas al Papa Francisco se hubiera traído esa verdad revelada que el Espíritu Santo solo otorga a los elegidos.
El caso es que Yolanda Díaz afirmó en día tan señalado, San Jordi y Premio Cervantes, que no es lo ordinario que el presidente del Gobierno acompañe al Rey cuando este viaja al extranjero. Aún dijo más: «Yo acabo de estar en Uruguay, justamente en la toma de posesión del presidente, y asistí con el jefe del Estado, y no puede ir Pedro Sánchez. Por tanto, es una cuestión de estricta raigambre diplomática, y es lo normal». Insuperable. Y por supuesto falso.
Díaz intentaba justificar así, con esta breve muestra de su enciclopédica ignorancia, y a modo de inopinada portavoz de Sánchez, la ausencia de este en el funeral del pontífice. Pero de quien se acordó servidor al escuchar tan imaginativa cavilación no fue precisamente del Espíritu Santo, sino de Oscar Wilde, que en El crítico como artista (Espasa-Calpe, 1968) dejó dicho aquello de que “no hay otro pecado que la estupidez”, frase que algunos completan atribuyendo al escritor irlandés el añadido de que el resto de pecados proceden de aquel.
La estupidez es el más temible de los defectos que puede atesorar un personaje con poder y responsabilidades en la gestión de lo público, por cuanto a partir de ahí nada bueno ha de esperarse de su desempeño
Yo esto último no lo he encontrado en esa edición de Espasa, pero da igual, se non è vero è ben trovato. Porque sin duda la estupidez es el más temible de los defectos que puede atesorar un personaje con poder y responsabilidades en la gestión de lo público, por cuanto a partir de ahí nada bueno puede esperarse de su desempeño. El último ejemplo de esta axiomática verdad lo acabamos de experimentar con la revocación de la compra de balas a una empresa israelí, episodio en el que confluyen algunos de los ingredientes que revelan hasta qué punto desprecia el presidente a sus ministros y subestima este gobierno en su conjunto el sentido del ridículo. ¡Pobre Marlaska!
Ridículo, infantilismo, irresponsabilidad y sin duda estupidez. Pero Yolanda Díaz, dicen, se ha apuntado un tanto (“He intervenido yo personalmente”, ha exclamado campanuda), y Pedro Sánchez ha salvado la coalición. Dos cráneos privilegiados cuyo éxito, en esta ocasión, ha consistido en que España se vea probablemente obligada a abonar a la empresa Made in Israel una factura superior a los 6 millones de euros sin ninguna contraprestación, regalando un dineral al “gobierno genocida” por empresa interpuesta. ¡A cambio de nada! Imaginativa forma de ayudar a los palestinos. Peor aún: vamos a terminar comprándole las balas a Donald Trump después de haber pagado como Estado un sobreprecio difícilmente cuantificable en términos de confiabilidad.
Yolanda Díaz, un peso muerto
Eso sí, la vicepresidenta le ha doblado el pulso a Sánchez y se ha anotado un nuevo éxito que pasa a engrosar la larga lista de los que acumula como lideresa de la izquierda de la izquierda. A saber: una ley para castigar con más dureza los delitos contra la mujer que ha puesto en la calle, o rebajado las condenas, a centenares de delincuentes sexuales; una ley de vivienda que ha retirado del mercado centenares de miles de pisos e incrementado escandalosamente el precio del alquiler; una reforma laboral que sigue escondiendo los verdaderos datos de desempleo y cuyo principal hito es que por primera vez en España haya más empleados públicos que autónomos.
Eso sin contar el apoyo prestado a decisiones que han traicionado el muy progresista principio de igualdad entre españoles y territorios, como la ley de amnistía; o la exhibición de incoherencia que implica la negativa a incrementar solidariamente el gasto en Defensa para ayudar a Ucrania a preservar su libertad y su soberanía y proteger a Europa de la nada utópica amenaza rusa, postura que no entiende una buena parte de la izquierda sociológica.
Yolanda Díaz es un peso muerto en un gobierno agonizante que, en lo que va de año, únicamente ha conseguido convalidar cuatro reales decretos y una ley, la del desperdicio alimentario. Un magro balance que es el normal reflejo de una debilidad que raya con la indigencia política y que, a buen seguro, Sánchez ya debiera estar pensando en cómo revertir. No lo tiene fácil. Para evitar que Pablo Iglesias sea el mayor beneficiario del prolapso yolandista, el presidente del Gobierno tiene que medir muy bien los tiempos. Y los nombres.
Estos cráneos privilegiados acabarán regalando un dineral al ‘gobierno genocida’ de Israel, por empresa interpuesta -gran ayuda para los palestinos-, y comprándole las balas a Donald Trump
Habrá crisis. Más pronto que tarde. Cosmética, sí, pero es el único modo de aguantar. Sobre el alcance y las fechas más probables ya se trabajan posibles escenarios en Moncloa. En todo caso, hoy el límite son las elecciones autonómicas y municipales, ocasión en la que la maquinaria del partido se activa al máximo y parece más viable atenuar un más que presumible contratiempo en las urnas.
Pero no conviene jugar con fuego. El deterioro de la imagen es transversal. Las encuestas ya detectan que crece el número de votantes socialistas a los que en la balanza empieza a pesarles menos el miedo a la ultraderecha que la creciente pesadumbre por los casos de corrupción y el sonrojante espectáculo de amateurismo político que ofrece a diario el gobierno progresista.
Y un último apunte: Grande-Marlaska. ¿Saldrá en una futura crisis del Gobierno? Permítame un consejo señor ministro. Váyase ya. Dele una oportunidad a su autoestima. Lo sé, no es la primera vez que se lo sugiero, pero con esta última desautorización ya no le quedan a Su Excelencia excusas a las que agarrarse. Se lo dije en este artículo titulado “Marlaska o la futilidad de la dimisión”, y se lo repito: “Lo que de ningún modo se entiende es la indiferencia con la que el ministro asiste al enorme quebranto que viene sufriendo la dignidad de su cargo, anomalía incompatible con la preservación del nivel mínimo de autoridad moral que se precisa para gobernar a hombres y mujeres que se juegan la vida a diario”.
Hágame caso. Márchese ahora. No espere al auto de fe colectivo. Diría mucho en su favor.