Ignacio Varela-El Confidencial
- Hay en la sociedad española un visible desplazamiento hacia la derecha, que viene percibiéndose casi desde el principio de la legislatura y se hizo más intenso tras el 4-M madrileño
En las elecciones generales de 2019 participaron 24,3 millones de personas. El voto se dividió en cuatro bloques:
- 10,4 millones (42,6%) votaron a fuerzas de izquierda de ámbito nacional (PSOE, Unidas Podemos, Más País).
- 10,4 millones (42,7%) votaron a partidos de derecha de ámbito nacional (PP, Vox, Cs).
- 2,9 millones (12%) votaron a partidos de base territorial (nacionalistas y/o regionalistas).
- 600.000 votaron a partidos extraparlamentarios (2,7%).
Hubo un empate casi exacto entre la izquierda y la derecha de ámbito nacional: solo 16.000 votos las separaron (a favor de la derecha). Un empate que, por cierto, ha venido siendo la tónica estable, con ligeras oscilaciones, durante todo el ciclo electoral iniciado en 2015. En ese tiempo, cambió sustancialmente el reparto de los votos dentro de cada bloque, pero no la relación de fuerzas entre ellos.
Las dos primeras oleadas de nuestro Observatorio Electoral, así como casi todas las demás encuestas serias, muestran que ese equilibrio se está alterando, y probablemente este sea el dato más relevante para el análisis de la tendencia. Supongamos que en unas elecciones que se celebraran ahora tuviéramos el mismo número de votantes que en 2019 (24,3 millones). ¿Cómo se repartirían por bloques? La estimación de IMOP/Insights nos muestra lo que sucedería:
- 9,7 millones (40%) votarían a partidos de izquierda de ámbito nacional (PSOE, UP, MP).
- 11,2 millones (46,2%) votarían a partidos de derecha de ámbito nacional (PP, Vox, Cs).
- 2,8 millones (11,6%) votarían a partidos de base territorial (nacionalistas y/o regionalistas).
- 534.000 (2,2%) votarían a partidos extraparlamentarios.
El cambio es sustancial: en lo que llevamos de legislatura, se habría pasado de un sólido empate a una ventaja de un millón y medio de votos a favor de la derecha. La izquierda obtendría hoy 600.000 votos menos que en 2019, mientras que la derecha añadiría 850.000 a los que obtuvo.
Parece claro que, más allá de las oscilaciones coyunturales, hay en la sociedad española un visible desplazamiento hacia la derecha, que viene percibiéndose casi desde el principio de la legislatura y se hizo más intenso tras el 4-M madrileño.
Más votos para la derecha con menos fragmentación —por tanto, con mejor rendimiento en escaños—: eso es lo que, por primera vez desde que Sánchez alcanzó el poder, hace hoy verosímil una mayoría alternativa a la actual. Si el oficialismo no es capaz de revertir esa corriente —que parece consistente—, Pablo Casado tendrá difícil armar y sostener un Gobierno que no espante a medio país, pero para Pedro Sánchez será imposible reproducir su mayoría actual. En realidad, la perspectiva más realizable, en este momento de la legislatura, conduciría a permutar el Frankenstein sanchista por el Godzilla de Casado y Abascal. No es extraño que todos queramos ser alemanes.
¿Qué fue de aquellos 10,3 millones que hace dos años votaron a la izquierda socialpopulista de Sánchez, Iglesias y Errejón? Según declaran a IMOP/Insights, solo 7,9 millones (el 76%) se inclinan ahora a mantenerse fieles a ese bloque ideológico. Medio millón (el 5%) se dispone a pasarse a la derecha (el 90% de ellos, procedente del PSOE). Unos 400.000 se irían a los partidos nacionalistas de extrema izquierda. Y nada menos que un millón y medio (15%) se han refugiado, por el momento, en la indecisión o en la abstención. Son los llamados ‘desmovilizados‘ (un nombre absurdo porque, en puridad, todos estamos desmovilizados cuando no hay una elección convocada). Lo poco que la izquierda recibe de los otros bloques no alcanza ni de lejos a compensar sus pérdidas.
Esta es, precisamente, la gran ventaja de la derecha. En esta fase de la legislatura, el PP y Vox mantienen tasas altísimas de fidelidad de sus votantes de 2019 (77% y 81% respectivamente) y apenas padecen la tentación abstencionista: solo el 9% de quienes apoyaron al PP y el 5% de los de Vox se muestran indecisos o proclives a no votar. Además, en el intercambio de votos entre los dos grandes partidos, el saldo es favorable al PP por 150.000 votos. La cifra es aún escasa: Casado tendrá que hacer mucho más que hasta ahora si pretende atraer en gran número a los huérfanos del sanchismo, lo único que le daría cierto margen de autonomía respecto a Vox.
En realidad, el partido de Sánchez mantiene el pulso con el PP gracias a los casi 300.000 votos que recibe de Unidas Podemos. Pero su sangría de escaños es cuantiosa: perder un 7% de sus votantes le supone una merma del 14% de sus diputados. Todo lo que le benefició hace dos años en las provincias poco pobladas empieza a perjudicarle ahora.
La tendencia se resume muy fácilmente: los dos partidos de la derecha suben en votos y en escaños, y los dos de la izquierda descienden en votos y en escaños. En cuanto al quinto pasajero, Ciudadanos está ya al borde del último suspiro. Mantiene un solitario escaño en Madrid con una estimación del 3,5% en esa provincia. Unas décimas menos y todo estará acabado. El grueso de los votantes que le quedaron tras el naufragio de Rivera ha ido a engrosar el bloque conservador que un día quiso liderar.
Toda la estrategia diseñada para apuntalar la permanencia de Sánchez y sus aliados en el poder descansaba sobre la impermeabilización de los bloques. Si cada bloque mantiene su fuerza, razonaron Iglesias y Redondo, y se siembra la frontera de minas y alambres (los de la polarización) para que nadie la atraviese, la suma de la izquierda y los nacionalistas será imbatible. Bien visto, aunque empieza a fallar el presupuesto de partida: si cae el muro y se abre la frontera, entramos en otra fase. No obstante, la polarización se mantiene, testaruda y cerril como sus devotos, y sigue estragando España.