Ibarretxe vendió su propuesta como una iniciativa para desterrar a ETA y, de esta forma, él mismo contribuye a establecer un vínculo entre los planes políticos y el grupo terrorista: para librarse de éste hay que aceptar el peaje nacionalista de su plan. ETA, por tanto, se convierte en una coartada necesaria.
Ibarretxe se arrancó ayer en el pleno con una crítica frontal al Gobierno del Partido Popular. Más parecía Anasagasti en un debate en el Congreso de los Diputados que un lehendakari sometiéndose al control del Parlamento vasco. El gobernante se convirtió en opositor para pedir cuentas a sus adversarios. Fue en esa parte del debate en la que dedicó 273 palabras para criticar a ETA, apenas 17 más que las que dedicó al asunto del Prestige y, por supuesto, muchísimas menos de las empleadas en atacar al Ejecutivo de Aznar, la Ley de Partidos o a los tribunales. Reflejo de su escala de valores, tal vez.
Después vino el flojo capítulo del compromiso con la defensa de los derechos humanos. Citar la inoperante declaración de Eudel, el inexistente Observatorio, la convocatoria de una manifestación o el protocolo aplicado a los detenidos por delitos de terrorismo es presentar humo. Las detenciones de la Policía son hechos reales, pero ésas van de oficio y no son mérito de ningún gobierno.
Sobre el plan Ibarretxe apenas hubo más novedades que el calendario que ha previsto el lehendakari, en el que la consulta popular -dentro o fuera de la ley- puede coincidir con las próximas autonómicas. Los pilares del proyecto, tal como los denomina su autor, siguen siendo etnicistas: un pueblo vasco que data de los «albores de la Historia» es considerado como un único sujeto político, fijándose más en los albores que en la historia.
El lehendakari, además, enmarcó su plan en una etapa post ETA y aseguró que el grupo terrorista no fija ya la agenda. Sin embargo, vendió su propuesta como una iniciativa para desterrar a ETA y, de esta forma, el propio Ibarretxe contribuye a establecer un vínculo entre los planes políticos y el grupo terrorista: para librarse de éste hay que aceptar el peaje nacionalista de su plan. ETA, por tanto, se convierte en una coartada necesaria. Pero nadie, ni siquiera el lehendakari, tiene en sus manos decidir sobre el fin de ETA, salvo que se ceda a su chantaje político.
El plan no ha conseguido nuevos apoyos, ni siquiera los de la izquierda abertzale, que tiene que hacer equilibrios ante el temor de que PNV-EA entren a saco en su reserva de votos. Porque para esa operación, la de captar el apoyo de un sector de las bases tradicionales de la izquierda abertzale, el proyecto del lehendakari sí que es útil.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 27/9/2003