Teodoro León Gross-El País
Hay que defender el diálogo, pero también las líneas rojas
La guerra de los relatos, que es el campo de batalla en la política líquida del siglo XXI, donde se confrontan las líneas identitarias de los nosotros vs ellos, coloca al Gobierno entre dos fuegos: España se rompe y España nos roba. Y esto, paradójicamente, puede serle útil.
Desde la moción de censura quedó claro que el PP recuperaba uno de sus mantras estrella del zapaterismo: España se rompe. Ese mensaje, ahora con el aval del procés, hunde sus raíces en los mitos de la derecha. La versión en esta fase de transición al sanchismo es “se paga un precio a independentistas, populistas y amigos de ETA”. Con la brocha gorda característica en la oposición, quienes presentaban a Sánchez como modelo de lealtad al Estado con el 155 ¡frente a Albert Rivera!, ahora lo caricaturizan en el poder como un vendido. ¡Humillación!, claman. Más madera, es la guerra… de los relatos.
Claro que Sánchez, del otro lado, se enfrenta al fuego indepe con el relato de España nos roba, ahora en versión España nos roba la llibertat, España nos roba el Govern legítimo, España nos roba a los líderes y los encarcela… entre cargas diarias para abortar las expectativas de diálogo, desde los secuestrados en Estremera según el imaginario turco de Rufián, al “tenemos que crear otro 1-O” de Torra, con su hoja de ruta dictada desde Berlín. A falta de Rajoy, cargan contra el Rey, con el apoyo de Podemos. La mentira grosera no les arredra —achacan esto al discurso del 3-O, pero al Rey ya le montaron una ordalía en agosto tras los atentados de Las Ramblas— y van de performance en performance, sin pudor, como en Washington. El gran farol, como confesó Ponsatí, irredento.
Y, sí, todo esto, paradójicamente, puede beneficiar a Sánchez. Al quedar entre dos discursos radicales, le dejan el espacio central de la moderación. Y, por tanto, margen de maniobra. Claro que corre el riesgo de no aprovechar su posición central (no confundir con equidistante, impensable entre quienes defienden el orden constitucional y quienes lo subvierten) si antepone la lógica de partido a la lógica de Estado. De momento emite señales positivas, no entrando al trapo de provocaciones ramplonas para salvaguardar el diálogo, pero también señales negativas, mirando para otro lado ante provocaciones que cuestionan la dignidad de las instituciones. Un presidente no puede callar ante todo. Comprar la versión indepe es peligroso, y esta semana Sánchez lo ha hecho al sostener en el Congreso que la culpa de la fractura fue del PP. Eso es falso, aunque los errores del PP contribuyeran a empeorar las cosas. La conjura de los irresponsables no empezó en 2010 (la sentencia del Estatut, conviene recordarlo, anuló cosas inaceptables: fin de la cooficialidad entre castellano y catalán, acabar con las competencias compartidas entre Estado y Generalitat; limitar la solidaridad al esfuerzo fiscal… y un Poder Judicial catalán). Hay que defender el diálogo, pero también las líneas rojas. Ahora la esperanza está depositada en Sánchez. Y los peores temores también. Es su momento.