Lleva viajando al centro político desde que llegó a Moncloa. Bien instalado en la izquierda radical, sólidamente anclado en la peana por comunistas y nacionalistas de izquierdas (amén del apoyo mercenario del nacionalismo vasco de derechas), sus apologetas no han dejado de hablarnos estos años de ese perpetuo y constante viaje al centro de Pedro Sánchez. No ha habido, en efecto, mes, semana incluso, en que no hayamos sido víctimas de ese tocomocho, que no hayamos sido sermoneados desde el púlpito de los medios, tanto públicos como privados, del furor centrista de Pedro. Y un cuerno. Esta semana ha quedado claro el gen ideológico que distingue al sujeto: un líder de izquierda radical hermano siamés de los liderazgos populistas radicales que hoy pueblan Hispanoamérica. Lo recordaba aquí el jueves Agustín Valladolid, poniendo en boca de Rubalcaba la ajustada definición del galán: «No es un socialista, ni un socialdemócrata. Pedro Sánchez es un radical de izquierdas». Por eso llama la atención la precipitación con la que columnistas de postín han mordido el anzuelo del supuesto giro a la izquierda de Sánchez: bobadas al por mayor. Él siempre ha estado en la izquierda radical, razón por la cual rechazó en su momento la posibilidad de formar Gobierno de coalición con el Ciudadanos de Albert Rivera, y razón por la cual eligió el tipo de socios que le ayudaron a ganar la moción de censura y que desde entonces le mantienen en el trono.
Llama la atención la precipitación con la que columnistas de postín han mordido el anzuelo del supuesto giro a la izquierda de Sánchez: bobadas al por mayor. Él siempre ha estado en la izquierda radical
Ocurre que el personaje venía muy malito del varapalo cosechado en Andalucía hace escasas fechas («¿En nombre de quién gobiernas, Pedro? ¿A quién representas?»), muy cuestionado entre la gleba de izquierdas, muy debilitado en su liderazgo, y necesitaba sacar cabeza y respirar, tomar aire. A eso se reduce el espectáculo al que hemos asistido esta semana en el Congreso. Y, a tenor del entusiasmo desplegado por los Julianas de turno a la hora de elogiar las medidas desgranadas por el carismático líder, su arrobo al ensalzar su calidad oratoria, su babeante satisfacción al glosar la forma contundente en la que se impuso a «las derechas», el éxito de la operación ha sido total. Verdura de las eras, teniendo en cuenta que apenas el 5% de la población se suele interesar por este tipo de debates. ¿Y cuál ha sido el arma letal que ha permitido al virote lograr tan deslumbrante éxito? Pues el libro gordo de Petete del populismo de izquierda o, mejor dicho, de extrema izquierda: anunciar castigos a los poderosos y dádivas a los pobres. Dicho todo muy grosso modo, porque la grosería del planteamiento no merece alambicados ejercicios de estilo, se trata de eso. De presentarse como el defensor de los humildes («me voy a dejar la piel en defensa de los más desfavorecidos») y azote de los ricos insolidarios. Capítulo primero del manual de la demagogia política, el libro negro en cuyas páginas han escrito todos los populistas que en el mundo han sido.
Detenerse a analizar el impuesto a los «beneficios extraordinarios» de bancos y energéticas sería ejercicio inútil teniendo en cuenta que lo más probable es que todo quede en agua de borrajas, como la mayor parte de los anuncios efectuados a bombo y platillo durante sus ya más de cuatro años de Gobierno. Diantre, parece que algunos no se han enterado aún de la naturaleza evanescente del personaje. Prisionero de su extrema debilidad parlamentaria, Sánchez es un político que vive al día. Su única estrategia consiste en salir del agujero de hoy, dar salida al problema que ahora mismo nos aflige. ¿Cómo? Con lo que sea, de la forma que sea, con las cesiones que sea preciso hacer, los peajes que sea menester pagar. Con las bajadas de pantalones que sus socios exijan. Pero, presidente, que la Abogacía del Estado dice que, que los mercados amenazan con tal, que Bruselas amaga responder con cual… Da lo mismo, no importa, responde el zangolotino. Lo importante es resolver el problema de hoy como sea, y mañana Dios dirá. Mañana ya veremos cómo resolvemos el problema de mañana. Eso es Sánchez. A eso se reduce. A eso se circunscriben todas sus políticas. A durar un día más. Y no hay más cera que la que arde en el Gobierno, en Moncloa o en Ferraz. Nada.
A la vuelta del verano seguramente nadie hablará ya del impuesto, porque, además de ser un burdo intento de asalto (las empresas ya pagan los impuestos que dicta la ley, tanto a nivel de sociedades como sobre los beneficios) a la propiedad privada, susceptible de acabar en los tribunales, es de una materialización tan problemática, tan difícil su concreción desde el punto de vista del rigor contable, que Su Sanchidad terminará metiendo la amenaza en el cajón donde reposan tantos y tantos de los Decretos Ley que jalonan su paso por el poder. La intención, sin embargo, es perversa. Kirchnerismo puro. Alguien ha escrito que se trata de «la dinámica depredadora de una coalición cuyo único objetivo parece ser el apropiarse de la riqueza generada por el sector privado, acabar con cualquier incentivo para crearla y repartir las migajas del expolio entre una población empobrecida». Quienes, de momento, no han dicho ni mu son nuestros bizarros empresarios del Ibex, esa elegante gente que dirige nuestras grandes empresas sin ser sus dueños y que tan solícita se muestra a la hora de rendir pleitesía al gran líder cada vez que éste reclama su presencia en Casa de América y similares porque necesita exhibir su galanura, mostrar su refinado atavío, con las cámaras de TVE por testigo que para eso son suyas. Sorprende, por eso, que la señora Botín no haya colgado aún un tiktok en mallas deportivas color púrpura, congratulándose junto al resto de accionistas de iniciativa tan ecofeminista y socialmente inclusiva.
El tipo es un enemigo formidable, conviene reiterarlo, y está dispuesto a vender cara su derrota haciendo añicos (Ley de Memoria Etarra, ocupación definitiva del poder judicial, que incluye la colocación de Conde Pumpido, el Vyshinski español, al frente del TC) lo que queda en pie, no demasiado, del edificio constitucional
Es verdad que el personaje ha cogido aire, ha tomado carrerilla para pasar las vacaciones en La Mareta con cargo al erario público. Una inyección de bótox que debe servirle para llegar vivo a septiembre, a ese otoño que se anuncia atroz para tantas familias españolas. Con su discurso a lo Robin Hood, ha logrado acallar momentáneamente las protestas de la izquierda radical a la que pretende pastorear en exclusiva. En contra de algunas tesis escuchadas estos días, Sánchez no ha ocupado ningún espacio nuevo a la izquierda del PSOE que no hubiera ocupado antes. Hace tiempo, en efecto, que el bandarra se merendó el voto de Podemos y por supuesto el pretendido voto de nuestra fantástica Yolanda (he ahí una mujer sin pies ni cabeza, bueno, con cabeza sí, cabeza como punto de partida de esa frondosa melena con la que donosamente abanica el gigantesco bluf de esfinge convertida en burla a la razón kantiana y a la otra). Lo único que ha hecho Sánchez ha sido quitarse la careta ante quienes siguen pernoctando en el guindo y presentarse tal cual es, tal cual ha sido desde el principio: el Largo Caballerete, modelo siglo XXI, presto a oficializar su condición de candidato único de la «izquierda Mélenchon» española, acabando con cualquier ficción de socialdemocracia que pudiera quedar en el viejo PSOE que conocimos en la transición. No hay más izquierda que la que encabeza Sánchez y es una extrema izquierda populista que se va a presentar a las próximas generales bajo la fórmula del Frente Amplio, tan en boga ahora en América del Sur, o, si lo prefieren, bajo la temible vieja fórmula del cañí Frente Popular hispano.
Al líder máximo le queda por arreglar la situación de Pablo Iglesias, el gallo de Morón que ahora tiene fuera del poder meando dentro, y a quien necesita meter dentro para que mee fuera, asunto que reclamará algún tipo de pacto con el patrón del sujeto, el millonario comunista Roures, y que está en el origen de los temblores periodísticos a los que hemos asistido estos días, Villarejo y sus audios mediante. El jefesito acaba de inaugurar la campaña electoral para las próximas generales. Nos esperan unos meses, en realidad casi un año, de auténtico aúpa. Mayo de 2023 es el muro que se yergue ante el aprendiz de sátrapa, prueba que difícilmente podrá superar sin hacer coincidir generales con autonómicas y municipales. Hasta entonces vamos a vivir el año más convulso en mucho tiempo, el más crispado. Sánchez se ha blindado con su banda, se ha hecho fuerte en el bloque de los enemigos de la nación de ciudadanos libres e iguales, de los que niegan la reconciliación entre españoles. A él, o eso cree, solo le puede salvar la crispación, la polarización entre las viejas dos Españas, la de los «desfavorecidos» a quienes él brinda protección con toda clase de limosnas (y tiene margen de sobra: cerca de 20.000 millones de más lleva recaudado el Tesoro gracias, entre otras cosas, a la inflación) con cargo al dinero del contribuyente, y la de quienes no le votan, bloque hoy mayoritario en el que participan cientos de miles de viejos socialistas escandalizados con las «obras completas» del felón. El bloque PP-Vox suma hoy entre 180 y 190 escaños, frente a los 150 en que camina la suma de la coalición Frankenstein. Demasiada diferencia que, a tenor de las perspectivas económicas, solo puede ir en aumento.
El PP se olvida de recordar que los españoles tendrán que elegir en las próximas generales entre progreso y miseria. Entre Europa y Kirchnelandia. Se olvida, en suma, de los principios, chapoteando una vez más en la inanidad ideológica que caracterizó al funesto marianismo
Una realidad que no hace sino incrementar los riesgos del futuro inmediato. La lista de «sorpresas» con la que podríamos toparnos de aquí a mayo próximo puede ser tan larga como lesiva para los intereses colectivos. El tipo es un enemigo formidable, conviene reiterarlo, y está dispuesto a vender cara su derrota haciendo añicos (Ley de Memoria Etarra, ocupación definitiva del poder judicial, que incluye la colocación de Conde Pumpido, el Vyshinski español, al frente del TC) lo que queda en pie, no demasiado, del edificio constitucional. Necesita agitar el avispero (la miserable frase de Zapatero a Gabilondo: «Nos conviene mucho que haya tensión») para que Juan Español no hable de lo que cuesta llenar el depósito de gasolina o colmar la cesta de la compra y sí de los líos y escándalos (ojo al posible referéndum que pueda pactar bajo la «mesa de negociación» con ERC) que él se ocupará de servirnos en bandeja de plata con la ayuda de los medios públicos y privados que le sirven de alfombrilla. Queda por saber qué hará el PP de Núñez Feijóo. Cómo afrontará esta etapa decisiva. Sánchez le ha dejado el centro político expedito, cierto, pero esa franja hay que defenderla y el PP no lo hizo esta semana en el Congreso. Si Sánchez consiguiera trasladar a la opinión pública la idea de que en un contexto de hiperinflación es justo que bancos y energéticas paguen más, y que ese dinero extra (verdaderamente «caído del cielo», cierto) servirá para ayudar a los pobres (no es necesario afinar más el discurso), entonces podría atraer a una parte de ese centro hacia postulados extremistas, convirtiendo su demagogia en falsa pedagogía popular.
Con su silencio, con su fijación en el «libreto ETA», el PP se olvida de lo importante, de la necesidad de dar una batalla que, además de ideológica, afecta directamente al bolsillo de millones de pequeños accionistas de bancos y eléctricas cuyo nivel de vida se vería recortado, vía dividendo, por ese impuesto extraordinario. Se olvida de la importancia que la seguridad jurídica tiene a la hora de atraer inversión extranjera, se olvida de la estabilidad regulatoria imprescindible para generar riqueza y empleo, se olvida de denunciar los riesgos de las políticas populistas, las que consisten en tirar del gasto público y financiarlo con deuda, que directamente conducen al empobrecimiento de la ciudadanía. Y se olvida de recordar que los españoles tendrán que elegir en las próximas generales entre progreso y miseria. Entre Europa y Kirchnelandia. Se olvida, en suma, de los principios, chapoteando una vez más en la inanidad ideológica que caracterizó al funesto marianismo y que tanto daño ha hecho a la España liberal, algo que va mucho más allá de Botines y Galanes para inscribirse de lleno en el corazón de esa guerra cultural que el centro derecha no tendrá más remedio que librar si quiere ser parte de la solución a largo plazo de los problemas de España. Todo lo que sea simple gestión no es sino resignación.